Claves para ser feliz

Pensar y actuar antes de lamentarse

Leo en «La Herencia Viva de los Clásicos» (Marie Beard, 2013) esta deliciosa anécdota del emperador Adriano (76.-138 d.c-), gran viajero y considerado uno de los “buenos emperadores”, que nos relata Aelius Spartanus.

 El emperador acudió a una casa de baños pues le gustaba comportarse como simple ciudadano y estar cercano al pueblo. Mientras se relajaba, vio que un viejo legionario frotaba su espalda contra la pared de mármol. Adriano le preguntó por la razón, y éste respondió que no podía permitirse pagar un esclavo que frotara su vieja espalda con un raspador.  Inmediatamente, el emperador le dio dinero para ayudarle.

Al día siguiente, cuando el emperador acudió al baño, observó muchos hombres frotándose la espalda contra las paredes para provocar su generosidad. Adriano se les acercó, y aconsejó la solución: como sois tantos, frotaros la espalda unos a otros.

Me parece un suceso ilustrativo y estimulante. Digno de ser leída en los sermones dominicales, relatada por los maestros a los jóvenes, o rumiado en soledad, porque a mi juicio encierra varias enseñanzas de actualidad.

1ª. Antes de pedir, exigir o subirse al carro de otro, bueno será pensar por sí mismo y buscar la solución. Con el propio esfuerzo pueden encontrarse soluciones en vez de ser parásitos de los demás.

2ª A veces la solución a los problemas no es material (“tener”) sino que está en la cooperación, en apoyarse unos en otros (“compartir”). Ni aislarse en la cultura de la queja, ni limitarse a esperar que llegue la solución. Como dice el refrán: mientras te aferras a tu bote de náufrago, grita y reza, pero no dejes de remar.

3ª Ni los ricos y poderosos son tontos por el hecho de serlo, ni los que no lo son tan listos como se creen. Bien está la confianza en sí mismo, pero lo de creerse más listo y astuto que los demás suele acabar en desagradables sorpresas.

En definitiva, si queremos estar orgullosos de nosotros mismos, y ganarnos el respeto de las personas que amamos, debemos demostrar que podemos sobrevivir por nuestros propios medios, o que al menos, intentamos encontrar nuestro camino con nuestro esfuerzo. Creo que una de las mayores iluminaciones o enseñanzas de mi vida fue cuando me di cuenta, a golpe de encrucijadas concretas, que no era cierta mi cómoda e inmediata excusa de “no puedo”, “no quiero” o “es difícil”. Es verdad que muchas veces el esfuerzo, el coraje y la persistencia no da los frutos deseados pero el balance de la cosecha final siempre es positivo.

Pienso en muchos jóvenes ­– no todos, por supuesto­ – que se consideran pasajeros del planeta, de su país y de su familia, con derecho a todos los servicios y comodidades. Servicio total, gratis total.

Lo pienso porque acabo de ver un joven robusto, con apariencia de buena salud, con un cartel a las puertas de una panadería, que dice:« Yo también tengo derecho a vivir. Ayúdeme». No conozco su historia, pero algo me dice que hay otras soluciones distintas de responsabilizar a los demás de mantenerle.

Además pienso que no hay mucha distancia entre ese joven desafortunado (otorguémosle el beneficio de la duda) y la legión de otros jóvenes y no tan jóvenes que no piden en la calle, pero se limitan a pasar el tiempo y ordeñar a su familia o al que se pone a tiro, sin percatarse que el tiempo bien empleado da frutos (formación, retribución, orgullo,etcétera). Lo digo porque precisamente el dueño de la cafetería donde disfruté esta mañana de domingo de mi lectura de prensa, con parsimonia y café, se lamentaba de su insalvable dificultad para contratar camareros, pese a que les pagaba un veinticinco por ciento por encima del salario mínimo interprofesional, explicándome que en los dos meses de entrevistas con aspirantes, las objeciones que recibía eran de tres tipos.

 Un primer bloque lo integraban los que le decían que eso de trabajar los sábados no iba con ellos, y que tampoco les atraía lo de limpiar después de cerrar, especialmente los baños.

 Un segundo bloque estaba formado por aquellos que le decían que con las ayudas sociales que percibían, preferían poco y no trabajar nada, que cobrar un poco más por trabajar mucho.

 Y un tercer bloque era el más tragicómico, coincidiendo en planteamientos del siguiente tenor : “Seré sincero. Soy muy joven para trabajar, pues no quiero dejar pasar la vida a mis treinta años, así que he venido para que mis padres se queden confiados en que lo intento, pero realmente no me interesa este trabajo”.

 Lástima da que existan esos planteamientos. Se olvidan que lo que es de todos, lo debemos mantener todos, y que venimos al mundo para dejar algo más de lo que nos llevamos; al menos para dejar una buena impresión, de que no somos egoístas, parásitos o insolidarios. No debemos comportarnos como gallinas confiadas en la pitanza que nos dan, sin saber que los lobos acechan y no siempre estará el granjero.

 Pero volviendo a Adriano, la anécdota nos enseña que debemos confiar en nuestro instinto, en lo que impone nuestro corazón, y escuchar a los demás, pero sobre todo, debemos hacer trabajar nuestra propia mente para tomar las decisiones importantes. No digo que todo se pueda conseguir si se quiere, pero queriendo e intentándolo, se duerme mejor.

 Así que, dando un salto atrás en el tiempo pero cerca en el espacio antiguo, Sócrates lo sintetizaba espléndidamente:

Para encontrarte a ti mismo, piensa por ti mismo”.

 Y como se acercan las vacaciones, recordaré que los romanos cuando se despedían decían: ¡Vale!

3 comentarios

  1. La vida son dificultades. Así ha sido siempre y siempre será. Por eso te obliga a formarte, aprender a reflexionar, tomar decisiones, asumir responsabilidades, sufrir contrariedades y tener que aceptarlas.

    Hoy, sin embargo, se ha producido un cambio de paradigma. Este artificioso, narcisista, superficial y manipulador mundo actual (de RRSS ruidosas, youtubers engañabobos, teléfonos móviles inteligentes, publicidad hipnotizadora y consumismo compulsivo), conquistador de mentes e invasor de tiempos vitales, ha inventado el mensaje -yupi guay- del ¡porque tú te lo mereces! o el ¡porque tú lo vales! Pues bien, esta descomunal idiotez ha calado en gran parte de la población (¡qué daño han hecho los malos sistemas educativos!, ¡qué anémicas, desaprovechadas o perdidas están algunas neuronas!) y ha provocado un perverso doble efecto: por una parte, que su nivel de resistencia a la frustración sea cada vez menor; por otra, que ya solo le valga ganar «más» dinero…trabajando «menos» -con menos esfuerzo-,… o «no» trabajando -acudiendo a la subvención estatal o paterna-.

    El resultado es una sociedad/generación de cristal gobernada por la desorientación, la sobreprotección, la desgana y la pérdida de horizonte. Frágil, infantilizada, impulsiva, fanfarrona y egoísta. Anclada en lo material. Sin criterio y personalidad propias. En continua crisis. Con poca humanidad y nulo sentido de la solidaridad y lo nuestro. Permanentemente insatisfecha. Y sin futuro.

    ¿Qué se puede hacer? Pues, siguiendo a los clásicos, cambiar de pensamiento para encontrar tu propio camino a través de tu propio esfuerzo. ¿Y si la vida nos da “calabazas”? Pues no desesperar y seguir intentándolo porque las cosas llevan su tiempo y la vida -ese es su milagro y su misterio- empieza cada segundo. ¿Y si finalmente nos repartiera «limones» o «manzanas»? Pues hagámonos una refrescante limonada o una sabrosa sidra asturiana.

    P.D. Nuestra actitud hacia la vida determina la actitud de la vida hacia nosotros -John N. Mitchell-. Nuestras creencias sobre lo que somos y podemos hacer son las que determinan lo que podemos ser.

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