Reflexiones vigorizantes

El placer de no viajar en avión

La estadística nos ayuda a embarcar sin temor en vuelos aéreos, pese a haber visto la última película sobre la tragedia del accidente de avión en los Andes sucedido en 1972. 

En cambio, me sorprende la preferencia por este medio de transporte tras mi último viaje de Asturias a Madrid, ida y vuelta.

Aunque muchos sonreirán con condescendencia, permítanme ofrecerle mis razones y perspectiva. Ya me ocupé en su día de los absurdos controles de seguridad y de lo que no debemos pensar en los vuelos, así que ahora me dedicaré a la concreta experiencia del vuelo.

Algo se anunciaba cuando tuve que pelear con la web de la compañía aérea para obtener la tarjeta de embarca sin dejarme arrastrar por pagos complementarios.

Lo de llegar con una hora de antelación a embarcar se comprende para garantizar el despegue puntual, pero es una tomadura de pelo cuando también tuve que comprender una hora de demora en embarcar por problemas de congestión aérea.

Y ahí estaba de pie, con mi mochila y un trolley, encarrilado entre dos calles de embarque, junto con otros doscientos viajeros. Como las ovejas en la línea del matadero, pero en este caso para mutar de especie animal, porque subimos al avión y parecíamos sardinas enlatadas (es afortunada la metáfora, porque las sardinas viven en el agua y van apretadas en un medio aceitoso, encerradas en hojalata, mientras que los pasajeros vivimos en tierra e íbamos apretados en el medio aéreo, encerrados por el fuselaje).

Veamos los momentos críticos:

Ir entrando lentamente, tirando del trolley por el pasillo, jalonado por otros pasajeros sentados, que te miran con la curiosidad de quien no tiene otra cosa que hacer. No deja de sorprender lo celosos que somos de nuestra intimidad, protección de datos y sutilezas similares, y como nos convertimos en modelo de pasarela por unos minutos (sin rechistar ni cobrar).

Avanzar por el pasillo como un tren de cercanías, parándote mientras el que te precede se acomoda y sufres el empuje del que va detrás. Eso si alguien no va en dirección contraria por extrañas razones.

Llegar a tu línea de asientos y comprobar con contenida molestia que te ha tocado el que no querías (el de la ventana porque te retrasa la salida, el del centro porque te sientes flanqueado por extraños o el del pasillo, porque tu ángulo visual te centra en los compañeros de celda y no el azul del cielo).

Intentar ponerte el cinturón sin molestar al pasajero de al lado, tirar con sutileza sospechando que tiene sus posaderas encima, ensayar tu mejor sonrisa de circunstancias para pedirle que libere tu cinturón y luego ya feliz, bajas la barrera del reposabrazos.

Luchar por usar tu reposabrazos. Puede darse una fila con tres asientos con un total de cuatro reposabrazos, y ya que los extremos son de uso exclusivo de los pasajeros de los laterales, los reposabrazos interiores deberían ser del que va en el asiento de en medio, lo que no suelen comprender los pasajeros afectados. La cosa se complica si el avión solo tiene dos asientos porque entonces el reposabrazos central es territorio de nadie a conquistar con codazos.

Soportar la charla de seguridad del azafat@ en varios idiomas, que nadie escucha con seria atención y que me temo, nadie sería capaz de cumplir si tiene lugar un accidente aéreo (si muchos no saben salir ordenadamente sin accidente, y todos se apelotonan para salir y avasallar…¿cómo actuarán en el caos del accidente?).

No olvidemos que nuestra maleta ha quedado en el compartimento superior (si nadie lo ha ocupado anteriormente) y que el abrigo lo hemos dejado embutido sobre aquélla, expuesto a que un azafat@ o pasajero llegue después y lo reordene al gusto, mientras lo contemplamos aterrados desde nuestro asiento.

El viaje es una lotería. No me refiero al pasajero que apura la llamada por móvil para decir que está en el avión hasta cuando se está despegando. Ni al que ronca con placer y da una serenata a los colindantes. Ni al alto muchachote de tu lado que a duras penas invade con sus rodillas tu espacio porque la alternativa de cortarlas salpicaría de sangre. No. Me refiero al niño que en un radio de dos metros se convierte en espectáculo para los que le rodean con el gozo de su padre o madre, alternando grititos (me recordó al comentario que se imputa a Valle Inclán, que paeando por la playa y recibiendo arena de unos niños que jugaban, exclamó:¡A ver cuando oímos a tus padres eso tan bonito de que te has ido al cielo!).

Lo bueno es que uno puede quedarse dormido profundamente sin riesgo de que se te pase la estación. O que tienes un tiempo precioso para meditar mirando fijamente la publicidad del cabezal del asiento de delante. O que descartas una posible claustrofobia a cambio de miles de contagios por proximidad bacteriana.

En fin, que las películas de aviones suelen girar en torno a varios temas: a) Terroristas que viajan en el avión para explotarlo o secuestrarlo; b) Catástrofes aéreas inminentes por fallos técnicos y en que un pasajero “casualmente” sabe pilotar porque los pilotos están indispuestos; c) Películas de acción en que el agente o el malvado pasean por las alas o el morro del avión, luchando a brazo partido, antes de saltar en paracaídas o sin él; d) Sucedidos entre pasajeros que por el azar de los asientos asignados, se conocen, enamoran o tienen intereses comunes, sobre los que se edifica la trama; e) Películas bélicas con héroes y malvados.

Así que me atrevo a añadir otro tipo de películas: Las que no sucede nada, pues con lo que pasa viajando, ya está servida la aventura.

Vale…admito que no es para tanto, y que soy un cascarrabias (con el atenuante de la edad), e incluso haré constar que lo realmente triste son las personas que no pueden viajar para alejarse de las tragedias (Ucrania o Gaza) o las que se ven obligadas a viajar en precarias condiciones buscando un mundo mejor (en patera o como trágicamente ha sucedido, en el hueco donde se esconden las ruedas del avión con funestas consecuencias).

En fin, tómese lo dicho como una reflexión de evasión propia de domingo…¡ Buen día!

4 comentarios

  1. Buenos dias a todos desde Càdiz, en este domingo de Carnaval, que a mi en la calle, no me gusta; pero entiendo lo bien que se lo pasa la gente. Otra cosa, en opiniòn de este bicho raro en lo tocante al Carnaval, es el concurso de agrupaciones en el G. T. Falla.

    Me alegro mucho cuando veo, leo, que la gracia ni es, ni debe ser, exclusiva de esta parte del sur de España. Mucho me reìdo con el artìculo de hoy.

    Lo del miedo, el yuyu en expresiòn «gadita», he conseguido superarlo. Los demàs inconvenientes, los comparto todos. Eso de cotillear sin maldad en lo que llevan los pasajeros, me ha pasado mas de una vez: esconden sus enseres como si uno se los fuera a robar o a espiar. «Que no picha, que solo es por entretenerme en esta cola del carajo», que se dice en nuestra lengua, no idioma, ¿ o si ?, aunque tenga mas de 3000 añitos.

    Mi medio preferido para viajar, con mucho, el querido tren, donde camino del destino, me rematado, cuando no preparado de inicio, mas de un juicio.

    Abrazos en forma de palplillos de colores , serpentinas y antifaces. .

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  2. Hay que ver como triunfan los remakes de las películas. Mejor leer el libro VIVEN, escrito por un superviviente de la tragedia.

    Manel Pérez

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  3. Acertada reflexión evasiva del Domingo en cuestión, señorías, lleva usted razones más que sobradas para todas sus argumentaciones que comparto, alegremente….domingo día de pingo y buen humor….

    Salvo grandes distancias donde el avión es lo más ventajoso, sigo pensando que automóvil o tren son experiencias más sanas y saludables para nuestro existir….

    Disfruten de lo leído y sed buenos si podéis

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