Viajes

Hotel, dulce hotel: elogio de lo simple y tradicional

Si aprovechamos las vacaciones para viajar y elegimos alojarnos en un hotel nos gustaría que fuera una prolongación del hogar en cuanto a comodidad pero con las ventajas de la novedad y estar servida, limpiada y acondicionada por otros.

Sin embargo, reconozco que la tendencia hacia hoteles novedosos, tecnológicos y postmodernos me empieza a exasperar y aunque podría mirarme con lástima por mi provincianismo soterrado prefiero quejarme a mandíbula batiente. Veamos mis razones al hilo de la curiosa anécdota.

1. Hace poco tuve ocasión de alojarme en un deslumbrante hotel postmoderno de Madrid «de cuyo nombre no me quiero acordar». A mi llegada, me dispuse a seguir mis viejos trucos para obtener un buen servicio de los recepcionistas y aplicar durante mi breve estancia la regla de oro de los submarinistas en las profundidades: «no te lleves nada, no dejes nada y no alborotes nada».

2. Cuando entré en el vestíbulo me llamó la atención tener que llamar la ídem de alguno de los cinco muchachos uniformados como los Monkeys y con pelo y cara cortado por un mismo patrón, para que me atendieran pues parecían estar enfrascados como hienas en la osamenta de una impresora. Quizá su jefe olvidó informarles del viejo lema de que «el cliente es lo primero» y que podían salir del mostrador para hacer otras cosas, incluso atender a los huéspedes.

3. Me sorprendió verdaderamente El deber de exhibir y dejar en el mostrador una tarjeta de crédito. O sea, mucho tratamiento (Señor por aquí, señor por allá, etc) pero no se fían. Me pregunto por qué no ponen un arco metálico al salir del hotel por si me llevo el mando del televisor o el albornoz.

3. Para entrar en la habitación me serví de la tarjeta de plástico que cuesta llamar «llave» y esperando que al introducirla en la ranura exterior de la puerta, la luz roja cambiase a verde me llevó a varios intentos jugando a los semáforos.

Me sentía como un ladrón probando la ganzúa y temiendo tener que bajar a recepción cabizbajo y con la tarjeta mellada. ¡Qué tiempos los de las infalibles llaves clásicas ensartadas en un enorme llavero de madera!.

4. El interior de la habitación era deliciosamente ordenado y postmoderno, Limpio e incluso diría que cubista, de ese estilo que llaman «minimalista», con un toque sueco, una especie de Ikea de lujo en que al menos no tenías tú que montar los muebles de la habitación. Daba pena tocarlo.

Contaba con juegos de ingenio gratuitos para los nuevos clientes porque resultaba difícil acertar con el interruptor de la luz adecuado pero admito que era divertido pulsar en el cabezal de la cama para ver como se iluminaba una lamparita al fondo, o cómo quedaba toda la noche la luz del pasillo encendida por imposibilidad de encontrar el interruptor para apagarla.

5. Por supuesto, renuncié a ver el canal de televisión de mi apetencia, temeroso al cuarto intento de pulsar dígitos y opciones de que tuviera que pagar al salir por una película porno u otro producto de pago.

6. Lo de ducharse tuvo su gracia. Era difícil acertar si el mando plateado horizontal era de la ducha o de la bañera, y mediante el ingenioso sistema de toquetearlos todos conseguí que el teléfono de la ducha cobrara vida y regara todo el baño menos a quien estaba en la bañera enjabonado.

Lo de la temperatura del agua tenía su gracia pues solo con girar un mando pude obsequiar a otros huéspedes con gritos operísticos mientras intentaba evitar las quemaduras de tercer grado.

7. Al finalizar, tras secarme con el albornoz pues no se diferenciada por el color de las toallas e ir chapoteando hacia la habitación me preparé a salir del hotel y al rebuscar el peine de obsequio en ese cajetín de jaboncitos, cepillo baratito y champú a granel disfrazado, comprobé con horror que no faltaba el clásico peine de plástico con el nombre estampado del hotel (debe ser que muchos clientes se alojan con la esperanza de hurtar tan preciado bien).

Total, que me vi obligado a bajar en ascensor con el pelo a lo afro y goteando, para intentar solicitar en el mostrador de recepción si tenían un peine disponible para los clientes.

Mientras bajaba en el ascensor subieron dos chicas que me miraron con recelo ante un melenudo chorreante con cara de circunstancias. Por fin, le comenté a la recepcionista que aunque el hotel tendría sus razones para ofrecer a los huéspedes en la habitación una caja fuerte, un abrelatas y un calzador, y salvo que la reservasen para un congreso del hare-krishna, mejor regalaban un peinecito barato para no dejar al cliente en trance de volverse un MacGyver y peinarse con la hebilla del cinturón o las llaves.

8. No puedo quejarme de haber tenido dos lindas camitas disponibles y juntitas que me hicieron sentirme inquilino de un sarcófago de siameses. Hay que ser positivo y quizá el hotel quiere sorprender al cliente como hicieron conmigo, de manera que si dos amigos piden dos camas separadas, le darán una matrimonial y así no habrá espacio para el aburrimiento.

También fue divertido despertar en la noche y palpar uno de los seis almohadones para buscar la posición adecuada mientras intentaba estirar los pies bajo la almidonadísima colcha.

9. La estancia fue tan buena que como es un hotel adelantado a su tiempo, tuvieron la amabilidad de despertarme una hora antes de lo que indiqué en recepción.

Por supuesto después de desayunar y regresar a la habitación la encargada de limpiar la habitación abrió súbitamente con su propia llave y musitó un «disculpe», cuando hubiera sido mejor un sencillo ejercicio de empatía para percatarse de que si a las nueve de la mañana no está el cartel de » por favor, limpie la habitación» es posible que alguien esté disfrutando dentro de la soledad.

No pedí la hoja de reclamaciones porque necesitaría un mil-hojas y no precisamente dulce y cremoso para plasmar mis impresiones.

En fin, esta caricatura de mi estancia sirve para concluir expresando mi felicidad cuando vuelvo al hogar o cuando me alojo en algún hotel mas casero y simple. Siempre se dice el refrán de «lo barato sale caro» pero no que «lo avanzado puede retrasarnos«.

Pero ruego me disculpen, pues en honor a la verdad todo ha sido una verdad a medias ya que lo contado ha sucedido realmente en mi estancia en hoteles aunque afortunadamente no en el mismo día ni en el mismo hotel pero al menos vale como confidencia para intentar llevar una sonrisa cara a las próximas vacaciones.

2 comentarios

  1. Hoy en día los usuarios/huéspedes contamos con una herramienta para que ‘mejoren estas cosillas’: comentario en Booking, TripAdvisor y Minube, argumentado, educado y aportando detalles concretos para que, de esta forma, o mejoran o terminan compitiendo por precio y no crean falsas expectativas.

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