El comer es un placer

El acoso de los almuerzos navideños

Comienzan las cenas navideñas. La historia se repite. La agenda se sobrecarga en diciembre con anotaciones de almuerzos o cenas. De nada valen los propósitos de mantener la línea, administrar el tiempo, evitar los banquetes prolongados, o en definitiva, usar el tiempo para lo que realmente te interesa y apremia.

Somos psicológicamente muy vulnerables a las invitaciones a almuerzos en grupo porque nos hacen sentir que existimos, que quieren nuestra presencia y nos indica que somos parte de un grupo. Por eso, sobre todo cuando nos invitan a quemarropa, aceptamos complacidos y lo anotamos en nuestro móvil, pese a que cuando se acerque la fecha nos arrepentiremos por la simple alternativa perdida de quedarnos en nuestro hogar, picotear lo que queremos, hablar o callarnos, asomarnos a Netflix, pasear o leer o cualquier otra cosa.

Incluso algunos sufrimos un pasajero dilema moral, que apagamos jugando la carta de la felicidad propia y egoísta, si pensamos que comeremos más de lo que necesitamos e intentaremos brindar por un mundo feliz, pese a sentir que en el mundo se pasa hambruna, que hay guerra en Ucrania o Gaza, que comeremos más de lo que necesitamos y que después del jolgorio vendrá la tristeza.

Pero no todos los almuerzos navideños son iguales y a veces romper la dieta es rentable.

I. En primer lugar, están las celebraciones familiares navideñas, que son inevitables e irrenunciables, porque sientes la añoranza de las fiestas de la niñez (que te parecían de duración inmensa, disfrutabas de una glotonería sin límite y sentías el calor de unos familiares que creías iban a ser eternos). Cada año celebras esa nochebuena, navidad o año nuevo, y aunque cada año te parece más rápida y con menos huella, te aferras al ritual y no faltas.

II. En segundo lugar, están los almuerzos con los amigos «de toda la vida», en los que suele complacer compartir la cercanía, intimidad y conversación con quienes te han acompañado en muchos momentos buenos y malos. Dado que cada uno sigue su propia línea vital y familiar, bueno es contar al menos con esa reunión periódica navideña que fortalezca la cohesión y nos permita sentirnos en la comodidad de la tribu o la manada.

Es necesario acudir a estos encuentros porque hasta la amistad prescribe o caduca, si no se riega con un contacto de cuando en cuanto.

III. En tercer lugar, están los almuerzos con los compañeros de trabajo, con los que han sido o lo son, en que afortunadamente en mi caso se entreteje el deber con la amistad y se agradece el relajo “fuera del cuartel”. En general, suelen ser los encuentros más delicados y más de compromiso, y su éxito o fracaso depende de cómo se encuentra cada uno en su trabajo, lo que es una lotería con los tiempos que corren.

IV. En cuarto lugar, existen otros almuerzos navideños a los que te sientes llamado y en que sientes la necesidad de revivir y alimentar el vínculo, pues no son los íntimos amigos ni compañeros de trabajo, sino contadas personas con las que te liga la gratitud, la admiración o el respeto, y deseas ese encuentro en torno a un mantel que te hace sentir cómplice de intereses o reflexiones, en un mundo en que cada vez parece girar más rápido y expulsarnos con la fuerza centrífuga de nuevas tecnologías, nuevos sucesos y nuevas maneras de pensar.

Por último, están los almuerzos y celebraciones para los que se acuerdan de ti con gran amabilidad, pero con igual amabilidad tienes que esquivarlos o rechazarlos, porque sientes que el tiempo se escurre y que las 4.000 palpitaciones por hora de tu corazón pueden emplearse mejor.

Así que me quejo de tanto almuerzo, de demasiadas calorías, de alguna persona insulsa que no soportas o no te soporta, aunque realmente pienso que, si no existiesen esos almuerzos mientras las luces navideñas nos quieren hacer creer en un mundo feliz, me sentiría desgraciado.

Sobre todo me maravillan los cambios que experimentamos en esos almuerzos y que nos hacen ser personas distintas cuando llegamos que cuando nos vamos. Podemos llegar cargados de problemas y cuando nos vamos parecen haber desaparecido. Podemos llegar serios, formales y prudentes, y avanzar con los postres hacia la informalidad y la imprudencia. Podemos ir al encuentro con cierto pesimismo e irnos con optimismo. Podemos ir sin ilusión y retornar felices… ¿La razón? Quizá se debe a que nos sentamos a la mesa sin prejuicios y dejamos el revólver a la entrada, quizá el maldito Cariñena, quizá que pronto acuden los buenos recuerdos a tejer complicidad, quizá que se crea una atmósfera donde se produce una tregua con los problemas, quizá que percibimos que importamos a alguien…

El secreto para sobrevivir a las comidas navideñas consiste en: menos alcohol, menos grasas, menos temas políticos, más tolerancia, más caminata posterior, más alegría… Y algo realmente útil: velar por estar flanqueado en la mesa por personas de plena sintonía.

Si nos perdemos algún almuerzo navideño, no debemos lamentarnos porque por desgracia cada año parece transcurrir con mayor velocidad y pronto estaremos planificando más ágapes, aunque una vez pasada la época juremos no volver a sentirnos ratoncillos de un experimento de atiborramiento invernal.

P.D. Llegado a este punto, me doy cuenta de lo predecible que soy y lo poco que cambio, lo que no sé si es bueno o malo, porque hace seis años publiqué este post titulado… “Más comidas de Navidad, no gracias” Y por si fuera poco en 2015 publiqué “El dulce reto de sobrevivir a las comidas de Navidad

Tengo que hacérmelo mirar…

2 comentarios

  1. Cuanta razón en esta frase
    «Es necesario acudir a estos encuentros porque hasta la amistad prescribe o caduca, si no se riega con un contacto de cuando en cuanto»
    Siempre creemos que no pasará, pero pasa. Sabia reflexion.
    xavier b-b

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  2. En la serie argentina «El Encargado» (1ª y 2ª Temporadas, Disney Plus), una inteligente y reflexiva comedia negra que muestra el lado oscuro de la condición humana, se disecciona la variada fauna de especies de individuos que, a modo de arca de Noé, habita un edificio. El responsable de ello es Eliseo, el portero del inmueble (un genial Guillermo Francela). Un peculiar antropólogo social, retorcido sicoanalista y hábil manipulador de sus ocupantes y visitantes. En un momento dado, tras el obligado tanteo inicial a una nueva propietaria (una famosa influencer que lidera una ONG), suelta esta frase: ¡Nunca me han gustado las personas que trabajan de ser buenas… Son las peores!

    Reconozco que a mí, con la Navidad, me pasa algo parecido. Desde que mis hijas dejaron de ser niñas y he llegado a alcanzar una cierta templanza a fuerza de realidad y de años, las afronto con tranquilidad, prevención y sin mayores pretensiones. Pero, ¿qué es eso de que, por ser Navidad, hay que: 1. ser felices, llevarse bien y querer a todo el mundo; 2. sucumbir a la invisible presión de tener que asistir a almuerzos navideños ajenos a los de la familia de sangre y de amistad porque facilitan la convivencia, la conveniencia y el buen rollo; 3. abandonarse a la excitación del consumo?

    Cuando la Navidad se torna en alegría mediática impostada o en euforia fanática y desenfrenada. Cuando acaba confundiendo lo que uno es con lo que uno tiene, lo que uno vale con lo que uno gasta, lo que uno significa con las llamadas que recibe para almuerzos navideños. Cuando se traduce en toneladas de derroche y de desperdicio de comida, sonido y luz. Y cuando se olvida de afrontar las pérdidas de seres queridos o sus ausencias angustiosas (por razones de edad, enfermedad, distancia y/o alternancia de estancias en casos de divorciados). Desaparece su autenticidad.

    La Navidad debiera ser armonía. Equilibrio personal entre lo que se piensa, se siente, se dice y se hace. Disfrute de la buena compañía de tus seres queridos. Recuerdo vivo y agradecido de aquéllos que, desgraciadamente, ya no ocupan su lugar en la mesa. Y también si se quiere (más allá de juguetes de navidad o de reyes) exceso culinario y detalle especial.

    P.D. Esta semana ha fallecido José Taboada. Músico excepcional, compositor reputado y habitual guitarrista de Toni Zenet. Sus composiciones, según decía, solían empezar cuando una primera nota le hacía soñar. Lo vi actuar en directo con Zenet hace un mes. Qué bien sonaba y cuánta emoción arrancaba. Les dejo un enlace por si quieren disfrutar de su gusto, elegancia y fantasía musical. https://youtu.be/jH_WGlpCmXs

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