Situaciones absurdas

Emociones propias de la edad

Ayer viernes, en un inmenso parque acuático en las afueras de Madrid, podía verse una larga cola de visitantes esperando en las alturas de un tobogán para arrojarse cada uno con un enorme flotador, por dentro de un tubo de colorines, en un desenfrenado descenso a oscuras hacia la piscina. Entre la juventud podía verse un rollizo hombrecito, con edad para ser padre o incluso abuelo de los niños que le rodeaban, y mirada escrutadora como si fuese un entomólogo examinando una bandada de mosquitos en su ecosistema. ¿Qué hacía ese individuo allí, destacando como Wally entre el gentío?, ¿cumpliendo una penitencia, promesa o castigo?, ¿demostrando que dentro de su vieja carcasa todavía había un joven intentado salir?, ¿cumplía con la cuota para integración de la tercera edad?… Pues no. Sencillamente era yo, tomándome unos días de vacaciones, y cumpliendo con mi promesa de padre de llevar a mis dos hijos menores ­–Lara, de 14 y Álex, de 15– a Aquópolis, en Villanueva de la Cañada (Madrid), y como me pidieron que les acompañase en sus descensos (rápidos por tubos y toboganes), o ascensos (a elevadísimas estructuras arrastrando flotadores o el propio peso), pues no me pude negar. Vamos. No quise negarme pues lo cierto es que me enorgullecía que todavía (pongo el acento en toda la palabra, “todavía”) quieren que les acompañe en estas aventuras.

Cosas que se hacen por amor. Cuestión que me maravilla, porque les aseguro que nadie más lejos que yo de ese tipo de situaciones, de las que huyo despavorido. La última vez que les acompañé fue hace siete años en el modesto parque acuático de Cerceda (Galicia) del que hice mi crónica agridulce.

Y huyo de estos escenarios por muchas razones. No solo porque esas aguas son un fecundo caldo de bacterias. Ni porque las lesiones en pies, codos y rodillas aguardan en los golpes contra las paredes de los tubos o separadores de toboganes. Ni porque esté sometido al contraste del asfixiante calor con la fría agua. Ni porque mi corazón miliciano ya no está para sorpresas. No.

Es que soy un cascarrabias, lo admito. No me gustan las colas. No me gusta esperar. No me gusta rodearme de desconocidos. No me gusta compartir espacio con personas que en su mayoría exhiben tatuajes, argollas, cortes de pelo propios de brujería, ni de los que disfrutan gritando y haciendo tonterías. No me gusta invertir media hora de mi vida haciendo cola con un flotador para disfrutar veinte segundos de supuestas emociones.

No me gusta esperar en bañador, mojado e indefenso a que toque un pitido un trabajador del parque para ser tragado por un tubo. No me gusta verme zarandeado a velocidad vertigiosa para hundirme en aguas remansadas de las que salir rápidamente antes de que llegue el próximo obús humano. Ni me gusta tampoco salir de la pila tras este breve viaje acuático mientras me observan jovencitos, algunos grabando con móviles para quizá proclamar mi imagen hacia las redes sociales.

En fin, que no me gusta sufrir emociones de temor o ansiedad, ni las que depara la vida natural, ni mucho menos las provocadas artificialmente.

Por eso creo que mi pequeño sacrificio, compartir atracciones acuáticas con mis dos hijos menores, merece la pena, y no me arrepiento. Afortunadamente todavía respiro y puedo subir las escaleras de los toboganes sin ayuda y sin jadear.

Todavía su padre le demuestra que sabe estar, que puede compartir con ellos las diversiones, que no tiene sentido del ridículo cuando no hay que tenerlo, que me compensan sobradamente los sinsabores de la bajada el verlos disfrutar con ilusión… Eso sí, ahora que no me escuchan, les confesaré que en uno de los descensos con flotador en bajada desbocada seguida de inmediata subida por rampa regado todo de agua, cuando llegó nuestro turno, o más bien, cuando llegó el mío –pues mis pequeños ya corrían a iniciar el descenso-, el encargado me hizo pesar en una báscula, y con pena me dijo que no podía subir porque excedía el peso máximo. Le dije que no se preocupase, que me venía muy bien la coartada para no bajar. Así que, me quedé de observador en esa atracción y les puedo asegurar que en este caso, mi rostro ocultaba íntima satisfacción.

En fin, esto sucedió ayer. Ayer tenía un kilogramo de más, y hoy tengo un año de más. Así que hoy sábado 8 de julio, celebraré mi cumpleaños acompañándoles a un safari (no es en África, sino en Aldea del Fresno, el Safari Park) y creo que en esta ocasión, disfrutaremos, aunque espero que los felinos entiendan que no les compensa las arrobas del visitante si se trata de carne añosa.

Como queda claro que voy estando redondo, y en la vida las cifras hay que redondearlas, si redondeo al alza los días que tiene cada año, no miento si les digo que cumplo 56 añitos.

Hala, voy por el salacot, el rifle y la mastercard.

4 comentarios

    1. Muchas felicidades J. R. Que bonito cumpleaños convirtiéndote y comportándote como cuando eras niño; que yo diría que eso fue hace cuatro días. A seguir así todo el verano. Un gran abrazo de Maricha y Gabriel

      Me gusta

  1. Llega un momento en la vida en que la mejor forma de celebrar el cumpleaños pasa por romper las reglas. Debes ser tú el que regales. Renunciar generosamente a tus no me gusta o buscar me gustas comunes para compartirlos y hacer felices a quienes quieres. Porque ese privilegio de cumplir años solo tiene auténtico sentido por -con y para- los tuyos. A ellos, como si fuera un premio, debe ir dedicado el cumpleaños. Porque son ellos los que hacen que nuestra vida respire, disfrute y no esté bajo cero.

    Esto que, a ojos de la ortodoxia, pudiera parecer algo impropio, demuestra, por el contrario, que has llegado a la edad donde ya no cumples años… cumples equilibrio, sentido vital correcto y ¡sabes lo que quieres! Confirma que tu espíritu, a diferencia de tu cuerpo, sigue creciendo y no envejece. Y es señal inequívoca de que has llegado al punto en que eres capaz de reirte tus ridiculeces, manías, severidades y contradicciones. En suma de tu insignificancia. Y amigo, eso es mucho. Significa que te has quitado de encima la hojarasca y la tontería de tu yo oficial (vanidad, soberbia, egocentrismo, formalidad y narcicismo) y te has encontrado con tu «propia» persona.

    Decía Michi Panero, con toda la razón, que en esta vida todo es perdonable menos ser un coñazo. Pero esta sociedad es, cada vez más, se ha convertido un colectivo de brasas, pesados y superfluos que, como mosquitos de verano, nos atosigan y no nos dejan en paz. Afortunadamente disponemos del repelente natural -sin efectos secundarios- de sus publicaciones. Originales, divertidas, sencillas -en apariencia-, irónicas y, sobre todo, profundamente humanas y sanas.

    P.D. De todo corazón, felicidades, José Ramón. Y gracias por su regalo de cumpleaños en forma de artículo.

    Le gusta a 2 personas

  2. ¡Feliz cumpleaños, José Ramón!
    Cómo visitante con niños tanto del parque de Cerceda como del de Villanueva de la Cañada me he visto reflejado en tus divertidas crónicas. Ay, los tatuajes…

    Un abrazo

    Me gusta

Gracias por comentar con el fin de mejorar

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.