Suele decirse el tópico de que todo se soluciona, excepto la muerte, aunque con sarcasmo puede decirse que si uno está muerto ya no hay problema del que preocuparse. Aunque mas razón tenía el animador Phil Donahue cuando advertía que la muerte es una solución permanente para un problema temporal. O sea, un mal negocio.
Lo cierto es que los problemas, crisis o desgracias comportan un zafarrancho emocional, pero es cierto aquello de que «el tiempo todo lo cura». El escritor Willian R.Alger afirmaba lúcidamente que » Después de cada tormenta el sol nos sonreirá; para cada problema hay una solución, y el deber irrenunciable del alma es el optimismo «.
Así, ya se trate de alguien abandonado por su pareja, despedido por su jefe, diagnosticado de enfermedad grave o víctima de ofensa o mal similar ( e incluso calamidad pública), suele pasarse por cinco fases del duelo: negación, ira, negociación, tristeza y, por último aceptación. Veamos.
1. Aunque esas son las cinco fases por la que, según el modelo redactado en 1969 por la doctora Elisabeth Kübler-Ross en su libro «Sobre la muerte y el moribundo», pasan los pacientes a quienes se les ha diagnosticado una enfermedad terminal, resultan aplicables a cualquier catástrofe personal. Y bien está saberlo para poder aguantar el chaparrón interno a pie firme hasta que el sol salga en nuestras vidas. Veamos.
Es verdad que esas etapas no se dan necesariamente en ese orden, ni tampoco tienen idéntica duración temporal. Los patrones de conducta psicológica se resisten a la personalidad de cada uno. Y es que cada persona sufre de modo distinto: mas o menos visibles externamente, mas o menos tiempo de cambio de estado de ánimo, distinta emoción según el tipo de dolor… Hay gente que sabe como quererse a si mismo y gente mas propicia a la autodestrucción. De todo.
2. Y aunque dependen del tipo de daño o problema sufrido, suelen darse esas cinco etapas en los dos eventos que mayor colapso emocional provocan en las personas: la muerte del ser querido o el abandono por la pareja.
– La negación. Es el mecanismo de defensa: «Esto no está pasando, y si pasa, no me sucede a mí».
– La ira. Es el mecanismo de desahogo. El enojo e impotencia ante el daño lleva a dirigir la reacción hacia objetos inanimados o cualquier persona que esté próxima.
– La negociación. Es el debate interior para restablecer la normalidad, buscando una explicación, un culpable o un consuelo mediante la razón.
– La depresión. La tristeza invade. Y llorar no es malo.
– La aceptación. Supone pasar página pero sin olvidar. La vida sigue. Es cierto que a veces esta fase no llega, especialmente en los casos de muerte de un ser querido, y ahí juegan un gran papel el apoyo de familiares y amigos.
3. En fin, lo que está claro es que ante un problema, preocuparse en soledad, hablar de ello reiteradamente, ocuparse en preocuparse y dejar de hacer otras cosas, no es la salida. Preocuparse no resuelve el problema. Es difícil la serenidad ante los problemas pero la preocupación y la angustia no ayudarán a resolverlos.
Se trata de resistir y entonces ganaremos a la tristeza, al dolor y a la depresión. La condición humana tiende a la vitalidad y la fortaleza: hay que aguantar y sobreviviremos a la situación con la frente alta y el corazón palpitante. A vivir… hasta la próxima, porque la vida es una montaña rusa, y eso no es malo. Es la vida. Y en este viaje vital es hora de aplicar los hábitos de las personas alegres… Y así se verá la botella medio llena y no daremos facilidades a los problemas cotidianos y sabremos superar los restantes problemas.