Claves para ser feliz Situaciones absurdas

Honrados y pícaros de vacaciones

Archivo_000 (5)A primera hora de la tarde bañezana, a esa hora en que los toreros sudan en frío y en que se fríen huevos sin sartén, se me quedó parado mi viejo coche de maquillaje psicodélico. Al menos no me encontraba en esas solitarias y largas carreteras americanas donde sólo se ven matojos rodantes y tristes gasolineras con empleados siniestros.

El coche fue tan compasivo que se detuvo a escasos metros de un taller que ocupaba una nave industrial donde poca industria se adivinaba. Lo peor era que la persiana metálica estaba cerrada y lo mejor era el cartelito caligrafiado sobre ella: “Vuelvo en un momento” (con lo que sin saber el cliente cuando había salido, malamente podía empezar el cómputo de ese plazo, el “momento”, que era una unidad de tiempo romana de un minuto y medio de duración); y se añadía en tinta algo que decía del talante filosófico del empleado y que provocaba la sonrisa: “Si no he vuelto es que ya estoy donde el tiempo no importa”.

Para mi fortuna apareció el empleado ya madurito con esos monos azules que son la segunda piel de los mecánicos de mi infancia, con rostro tiznado y una sonrisa en la cara. Abrió la persiana metálica, y se brindó a acercarse al coche y me solucionó la nimiedad, pero lo mejor fue que en ese momento llegó un ancianito en un coche vetusto y le pidió si podía revisarlo porque el motor calentaba el interior del coche y tenía miedo se incendiase o explotase. Lo mejor estaba por venir…

El mecánico, al que bautizaré como Benito (porque le pega el nombre), le preguntó que como eran los síntomas de la avería, y el cliente le dijo que se comprobaba arrancando el coche y esperando en su interior. Nuestro mecánico hizo lo propio. A los dos minutos se bajó y le dijo: “Ya lo tiene reparado”. El conductor, entre nervioso y feliz, repuso: ¿tan rápido?. Y le contestó Benito, gritándole por si era duro de oído: ¡Tenía usted la calefacción puesta a tope! ¡¡Vaya horno!!. El hombrecillo se puso serio, se echó las manos a la cabeza, luego sonrió y dio las gracias, preguntándole al cabo de un rato que si le debía algo. Y Benito le dijo que no le debía nada.

Archivo_000 (6)Pues bien, esta anécdota me reconcilia con la condición humana. Porque Benito fue honrado, dada la cantidad de sinvergüenzas del sector de la fontanería, mecánica, electricidad o albañilería (aunque también en la informática o cualquier profesión porque la maldad no la monopolizan los piratas) que se lanzan sobre el cliente como pirañas sobre la vaca sanguinolenta.

Estos desaprensivos, ante meros errores o defectos del usuario en el manejo del objeto averiado, no vacilan en darse importancia y en relatar la complejidad de su labor para pasar a cobros astronómicos. Lo triste es que al anciano y menos desconfiado, lo machacan a cobros.

Y debo confesar que seguro que he padecido en mis carnes esta situación, no me haya enterado.

El único antídoto frente a estas situaciones radica en seguir la vieja máxima de tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen. Quizá ese fontanero abusivo ha sufrido a un abogado que le facturó honorarios por un papel simplón. Y quizá ese abogado ha sufrido el coste de reparación de una caldera levemente sucia tras comentarle el mecánico que estaba gravemente averiada y tuvo que cambiar un montón de piezas (aunque no era necesario). Y quizá ese calefactor ha sufrido a su vez el cobro por un dentista de varios conceptos odontológicos que eran innecesarios. Y el dentista ha pagado en un restaurante por unos percebes “auténticos” que eran insípidos y descongelados de aguas marroquíes aunque la factura los elevó a rango de reyes.

¡Cuánto pícaro!. Y no digamos en el sector de la hostelería en verano. No me resisto a contar una anécdota de una praxis excepcional y que afortunadamente hoy está desterrada que contemplé con mis propios ojos en una sidrería costera de renombre.

Pues bien, una de las veinte curiosidades de la deliciosa y fresca sidra asturiana consiste en que se lanza o escancia desde cierta altura sobre un vaso de boca ancha y existe costumbre de dejar sin beber el “culo” o fondo de botella, no es infrecuente que los turistas que piden una sidra, confiados en un vaso, al recibir toda una botella, pues suelen dejar sin beber casi la mitad de la botella. Pues bien, llegada la medianoche y por casualidad, pude ver cómo el dueño del local cerraba las puertas y se enfrentaba a un trasiego, embudo en mano, de todos los posos de las botellas residuales para colmar botellas enteras. ¡Caracoles!.

Pero la trama no acababa ahí, porque como la sidrería contaba con buenos parroquianos, clientes de invierno y conocedores de la calidad de la sidra, el camarero del local estaba adiestrado para pedir al encargado del mostrador ¡una sidra con corcho!, o ¡una sidra sin corcho!. Esa forma distinta de pedir botellas en la barra, encerraba una sencilla clave o código secreto entre camarero y jefe. La sidra que llamaba “con corcho” procedía de la sidra sin abrir ni rellenar; la llamada “sidra sin corcho” era la botella de sidra rellena y sin fuerza (¡al fin y al cabo, los turistas no protestan!).

botellasInsisto en que es una anécdota de hace más de veinte años pero quiere reflejar que la picaresca puede contar con adeptos en el verano. Y anécdotas similares se sufren en algunos restaurantes de todo el ámbito turístico español (pocos pero dañinos) donde se aplica tanto el principio de reciclaje de residuos (de la comida y bebida) de manera que las sobras de los comensales de hoy son las raciones del mañana, como el principio de aplicar la letra pequeña a la carta o menú para cobrar por los supuestos extras (pan, servilletas, café, etc).

En fin, que todos estamos inmersos en una feria de maldades, y lo que deberíamos hacer será comportarnos como nos gustaría que nos tratasen, en la confianza de que se pueda tejer un clima general de lealtad y solidaridad. Tampoco generalizar para no hacer pagar a muchos justos por unos pocos pecadores. Y sobre todo, no devolver mal por mal. Pues si frente a la estafa, optamos por estafar a su vez y la revancha, pues el ambiente será irrespirable y todos seremos perjudicados.

Así que ahí queda mi felicitación para ese mecánico desconocido que no sableó al anciano. Espero que cuando se jubile el destino sea tan benévolo con él, como él lo fue con el cliente.

Y ahora a continuar con el ocio veraniego… basta observar para no aburrirnos.

2 comentarios

  1. Pues eso, hay que ser jurista con corcho, esto es no rellenado de trucos y añagazas, de latinajos sin razón, de estepleitoestáganado, de opiniones atrevidas sin atender a las del adversario, de tieneustedrazón cuando no la tiene.

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