Reflexiones vigorizantes

Somos nuestra memoria

Ayer tuve un encuentro con los compañeros del colegio escolapio ovetense que abandonamos hace 43 años para buscarnos la vida, la familia, el trabajo y nuestra identidad.

Un cordial encuentro que centró las conversaciones sobre anécdotas del pasado común, pesquisas sobre el paradero de compañeros y profesores, así como sobre el planteamiento de vida actual ya que buena parte de ellos ya están jubilados o prejubilados.

En aquéllos tiempos no había teléfonos móviles ni videograbaciones en clase o computadores. Por tanto, el único registro que existe es el de nuestra memoria. Personalmente, en su día hice el esfuerzo de recapitular todo lo que albergaba mi memoria sobre la vida escolapia y los plasmé por escrito y publiqué por aquello de revivirlo cuando no recuerde nada.

No debemos olvidar que somos lo que recordamos, porque la memoria es lo que nos explica cómo hemos llegado aquí y además es lo que nos sirve para decidir el presente y planificar el futuro.

Umberto Eco distinguía tres tipos de memoria: la memoria vegetal (la que ofrecen los libros impresos con información accesible a nuestra mente), la memoria electrónica (que ofrecen los dispositivos tecnológicos) y la memoria orgánica (la que queda en nuestro cerebro como recolector de episodios de nuestra vida). Yo añadiría una cuarta, la «memoria fraternal», la de quienes en momentos críticos nos ayudan a recordar en nuestras lagunas de memoria, con la comprensión de la familiaridad o la amistad.

Volvamos a uestro problema como escolares arrimando nuestros recuerdos a las ascuas del presente.

Primero. A la hora de experimentar la vida escolar, cada uno de los 28 personas compañeros contamos con una mentalidad distinta, como la posee cada cazador, fotógrafo o pintor, por ejemplo, que nos hace llevar distinto registro de las experiencias, tanto propias ajenas.

Además según el rol escolar, distinta es la percepción de nosotros los alumnos, de la de los profesores, o de los religiosos del centro.

Segundo. En la edad escolar tenemos los sentimientos y emociones a flor de piel. De ahí que en la arcilla de nuestro cerebro deja huella lo muy bueno (las risas, los juegos, los éxitos académicos o deportivos) y lo muy malo (las burlas, los castigos, los fracasos académicos). Todo lo demás –rutina, tiempos muertos, palabrería y sermones– pasa a la papelera de vida aburrida, sin interés.

Tercero, porque los neurocientíficos han demostrado que cada vez que recordamos un suceso lo alteramos sutilmente, e incluso esa versión suplanta lo realmente sucedido. No mentiremos al recordarlo, sino que sencillamente, creemos a pie juntillas que realmente sucedió así.

El resultado es que entre todos podríamos tejer un mosaico de la realidad de aquellos días de colegio, que será incompleto y deformado, además de ofrecer un resultado muy distinto si lo enriqueciesen los profesores con su propia percepción y su propia memoria.

Al final, quedamos con nuestra personal colección de estampitas. Un puñado de situaciones incorporadas a la propia caja negra, que en cada encuentro anual de compañeros, las reiteramos a poner sobre la mesa, sonreímos y volvemos a escuchar las de otro compañero.

Eso hasta el día que no las recordemos. Hoy día, muchas anécdotas se van evaporando e incluso el nombre de compañeros. Nos molesta no recordar su nombre pero mucho más molesto resulta que ellos no nos recuerden.

Y lo inevitable, en un puñado de años, todos seremos una foto sepia de grupo en una triste pared escolar junto con infinidad de otras fotos similares enmarcadas para que las generaciones venideras ni se detengan a mirarlas.

De momento, cada uno es el mejor embajador de sí mismo, y cuanto más recuerde mejor. En definitiva, parafraseando a Ortega, «Yo soy yo y mi memoria, si no la salvo a ella, no me salvo yo» y por eso bien está mantenernos alerta a todo lo que percibimos, intentando descubrir cosas que nos sorprendan para que sean esculpidas en nuestra memoria, pues al igual que si leemos o intentamos recordar lo leído o visionado, consolidaremos los recuerdos y tendremos un antídoto sobre el temido Alzheimer.

No hay mayor humildad que reconocer el fallo de la memoria, ni franqueza consigo mismo en admitir que algo falla cuando se reiteran los episodios. Tampoco habrá vencedores entre quienes discuten sobre lo realmente acontecido si ambos aseguran haber sido testigos.

No deja de sorprenderme que hoy día estamos ávidos de contar con medios de información, rodeados de libros, películas, actos sociales… Nuestra vida cotidiana está sobrecargada de presente y solemos dejar fuera de la órbita de nuestra mente los recuerdos del pasado. E incluso son tantas las cosas nuevas, lo que debemos conocer y aprender que, posiblemente el trastero de la memoria tira lo viejo para dejar sitio a la nuevo.

Por si fuera poco, los teléfonos no los memorizamos como en el pasado, ni las direcciones, usamos el GPS, pues confiamos en nuestros móviles y dispositivos en vez de en nuestra retención mental de datos; leemos menos novelas con lo que se activan menos las neuronas gestoras de recuerdos de la trama, etcétera. Pondré un cercano ejemplo; en mi iPhone tengo instalada una aplicación que a modo de agenda de Tareas me indica los siguientes datos clasificados por materias: Compras, Gestiones, Eventos, Llamadas urgentes, Cumpleaños, Pagos, Trabajos… Muy útil, pero ha dejado sin trabajo a mi memoria. En vez de hacer trabajar a las neuronas hago trabajar al dedo.

En suma, nuestra “neurograbadora” la tenemos en desuso. Incluso amable lector, me atrevo a someterle a una prueba sencilla: ¿Cuántos nombres de apóstoles conoce de memoria? Sea honrado y ayúdese con el cuadro de Leonardo de la Última Cena, pero no haga trampa citando a los evangelistas que ninguno estuvo allí. Si recuerda correctamente más de cuatro, le invito a un café.

En fin, que no tenemos afilada y dispuesta la espada de la memoria, y eso es grave, porque lo que olvidamos desaparece de nuestra propia vida vivida, pues lo vivido pero que no se recuerda, no ha existido.

Me sobrecoge la afirmación de Jorge Luis Borges: “Nuestra memoria es un montón de espejos rotos”, y yo añadiría… y de escombros que reciclamos. Habrá que mantener intacto, pulido y limpio el espejo de nuestra vida.

1 comentario

  1. Quizás porque somos seres finitos y vulnerables necesitamos tanto de la memoria. Nos facilita el arraigo y la identidad personal (echar raíces, crecer, madurar y dar frutos). Nos aferra a lo que somos, amamos y no queremos perder. Nos permite devolver la vida a momentos, experiencias, etapas o personas que ya no existen. Nos deja olvidar -domar, reescribir o hacer digeribles- trances, traumas y afrentas. Nos tolera convertir lo anecdótico en fundamental y lo importante en intrascendente. Y, cuando desaparecemos, nos hace sobrevivir -si nos lo hemos ganado- en el recuerdo de alguien.

    Siendo el tiempo una ficción, donde pasado presente y futuro se entremezclan, debiéramos superar cualquier visión limitada de aquélla. Porque la buena memoria es mucho más que una mera permanencia acumulada de ayeres. Se adapta a los tiempos vitales. Sabe ignorar y ser anestésica. Es agradecida de corazón. No solo funciona hacia atrás. Y suele ir acompañada…de ¡música!

    Sí, no se sorprendan, porque la música (que haya sido personalmente significativa para el afectado en épocas de normalidad) es la última barrera que separa al enfermo de alzhéimer de pasar de la vida -humana- a la nada -el estado vegetal-. Activado su «recuerdo» se mejora el estado emocional y bienestar del paciente y se teje un frágil hilo que le sigue asiendo precariamente a la vida. Porque vivir es recordar…y morir es olvidar.

    Cuenta José Luis Garci -en su libro «Telegramas cinéfilos»- que su amigo, el inolvidable Antonio Mercero, tras ser atacado a traición por ese asesino en serie de la memoria, veía «Cantando sobre la lluvia» todos los días, año por año, y, siempre, ¡como si fuera la primera vez! Y es que siendo la música una extensión de la memoria y la imaginación, la recordada sirve de despertador, de transfusión de vida (energía, sentimiento y alegría) y de explosión de luz al más adormecido, desfallecido y anochecido cerebro.

    P.D. Contra el olvido Singin’ in the Rain, el más genial, optimista e inolvidable Himno cinematográfico musical de la Alegría de Vivir que nunca se ha escrito, cantado, bailado y filmado: https://youtu.be/swloMVFALXw

    Le gusta a 2 personas

Gracias por comentar con el fin de mejorar

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.