Un llamativo incidente de los juegos de Río de Janeiro ha demostrado de nuevo la fragilidad de la condición humana y como una cabeza bien amueblada y de lógica impecable puede verse turbada por las pasiones a corto plazo, o las pasiones bajas (o como decía alguien sarcásticamente, por las “pasiones de las partes bajas”).
Se trata de lo sucedido antes de la competición de salto de trampolín sincronizado, por parejas, en que la saltadora de trampolín brasileña Ingrid de Oliveira pasó la noche anterior con el remero Pedro Goncálves pese a la negativa de la compañera de aquella a facilitarle habitación en la Villa Olímpica aduciendo el necesario descanso y concentración en vísperas de la competición.
El resultado fue que se consumó la noche de pasión pero la trifulca entre las dos saltadoras provocó una actuación tan lamentable que quedaron los últimos de la clasificación pese a sus serias posibilidades de victoria. Como nota pintoresca los medios de comunicación brasileños explicaron la expulsión de la fogosa saltadora por “una maratoniana noche de sexo”, lo que lleva al chiste fácil de que el maratón también es deporte, y ya que en la propia ciudad olímpica se reparten preservativos a los deportistas, parece que la censura se debe a la imprudencia de despilfarrar tanta energía en vez de reservarlas al máximo para la competición.
Parece una fábula moderna con su moraleja y todo. Los ecos de personas célebres que ceden a pasiones a corto plazo o inadecuadas nos llevan a Clinton cuando el gobernante más poderoso del planeta se entregaba a juegos sexuales con la becaria Lewinsky. ¿Qué lleva a estas personas a jugarse lo que la razón les dicta por lo que la pasión les arrastra a corto plazo?, ¿Cómo acertar en esas encrucijadas?
1. Comencemos por las razones que pueden justificar (o explicar tal decisión a corto plazo que provoca un tsunami social o en el entorno de la persona).
- En primer lugar, puede aducirse que la tremenda presión y tensión de las grandes decisiones o situaciones puede llevar a valorar tremendamente la posibilidad de una válvula de escape como un escarceo sexual, una libación alcohólica, una juerga cuestionable, un despilfarro vergonzante o algo similar. Así, quizá la saltadora consideraba que su encuentro sexual le proporcionaría un relajo y calma que le ayudaría a un mejor descanso y mayor rendimiento al día siguiente.
- En segundo lugar, podría decirse que hay personas cuya razón les dicta que hay compatibilidad entre la vida pública y la vida privada, que sus pasiones no comprometen sus decisiones. Consideran que no son obispos con voto de castidad ni menores de edad que no puedan tomar sus propias decisiones, bajo una máxima de “vive la vida y el momento”. Así quizá la saltadora consideraba que su compromiso con el Estado que representaba, con su entrenador, con el público, empezaba en el momento de realizar su ejercicio pero no limitaba las noches ni mucho menos la compañía amorosa.
- En tercer lugar, también podría explicarse por la egolatría de quienes se creen más listos que nadie, de quienes piensan que pueden superar los inconvenientes de relaciones anómalas o aventuras, porque su inteligencia se lo permite. Así, quizá la saltadora se consideraba autosuficiente, para poder mantenerse en idóneas condiciones atléticas aunque la víspera de la competición se enfrentase a fogosos y fatigantes encuentros amorosos.
- Y en cuarto lugar, también cabe quien considera que en la ponderación de intereses en la vida, la persona está por encima de la sociedad, lo interno sobre lo externo, el amor sobre lo convencional. Así, quizá la saltadora consideraba que el amor está por encima de una competición convencional (por muy olímpica que fuese), y quizá ese encuentro sexual representaba mucho en la relación de su propia vida sentimental, con sus carencias y aspiraciones (una reconciliación, un reto, una promesa de amor eterno, un ultimátum de su pareja.. ¡quien sabe!).
2. Si llevamos el trasfondo de la situación fuera del caso olímpico nos podemos encontrar con situaciones que nos resultan inexplicables o difíciles de comprender.
Cuando visité el Museo casa de Figueras dedicado a Dalí, se nos informó que en los últimos años de vida el gran pintor le regaló una mansión o Castillo a su esposa Gala, quien la aceptó bajo la condición de que el pintor le avisase por carta antes de visitarla para que no le sorprendiese en brazos de mancebos.
O el caso del escritor Alberto Moravia quien ya anciano, se casó con Carmen Llera, de 31 años, de manera que su placer era observar o conocer los deslices de su esposa en la habitación colindante, e incluso le inspiró una de sus obras (L’uomo che guarda, el hombre que mira).
Y sin embargo, la clave para comprenderlas radica en el señorío mental de Dalí o Moravia sobre su propia vida, quienes no permitieron que su imagen pública se convertirse en cadena de su propia felicidad, de manera que si ellos aceptaban esa situación lo hacían porque en su ponderación de intereses y situaciones el balance era positivo para ellos.
Y tuvieron la valentía de aceptarlo aunque muchos no lo comprendiesen porque su parámetro para juzgar era personal y no social. Al fin y al cabo, supieron percatarse que en lo que les restaba de su vida sería terrible vivir preso de remordimientos por no haber actuado según su propia opinión, y sacrificarla por la ajena.
3. No tengo claras las conclusiones de lo dicho, todo lo cual ofrezco más bien como tema de reflexión personal. Sin embargo, bajo mi perspectiva dos ideas personales se enraízan, quizá obvias pero no siempre acogidas en las decisiones cotidianas.
La primera idea personal, consiste en que toda decisión crucial o importante, no debe adoptarse “en caliente” porque no se decide igual un día de sol que de tormenta, ni cuando se ha sufrido una pérdida familiar que cuando se ha reencontrado un amigo, ni cuando se sufre una enfermedad que cuando se está sano como una pera limonera, ni cuando existen problemas económicos que cuando la economía es boyante, ni un día optimista que optimista… La misma persona, el mismo problema, e idéntica encrucijada es resuelto en distinto sentido según el contexto (o “circunstancia”) de la persona.
Por eso suele decirse en el ámbito profesional que “lo urgente mata lo importante” porque las decisiones adoptadas bajo presión, irreflexivas o tomando en cuenta una variable aislada (la prisa, el placer, un sueño, el dinero, etc) se alzarán sobre un frágil cimiento, de manera que la construcción de nuestra vida sobre tan frágil pilar correrá serio riesgo de desplomarse cuando todos los datos y variables ignorados afloren.
De ahí la importancia del viejo dicho de “consultarlo con la almohada” o de tener las grandes decisiones en la “cámara de enfriamiento” cuarenta y ocho horas (por cierto, el mismo tiempo que recomiendan los forenses antes de confirmar que el fallecido está realmente muerto), y luego decidir, pues como dije anteriormente, una gran decisión requiere una gran reflexión. Y por supuesto, una vez decidido, asumir las consecuencias, pues si hay errores, hay que asumir las enseñanzas que siempre deparan.
La segunda idea personal, consiste en que toda decisión de importancia debe ser adoptada finalmente por el propio interesado (y no por lo que le interesa a otros). Todo el mundo habla de libertad y se cree libre en sus decisiones y sin embargo, la vida nos va haciendo prisioneros de infinidad de convenciones sociales, lazos económicos, prejuicios familiares, etc.
Y es muy difícil sacudirse las cadenas ajenas, pero lo importante, lo realmente importante es el derecho a equivocarse por sí solo. Si acertamos, si hay éxito, muchos se abalanzarán a apuntarse el mérito de su consejo o influencia, pero si nos equivocamos, muchos más afirmarán aquello tan duro de “se veía venir” o “se lo advertí”.
Y con estas moralejas, colorín colorado, el cuento de la saltadora de trampolín se ha acabado.