Los fundadores de la Royal Society en el siglo XVII, la primera y mas prestigiosa institución científica libre de todos los tiempos, sentaron como regla esencial la prohibición de hablar en tertulias y almuerzos de política y religión.
Hoy día abundan los almuerzos de trabajo, las reuniones sociales y otros eventos en que (al margen de los del círculo familiar e íntimos, que todo lo aguantan) hay que mantener unas reglas de sentido común para alejarse discretamente de temas peligrosos que puedan abrir discusiones o distancias insalvables.
Veamos.
1. Debe huirse de cuestiones políticas. Y menos cuando el escenario político es tenso, encrespado o complejo. Así, la situación actual de la política española, donde existen posiciones radicales y un bloque de indecisos, con grandes niveles de especulación sobre quién debe gobernar, sugiere tacto al decantarse por uno u otro. De la discusión ideológica se pasa a la acusación y a la involuntaria ofensa, y de ahí a las voces.
No es extraño que en 1630 el cardenal Richelieu implantase la costumbre de achatar los cuchillos en su casa (que hoy ha llevado a que no tengan punta) para evitar que los comensales tuviesen armas al alcance de su mano si la situación se encrespaba.
2. Eludirse temas religiosos. Aunque el nivel de tolerancia ha aumentado, lo cierto es que la religión para quien no cree en nada resulta trivial, pero para el creyente puede alzarse en fanatismo y motivo de disputa. Mejor no sacar el tema.
Basta recordar que el origen de la expresión “se armó la de Dios”, se sitúa en las discusiones del Concilio de Nicea (325 d.C) en que unos eran partidarios de que Jesucristo tenía naturaleza divina y otros que era solamente hijo de Dios, lo que se agudizaba hasta el punto de que unos gritaban “Dios es cristo” frente a los que bramaban “Dios no es cristo”… o sea, “se armó la de Dios es cristo”.
Lo del fútbol y los deportes son cuestiones inocuas pues ya no son temas capitales y tampoco está ya la mayoría de los aficionados dispuestos a cabrearse en el almuerzo por una discrepancia.
3. Las enfermedades dejémoslas para los hospitales. Las comidas están para disfrutar de la compañía y los platos.
En cierta ocasión no lejana en un estupendo restaurante al llegar el segundo plato tuve que cortar con suavidad al anfitrión que invitaba para “rogarle” que dejase aparte sus dolencias y cirugías, de las que ya nos habíamos informado con detalle durante su larga verborrea.
4. Moderación con el yoismo, que es “hablar de uno mismo”. Eso está bien, pero con mesura y cumpliendo la regla de oro de la empatía: si se habla del trabajo o aficiones de uno, preguntemos al colindante con simetría. No hay cosa peor que una conferencia mientras uno saborea un chuletón.
El problema se agrava si el “yoista” atraviesa la línea roja y comienza a “pedir por todos”. Yo siempre tomo este vino, a mí me gusta esto… etc.
Hay que seguir el consejo de Don Quijote a Sancho: «Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala».
La única ventaja de estar frente a un “yoísta” de la que disfruté recientemente fue demostrarle que podía aparentar escucharle, solamente dedicándole de cuando en cuando una mirada de vaca observando los trenes mientras degustaba la comida y pensaba en mis cosas.
5. Tampoco debe monopolizarse el tema. Se trata de una tertulia. No de una actuación.
El que dominemos un tema no debe llevarnos a hablar de él.
Hay que velar por la rotación de los temas y además tocar temas “comodín” que a todos interesan. El tema mas socorrido son las comidas y los lugares (viajes, origen, etc). Y si el tema no nos interesa pues sutilmente provoquemos el cambio de tercio.
Decían que Miguel de Unamuno disfrutaba hablando de la guerra del 98 y si se veía aburrido, interrumpía con gesto de extrañeza y profería: “¿Escucharon ese ruido?, como un cañonazo…” Los demás negaban y el proseguía: “Figuraciones mías, de la edad… por cierto, hablando de cañonazos, en la guerra del 98… bla, bla”.
6. Ojo con ser radical al criticar u opinar. Las opiniones las carga el diablo. No conocemos a fondo a nuestros tertulianos, ni a sus familias, ni sus experiencias. Así que cuidadito que lo que a nosotros nos parece evidente puede no serlo tanto para los demás.
En cierta boda, en plenos entremeses un invitado que se sentaba en frente de mí se puso a hablar de que casi llega tarde porque le paró la guardia civil, y a continuación comenzó a criticarles por chulos y otras lindezas. El que estaba a su lado le dijo que no dijese tonterías que el era Capitán de la guardia civil y ponía la mano en el fuego por sus compañeros, con mirada gélida, tensión que por cierto no se alivió en el resto del ágape.
7. La vulgaridad dejémosla en el perchero. No seamos los primeros en ser groseros y confesar nuestros hábitos sexuales entre la sopa y el pescado. Un chiste o picardía es bienvenido si aflora de forma espontánea y bajo la complicidad del desarrollo del evento.
8. Pero lo peor de lo peor, es hablar de cualquier tema de conversación en la mesa… ¡por teléfono móvil!. Sí, una impertinencia colosal, pero tampoco inaudita pues a veces nuestro colindante en la mesa consigue la proeza de hablar con el móvil a grito pelado mientras engulle y bebe con la mano libre.
Sin embargo, como los mandamientos esas sencillas reglas para el éxito de un almuerzo compartido, se encierran en dos.
La primera, antes de sentarse, actuar como un indio explorador y buscar sitio junto a afines, por aspecto o indicios de que serán buenos conversadores y no estatuas.
En mas de un ágape de boda u homenaje, he lamentado mi mala suerte, justa penitencia por “sentarme bien sin mirar con quién”.
La segunda, sonreír y extender la mano para presentarnos mientras miramos a los ojos. Lo demás vendrá rodado.
No hay cosa peor que sentirse aislado en una conversación y con la comida como único contertulio.
Y por favor, en cualquier compañía jamás seamos tan soberbios de pensar que no aprenderemos nada. Siempre, siempre encontraremos personas que son interesantes por el solo hecho de atesorar una experiencia; ya afirmó Einstein que «Todos somos ignorantes, lo que sucede es que no todos ignoramos las mismas cosas».
Por eso, solo hay que saber llamar a la puerta de su corazón con preguntas curiosas para que nos enriquezcamos con sabiduría gratuita mientras hincamos del diente a un cachopo o langostino.
Y por supuesto, cualquier conversación se estimula conforme avanza el ágape y no digamos conforme aumenta la ingesta del vino; solo hay que ver el tránsito del murmullo de un restaurante al comienzo de las comidas con la algarabía circundante a los postres, pues realmente es un placer alborotar sin molestar a los postres.
Ah, si se trata de un almuerzo de primera cita con fines de cortejo amoroso, las reglas cambian como ya expuse en otro post.

Joder, con qué nitidez, con qué facilidad se expone, y resuelve la cuestión… Lo voy a compartir, que, al no ser largo, lo mismo se anima a leerlo entero gente menos dada a la lectura, y más dada a los chats, y whatsapp. Se les nota. Un saludo, maestro! si me permites el calificativo, más propio del arte de la lidia. 😀
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Muchas gracias! Me alegro que te haya gustado
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