divino tesoro

Consejos de un padre cascarrabias a su hijo Graduado en Medicina

Ayer asistí a la ceremonia de graduación en Medicina de mi hijo mayor en el salón de actos del Palacio Calatrava en Oviedo, con una masiva concurrencia de familiares y amigos de los flamantes titulados (medicina, enfermería, fisioterapia y odontología). Como resaltó el decano de la facultad de medicina, no era un acto académico sino lúdico y de reconocimiento a un puñado de jóvenes por su mérito.

Como todo padre, asistí emocionado y orgulloso, aunque no pude menos de contrastarlo con el celebrado con ocasión de mi graduación en Derecho, treinta y seis años antes. No hubo acto alguno de graduación. Los ciento cincuenta licenciados en derecho de entonces acabamos la carrera y cada mochuelo a su olivo. Ni acto solemne, ni palabras de autoridades académicas, ni colocación de becas o bandas de graduación, ni cantamos el Gaudeamos Igitur, ni presencia conjunta de familiares de los egresados, nada de nada. Huérfanos de protocolo.

También he de reconocer que, como en tantas otras cosas que han cambiado del modelo educativo de entonces, ni sentimos frustración ni nos privó de la íntima satisfacción de abandonar el centro. La nuestra fue una ceremonia espartana (sin palabras ni palmadas, en silencio) y la de mi hijo una ceremonia ateniense (discursos y júbilo).

Si algo compartimos los alumnos de entonces y los de ahora es que a la vuelta de la esquina de la Facultad hay que buscarse la vida. La vida en serio. La vida de estudiar algo más que ofrezca más oportunidades (oposiciones, MIR, etcétera). La vida de competir con los que hasta ayer eran nuestros compañeros de estudios y francachelas. Hasta finalizar los estudios universitarios parece que todos tenemos la hoja de ruta marcada, y vivimos en un rebaño o grupo que nos da sentido. Después estamos solos. Tanto los graduados de antes como los de ahora deseábamos continuar la amistad, el contacto y la complicidad. Sin embargo, la investidura como graduado es también la “carta de libertad”, en que cada cual es libre de renovar compañeros, amistades y dedicación, en la nueva etapa que se abre.

Periódicamente, suelen seguirse reuniendo los compañeros de la misma promoción con afluencia progresivamente decreciente en cada convocatoria, porque a la dispersión profesional se unirá la dispersión geográfica, y la pérdida de contacto irá acompañada de la rebaja de deseo de confraternizar.

Digámoslo claro. Me temo que a partir de ahora se inicia el cuesta abajo. Toca ser más hormiga que cigarra. En el flamante médico, tanto durante la preparación del MIR como cuando obtenga destino, las preocupaciones y el nerviosismo se abrirán paso a codazos. Unos cuantos disfrutarán con la medicina, otros acabarán sufriendo un mal destino y pocos medios, y no faltarán los apáticos. Unos experimentarán el gozo de salvar vidas y aliviar males, pero otros sufrirán atrozmente la imposibilidad de ayudar a enfermos incurables, o los inevitables errores de diagnóstico o tratamiento, pues el juramento hipocrático no da la infalibilidad. Incluso muchos sufrirán el “síndrome del impostor” por considerar que no se merecen su trabajo como médico.

Sin embargo, bueno es saber que las cosas malas, nos pasan a todos, y no se superan ignorándolas sino levantándose tras las caídas y siendo dueño del propio destino. Lo bueno es que al menos su paso por la universidad les habrá enseñado tres cosas tremendamente útiles: 1ª que el éxito en la vida no lo da ser más inteligente que los demás, sino esforzarse más; 2ª que se acabó examinarse ante profesores de lo que hacemos, porque ahora el graduado será el propio juez de sus actos; y 3ª que los graduados no son menos que nadie, porque han llegado ahí por sus propios medios — no todos llegan— y eso les autoriza a pisar fuerte y hablar con voz propia.

El acto de graduación fue ordenado, formal y sentido. Es cierto que celebrado en un inmenso salón de congresos y con jovencitos y jovencitas elegantemente ataviados para la ocasión, por lo que más bien parecía un pase de modelos por el escenario. Además, cada intervención desde la mesa de organizadores y autoridades fue correcta y adecuada, aunque por repetitivo en agradecimientos y el mundo idílico del graduado, personalmente ya me resultaba cargante, pues en vez de funcionar como una orquesta, cada músico con su papel, los intervinientes lo hacían como solistas con la misma melodía e instrumento.

También me pareció un acto demasiado edulcorado en cuanto a elogios a profesores y aprendizaje en la universidad. Me temo que tanto ellos como yo, los alumnos del modelo clásico y los del modelo Bolonia, los de los apuntes fotocopiados y los de apuntes en archivos digitales, los de clases orales y clases a distancia, los de la generación perdida y los de la generación que no se encuentra, los que teníamos veinte asignaturas en total computadas en horas y los que han tenido muchas más etiquetadas con eso tan horrible que se llama créditos, tenemos algo en común.

Se trata de la sabiduría para sobrevivir a un sistema educativo manifiestamente mejorable, porque por lo que yo recuerdo, y no diré nombres para no mancillar a muchos que no están, de la treintena de profesores que se responsabilizaron de enseñarme Derecho, no pasaron de cinco los que me dejaron huella fecunda de buen magisterio, mientras que el resto, se presumían que eran buenos investigadores pero eran nefastos docentes, o no se molestaban en otra cosa que en leer su viejo guion de apuntes, o en someternos a exámenes que ellos mismos no habrían superado,  o en despachar la clase con rapidez e indisimulada incomodidad, sabiendo que “ya era domingo el resto del día” (como censuraba Unamuno a sus colegas). Quizá mis profesores fueron a su vez víctima de los que ellos tuvieron, y quizá la esencia del sistema radica en educar a los alumnos para lo que la vida les ofrecerá, pues lo mediocre -por no decir incompetente- impera en más campos de lo que sería deseable y lo comprobarán nuestros graduados en el futuro, «con sangre, sudor y lágrimas».

Ciertamente, la universidad actual no tiene nada que ver con las universidades que muestran las películas de Oxford y Cambridge, o Harvard, por ejemplo (paraísos de ciencia y reflexión, donde la atmósfera universitaria inunda a la comunidad), ni tampoco con las viejas universidades medievales, cuajadas de debate y del afán de saber de los pocos que tenían la fortuna de asistir. Sin embargo, con los tiempos de incertidumbre que corren, las universidades son la esperanza para avivar el conocimiento y forjar buenos profesionales, además de su misión efectiva del llamado «ascensor social» que permite recompensar a quienes se esfuerzan y aprovechan los ingentes medios que allí reposan.

Un nuevo mundo acecha a los graduados cuya atmósfera no es fácilmente respirable, Un mundo en que ya nadie te preguntará qué quieres ser de mayor, porque ya eres mayor. Un mundo competitivo, donde no necesariamente los mejores ocupan los mejores puestos, ni los peores son postergados (el azar y la circunstancia, pesan mucho). Un mundo en que si no te ayudas, no debes esperar que te ayuden sin esperar nada a cambio. Un mundo que te obliga a espabilar (“Avive el sueño y despierte, contemplando como se pasa la vida”, Jorge Manrique). Un mundo donde no hay metas finales, pues la vida es ir superando vallas, problemas, zancadillas e hitos, como momentos de reposo y felicidad entre momentos de inquietud y decepción.

Me limitaré a decirle a mi hijo que tome el control de su vida, sin dejar que la pérfida condición humana de algunos miserables que, antes o después acecharán su vida y trabajo, le perturben. Que busque la estabilidad profesional como médico. Que no pierda la ilusión por cada día. Que no olvide mantener el amor verdadero si lo encuentra. Que mantenga la curiosidad por aprender y mejorar como médico, pues le permitirá mirarse al espejo con orgullo cada día. Que no busque excusas para bajar la guardia de esa importantísima labor que ha elegido y sobre todo, que no pierda de vista jamás que los pacientes son personas y no todas las respuestas las da un ordenador.

Así y todo, que no confunda sentimientos con hechos, ni olvide que la buena ciencia se hace con paciencia. Le felicito por haber elegido una profesión que le dará más satisfacciones que a su padre la suya. Sé que un médico es alguien graduado en la muerte, en conocer las trampas y ataques de la dama de la guadaña, pero lo hace para servirnos a los demás y esa labor de servicio es la mejor recomendación para un juicio final si lo hay, y si no lo hay, para irse de este mundo dejándolo mejor que como lo encontró.

Sin embargo, ilusión o actuación, o ritual de alienación colectiva, el acto de graduación fue entrañable, e insisto, me siento realmente orgulloso de que mi hijo lo haya conseguido (me consta su enorme sacrificio y mi ínfima contribución), como me sentiría igualmente orgulloso aunque no existiese ese acto. Y e sque ese acto formal se organiza para nosotros, padres y familiares, pues el auténtico acto de festejo y parranda lo tendrían ellos en el subsiguiente ágape nocturno y noche de jarana.

Desde luego fue un gran acierto regalarle a cada graduado un ejemplar de la magnífica obra «Citas con Cajal» de mi admirado amigo José Ramón Alonso. Pocas lecturas hay tan inspiradoras y deliciosas para quienes disfrutan con la ciencia .

Personalmente me atrevo a recomendar en esta materia, el ya clásico discurso de Steve Jobs a los graduados de la Universidad de Stanford, en 2005,  uno de cuyos fragmentos dice así:

Tu trabajo va a llenar gran parte de tu vida, y la única manera de estar verdaderamente satisfecho es haciendo lo que crees que es un gran trabajo. Y la única manera de hacer un gran trabajo es amar lo que haces. Si aún no lo has encontrado, sigue buscando. No te conformes. Como con todos los asuntos del corazón, lo sabrás cuando lo encuentres.

Aquí está íntegro este discurso único, útil, imperecedero e inolvidable.

2 comentarios

  1. Enhorabuena Sr. !

    Afortunado hijo, hoy más orgulloso que nunca de tenerlo a su lado.

    A disfrutar de la libertad post – universitaria !!

    Cordiales saludos
    Isabel

    Me gusta

  2. «¡Hoy es tu día! Tu montaña está esperando. Así que… sigue tu camino». -Dr. Seuss, escritor y caricaturista norteamericano-

    Los fuegos artificiales de la graduación se apagan pronto. Dejan tras de sí un olor a inconfundible a pólvora quemada de esa juventud que desaparece entre sus cenizas. Despejada su niebla y acallado su estruendo salta a la vista la cruda realidad: es de noche, estás a oscuras y en silencio. Descubres entonces que la fiesta era solo un guiño, la graduación un punto y aparte y estás solo al pie de “tu” montaña.

    No queda otra que seguir luchando para llegar a obtener tu propia suerte. Solo que con más preparación, más conocimiento, más estudio y más esfuerzo que hasta ahora. Aprendiendo a convivir con la inseguridad, la angustia, la decepción y el miedo, porque están en el camino y hay que pasar por ellos. Manteniendo y reforzando, para evitar perderte acomodarte o darte por vencido, tu luz personal, tu corazón, tus valores, tus buenos amigos y la cadena perpetua del amor de los tuyos. Y recordando siempre que este viaje lleno de accidentes que es la vida, a diferencia de la Universidad, te gradúa (con nota o con suspenso) todos los días.

    Felicidades y toda la suerte del mundo para el graduado -en lo personal y lo profesional- .

    P.D. Hoy nos ha dejado el gran Antonio Gala. Poeta, novelista, ensayista, articulista, genio, humanista…Poseía el don de la sensibilidad hecha palabra y una profundidad, largueza y personalidad únicas. Clara Montes hizo un apreciable disco a partir de algunos de sus poemas. Uno de sus mejores temas es «Adios» (https://youtu.be/ShFdviEGBhU) que comparto a modo de recuerdo y modestísimo homenaje.

    Me gusta

Gracias por comentar con el fin de mejorar

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.