Claves para ser feliz

Elegir la versión de nuestra vida

Hace poco veía en un documental sobre el actor Sylvester Stallone, que desde sus 77 años, afirmaba que en su vida había cometido errores y aciertos, y que sentía la vida como el pasajero que viaja en tren y que por la ventanilla se suceden paisajes y lugares, que no volverán, siendo consciente de que cada vez está más cerca la estación de llegada, y lo bueno sería poder afirmar que el viaje ha sido fructífero y no aburrido o insulso.

Me gustó la imagen del viaje. Y me hizo pensar lo importante es saber qué tren cogemos en la vida, los enlaces posibles, y si sabemos dónde queremos ir. Y por supuesto, miremos con curiosidad por la ventanilla, caminemos por el tren, observemos a los compañeros de viaje… En fin, disfrutemos del viaje.

Es verdad que ya miremos al exterior por la ventanilla, ya en el interior del vagón, para provocar reflexiones, no todos vemos lo mismo. Como en la anécdota del paseante que le pregunta a tres albañiles qué están haciendo en una zona de obras. Uno responde:” Poner ladrillos”. El segundo: “Construir un muro”. Y el tercero: “Alzo una Catedral”.

Se trata, en efecto, de elevar la mirada y valorar lo que hacemos, ponerlo en contexto y pensar que todo el planeta es una obra en común, ya sea por lo que hacemos o por lo que dejamos de hacer.

Me viene a la mente la conocida palabra japonesa, «ikigai», que significa el reto de cada persona para descubrir la razón o propósito de tu vida.

Sin sanos propósitos, hay desencanto, pasividad, depresión, huida hacia la desmesura… En cambio, con propósitos, la vida se hace soportable. Y por supuesto, si el propósito se vuelve inalcanzable, reorientémoslo o sustituyámoslo con presteza.

No caeré en la trampa de decir que lo que se quiere, se consigue, sino que el querer algo solo facilita obtenerlo, pero asegura sentirse útil.

Mirando hacia atrás he descubierto mis propósitos como objetos diseminados en la arena de una playa (enterrados, insepultos, yacentes, etcétera). Muchos propósitos son menores, y menor es la frustración por no alcanzarlos (es el caso de controlar el peso a raya, propósito vencido por el propósito de disfrutar del almuerzo; o el propósito de aprender idiomas, condenado a quedar a medio camino y a repetirse en incesante bucle).

Otros propósitos son de mayor fuste y deliciosos en el camino (amores, lecturas o películas, deportes, etcétera). Y luego están los propósitos más nobles: encontrar respuestas espirituales, mantener un círculo de amistades leales, ayudar a mejorar el mundo dentro de nuestras posibilidades, facilitar que los cachorros aprendan a sobrevivir, etcétera.

Desde luego que entre mis propósitos no está intentar vivir como un adolescente porque no lo soy, ni acudir a First Dates o redes sociales babeando, como tampoco está en mi diccionario lo de aturdirse con alcohol o drogas, ni acumular dinero con frenesí para la ultratumba. No.

Cada uno debe elegir sus propósitos y motivos (o “motores” en la vida). Tenemos un amplio menú para elegir.

Eso sí, por mi experiencia (buena o mala, pero es mía), hay que tener claro que no hay un solo camino correcto. El bueno y los demás malos. Todo o nada. No, señor. Hay muchos caminos y todos valen si los elegimos nosotros y los tomamos seriamente. Hay miles de versiones de nuestra vida para elegir.

No podemos elegir todos los propósitos ni todos los caminos, pero si no elegimos ninguno, estaremos estancados, mirándonos el ombligo. Y siempre, siempre, hay espacio para buscar alegrías, amores, satisfacer curiosidades, cumplir retos…

Mas allá del trabajo remunerado, del coche último modelo, de las vacaciones de vino y rosas, hay propósitos que proporcionan inmenso y real bienestar.

Me siento afortunado porque uno de mis propósitos de adulto fue encontrar personas interesantes, que me aportasen alegría y conocimiento (nada de soberbios, amargados, tristes o egoístas). Y los he encontrado, y esos grupos de compadreo existencial, con plena sintonía personal (te importan y les importas), son una fuente de estímulo para vivir, y sumar para nuevos propósitos (mis queridos amigos de Globoversia). El otro propósito es contar con “personas interesantes” que me hablan encuadernados desde mis libros, fuente de placer inenarrable.

Una maravilla disponer de esa compañía (personal y en papel) que encierra la esencia de la condición humana.

No es extraño que el ser humano se distinga de los animales en tres cosas: pensar (aunque muchos no lo sepan por no ejercitarlo), socializar (aunque los hay que confunden soledad con fortaleza) y reír (aunque no faltan los que ignoran que la sonrisa es la distancia más corta entre dos personas, por lo que comunica sin hablar).

1 comentario

  1. Cuando era pequeño mis domingos eran “auténticos”. Descanso, despreocupación y diversión. ¡Cómo los echo de menos! Hoy, tras haber cumplido –parafraseando al gran Garci- miles de películas, esos ser, estar y sentir dominicales han desaparecido. Mis domingos, como los de tantos profesionales dedicados a la abogacía –y otros menesteres-, se han transformado en un invisible día de trabajo no oficial y en una intranquilizadora amenaza de lunes inminente. Afortunadamente, aún  resiste una pequeña aldea asturiana –virtual- que mantiene y comparte la mágica marmita de los domingos “verdaderos”. Es mi cine matinal dominguero. Es mi temporal recreo. Me devuelve la frescura festiva perdida (ahora más adulta y consciente). Y, desde su altruista y siempre viva y coleante cámara escrita (limpia, ocurrente, vivaracha, lúcida, instruida y, sobre todo, muy humana), me descubre qué es, qué esconde y qué ofrece la vida ¡a quienes saben usarla!, y cómo defenderse de ella ¡cuándo toca!

    Ha sonado la campana y toca recreo. Me siento en la Sala de proyecciones y compruebo el título de la película. Aumenta mi expectación. Se hace la oscuridad y pido silencio. Y en breves minutos, que procuro ralentizar para degustarlos, disfruto de la hondura de la historia, de sus escenas y la fecundidad de sus enseñanzas (Vbgr. del tren, sus estaciones y vías, como metáfora del viaje, cambio y movimiento continuo que es la vida; del uso del pasado para impulsarnos y  seguir creciendo, nunca para pararnos y quedar estancados;  del periplo y odisea constante de la existencia a través de sendas o caminos –algunos señalizados o vistos; otros peligrosos o escondidos; el resto inventados o prohibidos- para ampliar nuestras perspectivas de lo que hay y nos ofrece –sin limitarnos a las impuestas o ajenas-; del poder escoger, a partir de ahí, nuestros propósitos y personas –motores de vida-; y de seguir la dirección más acertada para llegar a nuestro mejor yo –condición humana-).   

    Al final la vida es, dentro de un orden, saber elegir. Trata, más que de encontrarte, de crearte a ti mismo. De aprender, porque nunca deja de enseñarte. De continuar y nunca parar su viaje, porque cada vía vuelve a nacer y los trenes que has perdido nunca vuelven. De tener siempre abiertos los ojos y, si es necesario, cambiar la dirección de la mirada. Y, sobre todo, de acertar con lo/s que amas y quieres.

    P.D. Nuestro primos los chimpancés también ríen. Son muy inteligentes y capaces de fabricar herramientas –Vbgr. romper ramitas, quitándoles las hojas, para introducirlas en los termiteros-. Una vez preguntaron a Jane Goodall, su legendaria conocedora y defensora, por los animales salvajes más inteligentes. Goodall se centró en dos: los elefantes y los chimpancés. Sin embargo, a la hora de optar, no dudó en quedarse con los paquidermos. ¿Saben por qué? Porque los simios, entendidos como especie, son capaces de tener los mismos malos sentimientos y incurrir en las mismas atrocidades que los humanos. Los elefantes, no.

    A veces las versiones superan al original. La que hizo Joe Cocker con el «With A Little Help From My Friends» de The Beatles es un claro ejemplo, reconocido por su autores -Lennon y McCartney- https://youtu.be/qzDLZa01bYU

        

    Le gusta a 1 persona

Gracias por comentar con el fin de mejorar

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.