Lobos disfrazados

El maravilloso arte muermo

  Ayer visité el parisino museo del Louvre y me ha parecido maravilloso disponer de una fuente de cultura tan inmensa, ordenada y valiosa, accesible a todos.

El problema de este museo, como en sus homólogos de Madrid, Londres o Atenas es la llamada “paradoja de la abundancia”, o sea, la dificultad de elegir cuantas más opciones existen. Traducido al visitante del museo, el problema radica en que hay tantísima obra que resulta imposible detenerse, contemplar e ilustrarse sobre un puñado significativo.

Recuerdo que, visitando el museo del Vaticano en Roma, me vi envuelto en una auténtica riada de visitantes, sin posibilidad de retroceder mientras en los flancos del pasillo los bustos  de esculturas griegas y romanas, en varias filas y niveles, parecían ser las que nos observaban aguantando la risa.

Ahora en el Louvre, pude asistir a la contemplación de la Gioconda, del gran Leonardo da Vinci. O de la que se supone debe ser tal obra, porque no solo existe una distancia propia de foso medieval respecto del cuadro hasta la cinta que impide aproximarse a los visitantes, sino que de su visión te separa una multitud apiñada de quienes intentan asomarse sobre las cabezas vecinas para atisbar el cuadro en la lejanía, o elevando el móvil para hacer fotos.

Comprendo que la obra esté custodiada, pero me resulta difícil comprender que seamos tan gregarios de acudir a visionar lo que no vemos, deseosos de volver a casa para ver las fotos. Lo importante parece ser o que se decía del torero Miguel Dominguín cuando tras pasar la noche con la actriz Ava Gardner, se levantó presuroso para vestirse, y aquélla le dijo:¿dónde vas con tanta prisa?, y el repuso: «¿pues donde va a ser?, a contarlo!».

Me pregunto si durante la noche, la Gioconda suspirará :¡Por fin sola!

Y lo que digo de la Gioconda, puedo decirlo de otras obras que reconocí en el Louvre de mis libros de adolescencia: la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo, el friso de los guerreros persas, el escriba sentado, etcétera. La inmensa mayoría de los visitantes no se molesta en leer el rótulo explicativo, en conocer el contexto de la obra y las claves de su originalidad. No. Lo importante es la foto tomada con el celular para perderla en el océano o mas bien vertedero de miles de fotos sin destino.

Vale. Admitiré que posiblemente yo también formo parte de los visitantes de museos que pesamos cándidamente que con un visita rápida, nos creemos haberlo visitado realmente y salir más cultos.

Ahora bien, lo que resulta realmente estomagante es la exposición especial que incluía el Museo de la Organgerie de París, de arte moderno, dedicado a Robert Ryman (1930-2019), titulado “La mirada en acción”.

 No sé si usted ha oído hablar de este artista, pero mejor observe estas fotos tomadas de su obra en tres amplias estancias, y juzgue.

Aquí están.

Seguro que tras examinar su obra, ustedes ya comparten lo que explica el folleto de esta nívea exposición

centra su investigación, casi obsesivamente, en las especificidades propias de su medio, cuestionando las nociones de superficie, de los límites de la obra, del espacio en el que se integra, de la luz con la que juega. y la duración en la que se desarrolla”.

Toma ya. Por si no se han enterado. Vuelvan a mirar la obra, y entonces, sigue explicando el folleto:

Es a través de la mirada que les da el pintor, una mirada en acción, que el cuadro así reducido a lo esencial adquiere todo su significado. Esperamos, a través de esta exposición, responder a un desafío fundamental del enfoque de Ryman: mostrar la pintura en su forma más simple, revelarla gracias a la luz y al espacio en el que se ubica, tan necesario para la obra como para su Componentes físicos (medio, soporte, apego, etc.).

Ante tan maravillosa sensación visual, me costaba alejarme de tan luminosa obra. Ahí estábamos los visitantes, extasiados, pasando de una obra a otra, mirando “el arte que no se ve por ninguna parte”. 

En su día comenté una exposición del artista alemán Joseph Beuys (1921-1986) por su extravagancia, elevado a la santidad artística por su célebre «silla de grasa», pero debo admitir que al lado del tal Robert Ryman, aquél tiene más merito. Cosa distinta es que Robert Ryman me parece de los mejores vendedores del mundo, solo equiparable a Tom Sawyer cuando castigado a pintar una vieja valla, se dedicó a “vender” a sus amigos la increíble y maravillosa exclusividad de pintarla, mientras reía para sus adentros y sus amigos disfrutaban haciendo el trabajo ajeno.

En fin, ya me despaché a gusto hace ocho años en una visita a una exposición del Museo Guggenheim Bilbao, magnífico centro cultural, pero me tocó visitarlo el día del trilero, e inspiró un artículo que titulé: “El rey está desnudo. La farsa de cierto arte contemporáneo”.

3 comentarios

  1. Otro artículo suyo que me sale del corazón, apreciado señor Chaves. Soy lo que en alemán se designa como Kulturbanause, curiosamente traducido al castellano como “filisteo cultural”, es decir, alguien que no hay forma de hacerle entender ciertas expresiones culturales que los eruditos en la materia consideran inspiraciones magistrales y que, para mí, son simple tomadura de pelo. Soy Kulturbanause por convicción: Observando un enorme cuadro aun sin título en un vernissage, al que siendo estudiante en Hamburgo, me invitaron, se me acercó un señor que me preguntó cómo titularía yo la obra y yo, pobre de mí, le dije: Yema de huevo sobre espinacas. El señor aquel resultó ser el autor y me dijo muchas cosas, entre ellas, que la obra representaba “El sol que se abre camino en la tupida selva tropical”. Echaba espuma por la boca y me bautizó, para siempre, como Kulturbanause. Es un título honroso que llevo con orgullo.
    Es usted, apreciado señor Chaves, un valiente que no se calla muchas verdades que otros, por temor al destierro cultural, no nos atrevemos a sacar a la luz. Me agradaría leer algún artículo suyo sobre algunas óperas en las que se escuchan gritos ininteligibles, casi siempre en italiano o en alemán antiguos y que, al final (tragedia), se coronan con aplausos interminables, lágrimas y suspiros y comentarios del estilo de “magnífico”, “insuperable”, “tremendo tenor”, “qué prodigio de soprano, qué colorido de voz”

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  2. «Alguien dijo una vez que nuestra cabeza era redonda para que nuestros pensamientos pudieran volar en todas direcciones: no hay una forma específica de interpretar una obra, su forma es redonda como nuestras cabezas. La gente puede encontrar un camino personal, serio o divertido, emocional o agitado, todos los caminos son transitables» -M. Cattelan-.

    El italiano Maurizio Cattelan es uno de los artistas modernos actuales más provocadores, absurdos y controvertidos. Un auténtico y reconocido bufón de nuestro tiempo. Desafía a los puristas con propuestas polémicas y radicales. Cuestiona los valores establecidos. Desafía a nuestra sociedad, el materialismo, las autoridades y el propio sistema de arte contemporáneo. Y se ríe y desnuda la realidad de teóricos mitos.

    Sus obras usan del humor para satirizar la absurdez de la época actual y burlarse de la estupidez y tontería de su adocenada masa social. Son estímulos provocadores que, desde el humor, sacan a la superficie el enfado y esperan la respuesta del espectador para poder ser completadas. Desmitifican cultura, creencias, clichés, personajes icónicos. Renuncian a ser clasificadas, porque las clasificaciones -en su opinión- acaban siendo tan definitivas como las lápidas. No llevan títulos, porque sería tanto como grabar una broma en su propia tumba. Y no dudan, para poder ser materializadas, de servirse de la colaboración de otros (como Daniel Druet, maestro del modelado artesanal escultórico, que ha plasmado, haciéndolas vulnerables, las figuras de Kennedy, Juan Pablo II o Hitler).

    Un plátano pegado a la pared con un pedazo de cinta adhesiva (guiño a Warhol). Un inodoro de oro sólido de dieciocho quilates que funciona a la perfección (homenaje a Duchamp) y hasta fue robado. Un caballo embalsamado que cuelga del techo en un salón barroco. Un partido de fútbol entre un equipo de 11 inmigrantes norteafricanos y otro de 11 blancos formados por italianos del Norte. Una escultura de un Adolf Hitler, con cuerpo de niño, rezando una plegaría. ¿Dónde está el límite entre una obra de arte, una excentricidad o una tomadura de pelo? Vaya usted a saber. Pero, si el propósito del verdadero arte debiera ser dejar al descubierto las preguntas que han sido ocultadas por las respuestas, Cattelan al menos lo intenta. Otra cosa es que nos guste o no su arte. Pero, ¿tiene el arte necesariamente que gustar? O debe ir mucho más allá.

    P.D. «Contra toda opinión, no son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros» -Marcel Duchamp-.

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  3. Apreciado señor Chaves:
    He preparado un comentario a su artículo en referencia más, una vez escrito, no he podido enviárselo ya que no encuentro ninguna indicación al respecto.
    Gracias por cualquier ayuda al respecto.
    Cordialmente.
    Polemistes

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