Encrucijadas vitales

Jabalíes de cuatro y dos patas

Hace poco tuve una experiencia terrorífica. Caminando al atardecer con mi esposa y el perro pastor belga, por una zona boscosa flanqueada por una pradera, escuché chillidos agudos en la lejanía. Mi mujer me preguntó si sería un gato y le comenté escudriñando la procedencia, que me recordaba la matanza de cerdos en Salamanca. En ese momento, vimos que a unos doscientos metros salían de un seto unos cinco jabalíes de gran tamaño y corrían en nuestra dirección. La adrenalina nos espoleó mientras nos gritábamos recíprocamente un desesperado “¡Corre, corre…!», lo que pareció entender bien nuestro perro.

Estábamos a tan solo cien metros de la casa, pero en unos instantes al voltear la vista vi que habían recortado la distancia a velocidad de vértigo, y los chillidos eran más penetrantes. Corrían más rápidos que nosotros, podíamos adivinar los colmillos afilados y su piel dura como un escudo, frente a la que mi palo era un palillo frente a un rinoceronte.

  No me pasó la vida velozmente como una moviola porque estaba ocupado en trotar lejos de la amenaza.

 Conseguimos alcanzar la esquina inmediata a la casa y mirando hacia atrás, a unos cincuenta metros se había detenido la manada.

 Jadeamos felices, pero con palpitaciones sin cuento. No sabíamos las razones por las que los jabalíes escapaban de algo o alguien, pero sí sabíamos que nos habían tomado como una amenaza.

  Si no hubiésemos corrido, posiblemente no estaría escribiendo esto, o haciéndolo desde un hospital.

Ni que decir tiene que al llegar a casa, me abalancé en internet para intentar comprender el ataque y como prevenirlo en el futuro.

Ahí me enteré que suelen atacar si sienten peligro las crías, o si son acosados, y también de cuatro estrategias: alejarse de la hembra; no situarse en la vía de escape de los animales; subirse a un árbol, y no darles la espalda porque si se pierde el contacto visual entonces nos perciben vulnerables.  Los cuatro  consejos me parecieron tan buenos como inútiles; el primero porque cualquiera se aproxima para determinar el sexo del animal; el segundo, porque averiguar la vía de escape para. que se sienta seguro el jabalí no creo que lo sepa ni el mismo; el tercero, porque no había ningún árbol cerca y lleva tiempo plantarlo; y el cuarto, no me imagino corriendo de espaldas viendo las fauces y colmillos de los animales.

 Eso sí, decía que suelen salir al atardecer, así que se acabaron los paseos a esa hora. Mas vale quitar la ocasión y la tentación a los jabalíes. Además ni la suerte ni el cartero suelen llamar dos veces.

 Es verdad que con treinta años en los montes de Ardisana en Asturias, fuimos a la cima con varios amigos y pusimos nuestra tienda de campaña al anochecer. Al amanecer sentimos ruidos en el exterior, zarandeo de la tienda y ruidos guturales… Nos quedamos paralizados por si se trataba de un oso pardo, de los que entonces todavía existían. El empuje sobre la tela de la tienda era cada vez mayor. Con calma me dispuse a bajar la cremallera de la tienda para ojear el exterior. La abrí con rapidez y me aparté para que nuestros temerosos ojos contemplasen la visita: una cabeza asomó por la abertura y nos miró con sus ojos de vaca y pequeños cuernos…El susto fue morrocotudo.

Pero volviendo al caso de los jabalíes, lo cierto es que las experiencias que nunca viviste te hacen sentir lo que nunca sentiste, así que toca reflexionar.

 Lo más inmediato es sorprenderme de que en tiempos en que todo son señales, prohibiciones y multas por minucias, para conjugar riesgos, se tolere la existencia de estos animales en número y condiciones que suponen un riesgo serio para la vida y seguridad de las personas. Por lo menos que pongan señales de advertencia del peligro a los paseantes (igual que las hay para avisar a los conductores de vehículos de la caza). Y lo digo admitiendo que quizá los pobres jabalíes estaban más asustados que nosotros y que son animales con derecho a vivir, pero defender la naturaleza desde un sofá es más cómodo que cuando la naturaleza te amenaza.

Luego pensé en cómo te puede cambiar la vida en un instante, por grandes catástrofes (como en el incendio de Valencia) o por pequeños incidentes (como el de los jabalíes) y todo por estar en el lugar inadecuado en momento equivocado.

Pensé incluso que que en la vida cotidiana no somos conscientes de que cada día que paseamos por zonas lindantes a carreteras, jugamos a la lotería de que algún vehículo descontrolado y veloz se tope con nosotros, como si fuere un jabalí de hierro.

Y como no, acechan personas como jabalíes, dispuestas a atacar en manada y hacer daño, y bueno es saber como afrontar las situaciones. Mejor no enfrentarse a quien no tiene reparos en enfangarse o usar malas armas. Esos jabalíes de dos patas sí que son peligrosos y bueno es saber reconocerlos, porque a veces van disfrazados de autoridad, las más son víctimas de su ignorancia, y otras cargados de sustancias. Los malvados como los jabalíes tienen su propia inteligencia y código de actuación, y eso nos hace adoptar actitudes de precaución en vez de persuasión. Me temo que los jabalíes, los rinocerontes y los canallas, atacan sin escuchar razones.

Por alguna extraña razón, me apetecen las fabes con jabalí…Si quieren acompañarme…

2 comentarios

  1. LA ZORRA Y EL JABALÍ (versión libre y adaptada de la fábula de Esopo)

    En un bosque asturiano, cercano a la parcela donde habitan José Ramón Chaves y familia, su travieso e inquieto perro y sus -cada vez más- escasas gallinas ponedoras, vivía un gigantesco jabalí. Todas las tardes salía presto y ufano de su refugio para ver cómo seguía el mundo, poder ejercitarse y mantenerse en forma, marcar su territorio y frotar sus enormes y poderosos colmillos contra el tronco de un árbol.

    Una tarde apareció por la zona una zorra. Hacia un tiempo que había abandonado el lugar tras ser acusada –ella decía que injustamente- de haberse llevado unas gallinas. Comoquiera que allí se vivía bien, los vecinos eran educados y había transcurrido un periodo suficiente para que venciera la prescripción y empezara a olvidarse o perdonarse lo sucedido, se atrevió a volver. Manteniendo una prudente distancia de seguridad, interpeló al bronco, indómito y montaraz puerco salvaje:

    – Disculpe que le moleste Sr. Jabalí, ¿le importaría explicarme por qué está afilándose los dientes en este lugar si Sevach y los suyos son gente pacífica, respetuosa y comprometida con la naturaleza y las leyes naturales y en los alrededores no existen cazadores, ni animales que puedan hacerle sombra?

    Mirándole con cierto desdén e indisimulado tono molesto del que cree estar aclarando lo obvio, contestó:

    – Tiene razón Sra. zorra, no hay ningún peligro que me aceche en estos momentos. Pero, precisamente por ello, aprovecho estos momentos de tranquilidad para poner a punto mis colmillos y poder combatir con plenas garantías a cualquier animal o persona que ose poner en peligro o acabar con mi vida, hacienda y familia.

    MORALEJA.- Estar preparado para hacer frente a cualquier problema es la forma más eficaz y directa de poder resolverlo cuando aparezca.

    P.D. Aunque pueda parecer un contrasentido a veces es conveniente ser jabalíes de dos patas. Sin ir más lejos, en esta “koldiana” semana, un Putin, cada vez más perverso, aterrador y siniestro, ha amenazado con alcanzar con sus bombas a países y territorios de la Unión Europea. No sé a qué esperamos para prepararnos, máxime cuando el gran jabalí americano, a través del estrafalario Trump, ha adelantado que no seguirá amamantando a sus rallones europeos.

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  2. LA ZORRA Y EL JABALÍ (versión libre y adaptada al caso de la fábula de Esopo)

    En un bosque asturiano, cercano a la parcela donde habitan José Ramón Chaves y familia, su travieso e inquieto perro y sus -cada vez más- escasas gallinas ponedoras, vivía un gigantesco jabalí. Todas las tardes salía de su refugio, presto y ufano, para ver cómo seguía el mundo, poder ejercitarse y mantenerse en forma, marcar su territorio y frotar sus enormes y poderosos colmillos contra el tronco de un árbol.

    Una tarde apareció por la zona una zorra. Hacia un tiempo que había abandonado el lugar tras ser acusada de haberse llevado unas gallinas –ella afirmaba que de forma injusta y sin prueba alguna-. Comoquiera que allí se vivía bien, los vecinos eran educados y había transcurrido un periodo suficiente para que venciera la prescripción y empezara a olvidarse o perdonarse lo sucedido, se atrevió a volver. Manteniendo una prudente distancia de seguridad, interpeló al bronco, indómito y montaraz puerco salvaje:

    – Disculpe que le moleste Sr. Jabalí, ¿le importaría explicarme por qué está afilándose los dientes en este lugar si Sevach y los suyos son gente pacífica, respetuosa y comprometida con la naturaleza y las leyes naturales y en los alrededores no existen cazadores, ni animales que puedan hacerle sombra?

    Mirándole con cierto desdén e indisimulado tono molesto del que cree estar aclarando lo obvio, contestó:

    – Tiene razón Sra. zorra, no hay ningún peligro que me aceche en estos momentos. Pero, precisamente por ello, aprovecho estos momentos de tranquilidad para poner a punto mis colmillos y poder combatir con plenas garantías a cualquier animal o persona que ose poner en peligro o acabar con mi vida, hacienda y familia.

    MORALEJA.- Estar preparado para hacer frente a cualquier problema es la forma más eficaz y directa de poder resolverlo cuando aparezca.

    P.D. Aunque pueda parecer un contrasentido a veces es conveniente ser jabalíes de dos patas. Sin ir más lejos, en esta “koldiana” semana, un Putin, cada vez más perverso, aterrador y siniestro, ha amenazado con alcanzar con sus bombas a países y territorios de la Unión Europea. No sé a qué esperamos para prepararnos, máxime cuando el gran jabalí americano, a través del estrafalario Trump, ha adelantado que no seguirá amamantando a sus rallones europeos.

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