Reflexiones vigorizantes

El nombre de la rosa es lo que queda

La vida es como una rosa, lleva su tiempo florecer, y muestra espinas, color y fragancia… hasta que se marchita.

Cuando era joven (ahora soy menos joven) vi la película “El nombre de la rosa” (Jean-Jacques Annaud, 1986) basado en la novela homónima de Umberto Eco. Incluso posteriormente me adentré a leer el libro (confieso que saltándome partes por aquello de haber colmado el suspense y por numerosas citas sin traducción y referencias con grandes dificultades de comprensión para mí).

Eso sí, más recientemente me leí íntegramente las “Apostillas al nombre de la rosa” (Lumen, 1984) que realizó el propio Umberto Eco para aclarar muchas cosas.

Entre ellas, la del título de la película y la novela, que la mayor parte de la gente captaba con la serenidad de quien contempla las mareas, una sinfonía o un plato sabroso: con toda atención pero sin indagar en explicaciones.

El autor confiesa que el título provisional era “La abadía del crimen” pero lo descartó porque fijaba la atención del lector solamente en la intriga policial, y que su sueño era titularlo “Adso de Melk”, pero a los editores no les servía solamente el nombre del narrador de la historia, así que escuchemos al propio Umberto Eco:

La idea de El nombre de la rosa se me ocurrió casi por casualidad, y me gustó porque la rosa es una figura simbólica tan densa que, por tener tantos significados, ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, los rosacruces, gracias por las espléndidas rosas, rosa fresca toda fragancia. Así, el lector quedaba con razón desorientado…

Sin embargo, con la técnica del suspense, la novela dedica la última línea a la explicación pues expone un hexámetro latino final:

stat rosa prístina nomine, nomina nuda tenemus

Su traducción más popular es “de la rosa solo queda el nombre, nombres desnudos tenemos”.

Como confiesa el propio Umberto Eco, se trata de un verso extraído del «De contemptu mundo» de Bernardo do Morliacense, un benedictino del siglo XII, en la idea de que cuando todo desaparece solo quedan meros nombres. O sea, el lenguaje sirve para hablar tanto de las cosas desaparecidas como de las inexistentes.

Es el mismo verso que inspiró a Jorge Luis Borges el poema “El Golem” cuando afirma que “el nombre es el arquetipo de la cosa/ en las letras de rosa está la rosa y con el Nilo en la palabra Nilo”.

Me pareció muy sugerente la idea de que cuando una rosa se marchita y se pudre o desaparece, como todo en esta vida, solo nos queda el nombre, una referencia que nos sirve de anclaje para nuestros recuerdos. Cuando las cosas o las personas ya no están, su nombre tiene un poderío de buscador de perlas que en las profundidades de nuestra memoria trae a la superficie lo que eran.

Viene al caso lo que digo porque, por razones familiares visité el cementerio local, y he visto el recinto atestado de tumbas y nichos, cada una singularizada con la sola mención del nombre o nombres de los enterrados, y pensé que esas palabras tan simples (un nombre, una fecha de nacimiento o muerte), son el anzuelo para la memoria del visitante de lo que fueron o en lo que quedaron está en esa última morada. El nombre es la llave para recordar sucesos, situaciones, alegrías y penas.

Al final, ricos y pobres, poderosos y débiles, Sócrates y sus verdugos, Julio César y Cleopatra, Alexander Fleming y Madame Curie, Mozart y Sinatra, Brunelleschi y Rodin, Cervantes y Cristóbal Colón, o cualquier otro personaje (principal, secundario o extra de eso que llamamos vida), solo existen por sus nombres, los que nos permiten extraer su pasado de nuestra memoria, que previamente hemos alimentado con lo leído, oído o investigado, o compartido, con algunos retales de su vida. Por muy buena que sea su obra (artística, literaria o musical, por ejemplo) solo recordaremos esa obra y quedará el nombre de su autor como simple etiqueta de una gran joya. De hecho, tanto Umberto Eco como Sean Connery son dos nombres que nos evocan de forma instantánea su obra y no su persona.

Y si hablamos de nuestros familiares, el otro día comentaba a mis hijos que en la línea de sus bisabuelos solo quedaban los nombres y un puñado escaso de anécdotas, pero de los tatarabuelos y sus antecesores no quedaba nada. No quedaba el nombre, el apellido nada rescata, y la persona ha quedado sumida en el mar del olvido.

Curiosamente lo mismo sucede con las cosas que en un momento de nuestra vida valorábamos, y que conforme vamos cambiando pasan al trastero físico de lo que no usamos, o al trastero emocional de lo que no admiramos o no vivimos. Nuevamente viene al caso, porque también esta semana visité una residencia de ancianos y comprobé que las habitaciones eran reducidas de tamaño y de sobriedad sobrecogedora, propias de monasterio benedictino por cierto, lo que me hizo pensar en la paradoja de que, cuanto mayores somos más cosas dejamos atrás pues menos necesitamos, y nos liberamos de libros, cachivaches, coches, residencias, obras de arte, música,etecétera.

No digo nada nuevo, pero todo esto lleva a valorar más las pequeñas y sencillas cosas, como lo que describe Horacio en su «Beatus Ille», y que intento envuelva mi descanso, cuando proclama: Feliz aquél que, ajeno a los negocios (…) aprecia la calma de la naturaleza:

Grato es yacer bajo una vieja encina
o sobre espeso prado.
Mientras, fluye el arroyo por su cauce, 
trina el ave en el bosque
y hay un rumor de fuentes manantiales
que invita a sueños leves.

En fin, este artículo es una simple reflexión para que no nos haga perder la perspectiva de lo que vale realmente en la vida. Vivirla en presente, forjando lazos amistosos y experiencias compartidas con quien posiblemente recordará nuestros nombres, y entonces resucitaremos por un tiempo. Según hallamos sembrado, así será el fruto cosechado en la memoria ajena. Después, cuando la rosa se marchite solo quedará el nombre…

NOTA FINAL.- Si alguien puede y quiere aquí está mi artículo sobre La Vuelta al mundo de Umberto Eco con sus veinte citas sobre escritura y lectura.

5 comentarios

  1. Magníficas reflexiones.
    El tema de los bisabuelos/tatarabuelos me «preocupa» desde hace un tiempo. Por razones fácilmente imaginables, tengo en mi poder todas las fotos que había en casa de mis padres. Y en ellas aparecen mis padres, mis tíos, mis abuelos… y mucha gente más. De algunos conozco los nombre, de otros nada. Y no tengo a quién preguntarle.
    Y me planteo, a menudo, que mis hijos posiblemente ya no reconozcan ni siquiera a mis abuelos ni a mis tíos, a pesar de que alguna vez les he enseñado las fotos y dicho quiénes son. Es el avance del olvido. No sé cómo evitarlo (o minimizarlo, más bien). Siempre pienso que debería hacer un álbum fotográfico familiar y ubicarlo en algún sitio en internet, pero nunca me decido.
    En fin, disculpa el rollo. Es sólo una reflexión en voz alta (más bien, en escritura) al hilo de la tuya.
    Muchas gracias por escribirlas. Un cordial saludo

    Fdo. Joaquín Noval

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  2. Hola de nuevo Dr. Chaves,
    Permíteme «acotar» una idea: tengo para mí que la «trama» que el Dr. Eco tejió se basaba, a mayores de lo mencionado en tu excelente post, en el proceso de enseñanza del «menos joven» Adso de Melk, con dos ideas fuerza: la risa (atributo primordial para la vida plena, la llave de «la lujuria del intelecto», y que el abad de la abadia trata de ocultar y ningunear al coste humano (suspense y drama) que sea en su afán de mantener el monopolio de la Iglesia) y la rosa (la belleza de la chica, que propicia su paso a un tiempo distinto de cuando el protagonista llegó a la abadia, y de la que no llega a conocer su nombre).
    Entonces, pudiera ser que el Dr. Eco, el alter ego del otro protagonista, el perspicaz fraile franciscano Guillermo de Baskerville, utilizase para titular su magna obra el palabro «rosa» y no «risa» que es el hilo conductor del suspense y drama narrativo, en línea con el cuidado que imponía estar cerca de las «miradas» del dominico inquisidor Bernardo Gui. Así, de esta forma, el Dr. Eco hace suyo la lección de escritura del enorme Joseph Conrad: «El autor solo escribe la mitad del libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector».
    Desde León, un abrazoT.

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  3. 1. Me gustaría recordar esta escena y diálogo inolvidables sobre la naturaleza de la risa (https://youtu.be/91LcEnZVdhM):

    «JORGE DE BURGOS: (gritando) ¡Un monje no debe reír! ¡Solo los tontos se ríen!
    (Baja la voz para dirigirse a Guillermo de Baskerville)
    JORGE DE BURGOS: Espero no haberlo ofendido hermano Guillermo, pero oí personas riéndose de cosas risibles… Aunque ustedes los Franciscanos son una orden donde la alegría se contempla con indulgencia.
    GUILLERMO DE BASKERVILLE: Sí, Es cierto, San Francisco tenía mucha tendencia a la risa.
    JORGE DE BURGOS: La risa es un viento diabólico que deforma los rasgos de la cara y hace que los hombres se vean como monos.
    GUILLERMO DE BASKERVILLE: Los monos no se ríen… La risa es un atributo propio del hombre (….)»

    La risa es una ¡vacación instantánea! siempre saludable. Un veneno contra la oscuridad y el miedo que, gracias a su lenguaje natural, nos hace luminosos, nos sana con alegría y nos transforma en iguales .
    Por eso es tan peligrosa para algunos. Por eso, desde siempre, ha sido perseguida por fuerzas oscuras con los más variados disfraces y las más burdas excusas . Por eso sin risa no hay vida humana sino pervivencia animal.

    2. Sobre el recuerdo de desaparecidos -familiares, famosos o extraños- más allá de por su nombre.

    En 1839, nació en París, la fotografía post mortem (memento mori) como forma alternativa de recordar a los difuntos. Se trataba de mostrarlos sentados o de pie, solos o acompañados de su familia, como si siguieran vivos o dormidos (recuerden la película «Los Otros» de Amenábar).
    Debido a la alta mortalidad infantil -el 15% moría al nacer, otros muchos por sarampión, viruela y hambre-, la limitada esperanza media de vida de la población adulta -40 años- y la existencia de epidemias -de tifus y cólera- que mermaban la población, era la forma que los vivos tenían de anestesiar su dolor y honrar a sus deudos.
    Hoy nos resulta impactante. Pero cada época tiene su propio «trastero emocional» -acertadìsima expresión, José Ramón- que hay que saber contextualizar, respetar y entender.

    3. Sobre la liberación de necesidades conforme pasa el tiempo. Según nos vamos haciendo mayores descubrimos que la satisfacción de una necesidad crea otra. Al final, las necesidades materiales se acaban convirtiendo en una suma de nadas. Por eso, acabamos comprendiendo que lo que de verdad importa es el concepto que uno tenga de sí mismo, su crecimiento personal y creer y apostar por uno mismo. Se llama autorealización. Todo lo demás, con la salvedad de las necesidades afectivas y del comer, es provisional y prescindible.

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