El comer es un placer

Comer, beber, hablar

Esos maravillosos momentos no abundan y por eso hay que capturarlos. Y digo momentos, porque conforme pasan los años hay que reducir la unidad de tiempo de satisfacción, ya que ser feliz a tiempo completo, por años o por meses, resulta tarea imposible en tiempos en los que el trabajo, la salud y sobrevivir a lo cotidiano te ahogan.

Así que desde mi Asturias querida, ayer tuve ocasión de visitar Aragón y ser acogido en un almuerzo con dos “compañeros y sin embargo, amigos” que tuvieron la delicadeza de esperarme pacientemente, conducirme a un espléndido restaurante (Goralay) y dedicarme tres horas de atmósfera cálida. Pilar, con estilo, gracia y sonrisa contagiosa; Juanjo, elegante, risueño y constante caballerosidad: Y yo, “con el tumbao que tienen los guapos al caminar…”.

Una catalana, un aragonés y un asturiano… suena al comienzo de un viejo chiste, pero en realidad esa distinta vecindad garantizó una combinación mágica. Además tres es la cifra ideal para almorzar porque permite acomodarse en los vértices de un triángulo con fácil contacto visual y alternar los turnos de palabra con la ingesta de comida.

Pilar y Juanjo o Juanjo y Pilar, dos conversadores increíbles, con sonrisa suelta, y en torno a un mantel de cocina de expresión (de expresión artística, pues solo el arte explica platos tan enormes con tan pequeñas viandas pero tan deliciosas). Además cada uno de los platos (el recipiente) estaba personalizado en diseño y forma. 

No recuerdo el nombre de las viandas que elegí porque no me da la memoria para tanta poesía junta, pero recuerdo que las delicias parecían mirarme desde el plato como el queso antes del ataque del ratón. Eso sí, cuando quiera demostrar cursilería o distraer a un inspector de hacienda le hablaré del “Chipirón con longaniza de Graus y borraja” o la “Melosa de ternera guisada con aroma de café, falso risotto de trigo con queso de Sierra de Guara y crujiente de sus propios callos” (no insista con el traductor de google :).

No faltó un vino en una botella tan exótica que parecía tener un genio dispuesto a salir, pero felizmente nos rellenó las copas de granate exquisitez (“afrutado al paladar”, toma cursilerías).

Todo servido por dos camareras que acudían sucesivamente a turnos a nuestra mesa con una estética tan singular como inquietante, vestidas de negro para resaltar una buscada palidez, que se movían con lentitud, mirada inexpresiva y explicaciones mecánicas, lo que interpretamos más como signo de respeto que de desdén, porque ciertamente nos atendieron con presteza y dedicación.

Es curioso que cuando la buena comida se toma en mala compañía se indigesta, mientras que la mala comida en buena compañía se paladea. Ahora bien, si se da el caso de combinar buena comida, con buena compañía, sin prisa y con abierta cordialidad, el evento se convierte en épico. Además, muy importante para el éxito de la velada fue que dejé el cuentacalorías en el perchero, perdí de vista el colesterol y me entregué al pequeño vicio de la tertulia amistosa.

No salió la política, no salió la religión. No hablamos de trabajo porque los “almuerzos de trabajo” dan “trabajo para almorzar”. Afloraron cosas personales, cosas familiares, cosas sociales, dimes y diretes de compañeros que lo son y que no lo son, unas gotas de referencias familiares… sin guion y sin desencuentros… como debe ser.

Entre plato y plato, discretas interrupciones de las camareras.  Nos explicaban cada plato, su elaboración y composición, trámite que anunciaba la condena de la vianda a ser tragada sin audiencia ni apelación. Este trámite de deconstrucción de lo que se come ayuda a darle solemnidad a la ingesta, y a prolongar su existencia pese a que dura más la presentación que la ejecución. Personalmente mientras lo explican me siento un Gargantúa que a duras penas contiene el instinto…

Lo del postre fue escandalosamente mágico. ¡Daba pena comerlo! Pero luego dio pena acabarlo. Eran postres tan artesanos y sabrosos que conjuraban el ceño más fruncido que los mirase.

El tiempo es relativo y elástico, que suele moverse lentamente cuando nos aburrimos y de vértigo cuando disfrutamos, así que esta velada fue vertiginosa. De repente, nos dimos cuenta que estábamos solos en el restaurante, mientras las camareras a cierta distancia miraban de reojo el reloj.

Hablamos, bromeamos, rememoramos, dudamos, comentamos, valoramos lo bueno y malo de la vida, intercambiamos pedacitos de nuestro pequeño tesoro de plato, brindamos…

Como los tres mosqueteros (con una mujer por lo que cumpliamos la ley de paridad de género), al término del ágape juramos volver a encontrarnos en un lance similar si la fortuna nos beneficiaba en nuestras vidas, y si no era así, también volveríamos a encontrarnos.

Está claro que ni las redes sociales, ni Instagram, ni mirar la pantalla del televisor, pueden competir con este ritual de sentarse en una mesa, dispuesto a tejer una relación amistosa, y sin espacio para iras o envidias, aunque se desate la sana gula en los que somos débiles y terrenales.

Por si fuera poco, me invitaron generosamente, demostrando que Escocia y Aragón tienen poco en común.

En fin, como decía, esos pequeños momentos, esos emocionantes eurekas (¡he encontrado un@ amig@!) son la fuente de la euforia que nos hace sentir vivos e incluso rejuvenecer. A por más…

Parafraseando la canción de Sabina (“Tres caballeros”):

Nos hicimos unas fotos rápidas,/ Me devolvieron intacto al hotel,
Les regalé un recuerdo /

Y como siempre cumplo un pacto como caballero/
Les tenía que escribir este noticiero.

2 comentarios

  1. Buenos días y buen fin de semana a todos. Me alegro de verdad cuando las personas son felices. Y me da miedo, esto lo he de supera, al despertar como hoy y ser feliz porque si. Miedo a esa felicidad gratuita por vivir la vida misma y porque los míos y los íntimos tienen salud. El temor es a que venga algo malo…Si Dios quiere que sea así, que El me ayude. Si no, Le doy gracias a diario

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  2. En la muy recomendable trilogía cinematográfica “Antes del” de Richard Linklater, una inteligente y honesta reflexión audiovisual que cuenta en tres actos las distintas etapas del amor por las que pasa una pareja, Jess y Celine, con el escenario de fondo de Viena, Paris y Atenas, a lo largo del tiempo (el joven: del encuentro casual, inflamado por la sorpresa, la atracción, la ilusión y el descubrimiento, de dos extraños unidos por un vínculo especial…que acaba al amanecer; el adulto: del reencuentro fortuito, una década después, tras el pudo ser y no fue al no volverse a ver, y la posibilidad de darse una segunda oportunidad…antes del atardecer; el maduro: el racional y emotivo, dos décadas después, de la domesticación de ideales y la pérdida de brillo por la erosión de la convivencia, la cotidianeidad y las obligaciones y la dictadura implacable de los años, que ¿termina o no? antes del anochecer), se dice: ¡recuerdo aquella tarde mejor que muchos años de mi vida!

    La frase sintetiza con acierto lo que son los ¡grandes! momentos de la vida. Esos que dan vida y sentido…a nuestra vida. Los que son nuestro mapa del tesoro y llevan directamente a lo que somos y nos identifica y hace entendibles. A otro nivel, también imprescindible, están los ¡buenos! momentos de nuestra existencia. Esos, limpios de todo juicio y prejuicio, sanos, desinteresados y calmos, que hoy, con tanto acierto, nos muestra (comida, bebida, charla…, pero, sobre todo, buena compañía). Un pozo infinito de alegría. Un cuidada vinoteca de besos de reserva. Un particular paraíso original, libre de censura y pecado, lleno de positividad y divertimento, al que poder acudir para recuperar fuerzas, endulzar las amarguras y espantar las pesadillas del día a día (vulgaridad, incomprensión y desencuentros). Finalmente, está el comodín de la música, el cine, la lectura, el arte y la cultura en general. Una suerte de medicación placebo que sirve sobrellevarnos y hasta mejorarnos.

    P.D. Hace unos años, en una de mis múltiples visitas del día a mi médico de cabecera, la radio, en busca de despejar la maleza de la jornada y encontrar luces en la niebla que me permitieran encontrar el camino de salida, escuché una voz y una canción que, de inmediato, me paralizó y logró traspasarme el milagro de la emoción.  Era Salvador Sobral y su “Amar pelos dois” (Amar por los dos). Elegante, delicado, especial, puro, sensible y frágil. Creo que, aunque resulte incomprensible, porque la vida es, de alguna manera su voz y canción me trajo aquí.

    https://youtu.be/ymFVfzu-  Amara pelo dois (S. Sobral) https://youtu.be/xprQe72Ftyg Una canción me trajo hasta aquí (J. Drexler)

    https://youtu.be/ymFVfzu-2mw  Amara pelo dois (S. Sobral)

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