Claves para ser feliz

El mejor propósito es no agobiarse con propósitos

Siempre maravilla la nochevieja y el año nuevo. Son días de tregua (no trabajar, no agobiarse) en que todos queremos ser mejor de lo que somos, queremos recordar y ser recordados, y enviamos cientos de mensajitos por guasap, para recordar al destinatario que estamos ahí y que nos importa. Además las familias se aproximan, contactan y reúnen con buena voluntad.

Definitivamente, es mágico conseguir que gran parte de la humanidad toque al unísono la misma melodía de amor, francachela, buenos deseos y regalos. El problema es que ese espíritu no es permanente y la realidad se impone. Nos quedamos anclados en la nostalgia de la Nochevieja, cuando tenemos por delante 364 «Nochenuevas».

Los seres humanos dividimos el tiempo, aunque no existe linealmente, y cuando se inicia un nuevo año, se produce una sensación de apertura de una nueva etapa. Momento de propósitos. Momento de cambio. Momento de decisiones. Cuando comienzo cada año, retorna el niño que abría los libros escolares nuevecitos y se prometía cuidarlos y sacarles provecho.

Sin embargo, llega una edad (unos antes y otros después) en que no quieres cambiar nada, en que no quieres añadir nada, en que solo quieres conservar lo que tienes. Que no te falte la salud. Que no te falten tus familiares y amigos. Que no te falten cincuenta euros en el bolsillo. Que no te quiten las convicciones firmes sobre las que apoyas tu vida. Que la memoria no falle más de lo que sea útil para perdonar o no mortificarse.

Así que nada de proponerme aprender un nuevo idioma (chapurreando el inglés y el italiano, me arreglo). Nada de construir una tableta de abdominales (mantendré la belleza elíptica de mi barriguita). Nada de ahorrar para comprarme algo tan caro que nunca amortizaré (me basta con lo que tengo y lo que debo, manteniendo la solvencia en la línea de flotación). Nada de escribir sobre cosas que realmente no me entusiasmen (tengo alguna idea, solo falta que lo rutinario no mate lo creativo).

Por eso, no escribiré nada en el folio en blanco de este año que empieza. Sencillamente habrá que vivirlo en cada instante.

Eso requiere un esfuerzo de actitud personal:

  • Sonreiré más a menudo.
  • Releeré lo que disfruté o me impactó.
  • Seré más tolerante porque nada consigo con enfadarme ni voy a convencer al necio.
  • Encontraré más tiempo para mí y mis ilusiones.

A veces pienso lo bueno que sería que por eso del calentamiento global y desapareciendo las estaciones, por ley o acuerdo de Naciones Unidas, o del papado, los años tuviesen tres estaciones y se ajustase la duración del año a la cifra redonda de cuatrocientos días. Automáticamente, todos tendríamos un diez por ciento menos de edad. En mi caso, unos cinco años, lo que no está nada mal. Eso sí que es un buen regalo y un buen comienzo de año.

En fin, abrochémonos los cinturones para el viaje de este nuevo año, y no olvidemos la advertencia de Séneca: “La vida es una comedia: no importa cuanto dure, sino como se representa”. Y no olviden que el mejor actor es el que aporta su propia creatividad e improvisación.

¡Nos vemos!

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