Educación

Las normas están para algo

Salt-Lake-Juvenile-CrimeMe entero de la horrible noticia de que un elefante mató a un turista en Etiopía, quien apartándose de las reglas del safari y de los consejos de los guías se aproximó demasiado para tomar mejores fotos, sufriendo el ataque del animal que posiblemente se sintió acosado por un humano que rompía la rutina a la que se había acostumbrado.

Días antes había leído que un joven turista, como otros tantos imprudentes bajo el efecto del alcohol, había saltado desde el balcón del hotel a la piscina con resultados fatales. Y también el caso de la modelo ucraniana de 16 años que embriagada y como pasajera en coche a gran velocidad grabó en youtube el accidente mortal.

Basta leer las noticias luctuosas para percatarse del acierto del Eclesiastés de que “Quien ama el peligro, en él perecerá”, puesto que si alguien acomete una actuación excepcional, desafiando las normas, tiene grandes papeletas para obtener un resultado igualmente excepcional, y a veces, trágicamente excepcional.

No seré yo quien santifique las normas pero sí creo que merecen respeto, especialmente las reglas básicas. Y algo está fallando cuando personas en la flor de la vida, o cuya cultura debe presumirse, cometen errores torpes y fatales.

payaso1. En efecto, es cierto que la observancia de la totalidad de las leyes y de las normas que regulan desde el tráfico hasta la composición de las empanadas, pasando por los lugares de paseo canino u horarios de riego, podría llevarnos al bloqueo mental o a convertirnos en autómatas, sin espacio para la imaginación, la crítica o la vitalidad.

Ahora bien, lo que sorprende sobremanera en una civilización avanzada, con infinidad de garantías para intentar que las normas solucionen problemas, con acceso a toda la información posible, es que no seamos capaces de controlarnos a la hora de descontrolarnos.

Una cosa es aparcar unos instantes en sitio prohibido (cosa que también puede deparar sorpresas ya que a nuestro juicio puede resultarnos absurda la prohibición de estacionamiento y luego encontrarnos con nuestro coche aplastado por un edificio ruinoso que no vimos), y otra muy distinta dejar de lado toda precaución, sin dedicar un mínimo de reflexión valorativa al tomar la decisión de riesgo de saltarnos la norma.

2. Pienso que no somos los mismos en cada hora, escenario y situación del día, ya que nuestro estado de ánimo, perspectiva y valores cambian. Queremos creer que nuestra personalidad y mente son únicas y que actúan de forma semejante ante semejantes situaciones, pero no es cierto, puesto que distinto contexto provoca distinta respuesta.

muchosEstá probado que tras pasar con el vehículo al lado de un accidente de tráfico, todos nos volvemos inconscientemente mas prudentes, bajamos la velocidad y vamos mas alerta. Tras enterarnos de una enfermedad cancerígena de un amigo, solemos reajustar, por poco tiempo, todo hay que decirlo, los propios hábitos nutritivos y vitales. Es más, no conduce con igual respeto a las normas de seguridad de tráfico un joven que un adulto, ni quien conduce solo que acompañado, ni si va al trabajo o si se regresa, ni si se viene de un museo o de una boda. No. Cambia nuestra actitud pero curiosamente nos cambia la percepción de las normas.

3. ¿Cuáles son las razones de que nos saltemos las normas elementales?. Y no hablo de canallas, malvados o delincuentes.

  • A veces, porque nos creemos mas listos que nadie, y consideramos que la norma está mal hecha y con derecho a no cumplirla.
  • Otras porque nos sobrevaloramos, y aunque consideramos que la norma está bien, nosotros nos creemos muy grandes y capaces de evitar los riesgos.
  •  Otras porque sencillamente “tenemos la cabeza en otra parte” y las preocupaciones nos distraen de las normas.
  • En ocasiones, porque un poco de riesgo resulta rentable para el éxito de una aventura, como algunos alcornoques que se toman selfies en sitios tan inverosímiles como peligrosos, a la caza de un minuto de efímera gloria.
  •  Ello sin olvidar, esa falacia que se alza en el mayor enemigo de la razón: “como casi nadie lo cumple pues yo tampoco” (que por cierto sufro en mis carnes este verano cuando intento convencer a mis hijos para ponerse el casco al montar en la bicicleta).

4. Fenómeno aparte es el atolondramiento juvenil, que lleva a muchos jóvenes a poner en riesgo sus vidas y salud con excesos de alcohol, drogas o deportes de riesgo extremo, aquejados de esa sensación de euforia invencible que da un cuerpo fuerte envuelto en una ignorancia supina.

2014 03 03 Llanes 330 EspigonOtra cosa son las torpezas que todos hemos cometido, yo el primero, cuando no tienes uso de razón y desafías tus propios límites; aunque yo he superado con creces el máximo de vidas del gato, el duro ejemplo que me quedó marcado en la infancia fue el de una visita al puerto de Llanes un otoño en que una horrible ventisca impedía el acceso por el espigón que se adentraba en el mar (por entonces sin cubos de piedra ni cascotes ni refuerzos); se ofrecía la barra del espigón envuelta en temibles olas, espuma y fragor. Un compañero escolapio, ignorando los gritos y advertencias de vecinos y amigos que desde lugar seguro contemplaban el espectáculo, se adentró caminando en la barra bajo la lluvia, sonriendo e incluso dando al respetable cortes de mangas, con su mochila verde… que fue lo último que pudo verse. En cuestión de instantes, aceptando el desafío, un golpe de mar se elevó por un lateral, lo envolvió y barrió la superficie para hundir lo captado en el otro lado del espigón. Nunca mas volvimos a verle.

Absolutamente real, y si la letra con sangre entra, el trágico suceso me dejó profunda huella y una enseñanza a un precio desorbitado, pero que me hizo madurar de golpe. La naturaleza no entiende de cortesías ni códigos religiosos, y al igual que el elefante dio un trompazo a quien se pasó de la raya, el mar asestó su golpetazo a quien se adentraba en sus dominios, un día de furia.

5. Por eso, a veces pienso que mas que clases de educación cívica o estudiar las normas, lo suyo sería sencillamente inocular en las mentes el sentido último del derecho y las normas. Que las normas están para algo. No para que cada uno las interprete al gusto ni para saltárselas sino para comprender que están al servicio de todos.

Y es que las normas (jurídicas o de convivencia), podrán acertar o fallar, pero son fruto de la voluntad democrática y de informes o estudios técnicos (o de la experiencia), por lo que en principio deberíamos respetarlas, o al menos, pensarlo en frío antes de saltarlas.

Da rubor recordar algo tan simple como que las normas están para algo, pero a la vista de lo que nos ofrece el día a día, me temo que no sobra.

rebelde6. Si queremos vivir en sociedad debemos cumplirlas y no ser tan egoístas de alzarnos en reyes que podemos derogarlas o interpretarlas a capricho. Basta pensar la frivolidad de quienes gritan la madrugada del sábado perturbando el descanso ajeno y lo quejosos que se vuelven esos mismos salvajes si les despierta ese domingo por la mañana el ruido del taladro del vecino.

Es difícil cultivar la empatía, el ponerse en lugar del otro, pero de lo que estoy seguro es de que ese aprendizaje a respetar al otro, a tratarle como nos gustaría que nos tratasen, a comprender sus razones y contexto, todo eso, o se aprende en la infancia y juventud, o no se aprende. 

Cuando asisto al triste espectáculo de  algún energúmeno que grita o amenaza para defender su derecho, que ensucia los lugares comunes o que golpea con desdén el mobiliario urbano, o que confiesa feliz a sus colegas sus últimas tropelías o burla de las normas, siempre me pregunto: ¿pero que clase de educación ha recibido este sujeto?, ¿en qué nos hemos equivocado la sociedad, o sus padres?

7. En este punto, y siento que hoy toque reflexión con aullidos a la luna, me preocupa muchísimo el declive, desdén y postergación de los cuentos clásicos de la infancia (Grimm, Andersen, Perrault, Esopo, etc) que tanto me enseñaron y que leía y releía hasta el desgaste.

En cambio, hoy día los pequeñuelos (pese a los esfuerzos de padres, docentes y administraciones educativas) tienen el enemigo en casa, donde les aguardan cachivaches tecnológicos con juegos absurdos sin moralina ni moraleja alguna, que tratan de imitar el mundo de los adultos o de ofrecer juegos competitivos, repetitivos o cargados de ruido y luces. Por supuesto que admito que puedan jugar a ello pero no que tales juegos sustituyan la lectura, el alimento de la imaginación y la forja de sentido cívico a golpe de cuento con final feliz, didáctico y redondo.

Sé que casi nadie compartirá conmigo mi opinión, pero creo que el cuento de Los Tres Cerditos, el Patito Feo o Pinocho, son auténticos regalos para formar en valores, mas efectivos que tostones éticos y que enérgicas regañinas o castigos.  Lo que no sé es como encajarlo en los hijos del botellón y el WhatsAPP.

miradasMe temo que el peaje pagado para conseguir la tranquilidad de los pequeños a corto plazo (“no molestan”, “todos lo tienen”, etc) será altísimo cuando sean adultos en términos de interiorización mental de las reglas de la vida, de los valores, de la cortesía, del respeto, etc. Y es que como no me canso de decir, los que no leen literatura no saben lo que se pierde.

Quizá me equivoco y soy fatalista, o sencillamente que pese a que intento negarlo, ya soy de otra generación. Hoy soy un homo scriptor del montón, pero lo terrible es que me temo que también soy un homo lector, a extinguir.

2 comentarios

  1. Efectivamente es así como piensa y vive una mayoría de personas. Lo que prevalece es el «yo» «me» «mi» lo demás es secundario. Empatia? Solo usar las cosas y las personas como pañuelos de usar y tirar. El gran problema es que los docentes nos sentimos impotentes y atrapados cuando analíbamos los efectos de nuestras prácticas y vivencias con nuestros alumnos. Cuando no son los padres los primeros en impedir el cumplimiento de las normas es la propia administración como aquello de «el cliente siempre tiene razon» Algo muy fuertemente ha de suceder para que el docente se sienta seguro y respaldado. Con tanta inseguridad, también por parte de los padres, los cuales andan por una cuerda floja en cuanto al autoridad, hay en efecto una mutación de valores y moral tan necesarios, no sólo para la vida, propia, también para la convivencia!

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