La pasada semana hice un viaje al pasado. Real. No es un farol. Volví a encontrarme con viejos amigos en Córdoba, aunque más bien eran amigos viejos.

Entre pasillos, en el salón de desayuno del hotel, en la cena, o en la entrada de la sala de conferencias, brotaba el encuentro, el cruce de miradas y nuestro algoritmo mental rápidamente nos señalaba quiera era amigo, aunque no situásemos las coordenadas del origen de la amistad. Nos saludábamos o abrazábamos. La densidad de buen rollo, energía positiva y complicidad era elevada.
Creo que esos encuentros con viejos amigos, cuando no los ves desde hace años, son un enorme estímulo, una inyección de dopamina. Los recuerdos se apuntalan mejor y se disfrutan más cuando tenemos ocasión de volver a estar con sus protagonistas
Me producen la sensación de que en ese viaje rápido por el planeta tierra a velocidad de sesenta minutos por hora, en que nada recordamos antes de iniciar el viaje, y en que nada recordaremos tras llegar, ha merecido la pena.

A veces viajamos en el vagón familia, y nos levantamos para ir al vagón amigos íntimos, o vamos más allá tambaleándonos hacia el vagón de los amigos menos íntimos y conocidos. Es entonces cuando cambiamos impresiones, y nos sentimos complacidos de hablar, sonreír y tener algo en común. Volveremos a nuestro vagón confortable pero más frescos y vivos.

Así fue el reciente viaje de Oviedo a Córdoba que hice con mi amigo Antonio Arias, por coche hasta el aeropuerto, por aire hasta Madrid, por tren de cercanías y luego en el AVE. Cualquier extraterrestre que nos observase desde uno de esos globos que parecen ponerse de moda por la estratosfera, pensaría que éramos dos hormiguitas escapando del hormiguero para tomarse un par de días libres. Dos hormiguitas parloteando incesantemente, solucionando los problemas del mundo, y gastándose bromas.
Les aseguro que viajar con Antonio es subir a la montaña rusa de las sorpresas: se sabe todos los trucos para conseguir rapidez y comodidad; toma atajos y puertas que nadie usa; bromea sin cortarse con el guarda de seguridad, con el piloto, con el taxista o con el que tiene al lado; y con su ingenio provoca algunas situaciones de «riesgo», pero el balance es extraordinariamente positivo y divertido.
Aunque si fuese un terrícola el que contemplase nuestro viaje de regreso, agotados de trabajar (porque también trabajamos, no lo duden), sufriendo desorientación y contratiempos en aeropuertos y trenes, o luchando para tomar un taxi y llegar a tiempo, pensaría que éramos Burt Lancaster y Kirk Douglas en la película Otra ciudad, otra Ley (1986) (ya saben, dos gánsteres que han cumplido condena de treinta años por atracar bancos, pero cuando salen treinta años después ven que el mundo ha cambiado tanto que no se adaptan y vuelven a delinquir).
No me resisto a dejar el trailer de esta película para avivar las neuronas de los de nuestra generación.
Lo cierto es que, pese a tres décadas largas de aventuras, nuestra edad mental y vital ronda los cincuenta, o sea, que todavía podemos seguir en el papel de Robert Redford y Paul Newman en dos hombres y un destino. No miento si digo que los dos estamos mas cerca de los cincuenta que de los noventa.
Y no nos va mal. Lo pasamos bien, tenemos buenos amigos, un puñado modesto de euros para gastar, miles de sabrosas anécdotas, experiencias profesionales variopintas, y mucha imaginación (y familia con paciencia en casa, claro). Además nos ayudamos mucho para completar el puzle de la memoria con nombres y situaciones, pues si uno no lo recuerda, lo completa el otro. Lo que ya nos queda lejos, aunque quizá lo fuimos hace décadas fue “Granujas a mucho ritmo”.
En fin, quede este testimonio del balance de un viaje formativo, divertido, jacarandoso, con conversaciones serias y lúdicas, y con el telón de fondo de grandes amigos, lo que nos mantiene a flote. Cada vez nos damos cuentas de que el mejor combustible para la memoria y el cerebro son las nuevas experiencias, viajes, y enriquecimiento cultural con personas y lugares.

Cuando la vida nos empuja por la rutina, bien está algún encuentro con el pasado. Con el buen pasado, claro está, con buena gente, más claro todavía. Así que, amigos, no dejen pasar la ocasión para revivir buenas situaciones con buenos amigos. La mejor de las medicinas.
Bien viene la cita del filósofo Francis Bacon (156-1626):
Vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quien confiar, y viejos autores para leer

LOS DOS AMIGOS (fábula de La Fontaine).
Durante la noche un hombre despertó sobresaltado. Salió a toda prisa de su cama, se vistió tan rápido como pudo y se camino hasta la casa de su amigo. Cuando llegó tocó la puerta tan fuerte que todos despertaron. Un criado le abrió la puerta asustado, y el hombre entró en la casa. El dueño del lugar, lo esperaba con una bolsa de dinero a un lado y una espada al otro, y le dijo:
«Mi amigo, no acostumbras salir corriendo en durante las noches sin razón alguna. Si estás aquí es porque algo grave ocurrió. Si perdiste mucho dinero jugando, tómalo. Y si te ha tocado pelear y necesitas mi ayuda para enfrentar a alguien, aquí está mi espada, pelearemos juntos. Puedes contar para todo lo que necesites conmigo.»
El visitante respondió: «Te agradezco mucho todo pero estoy aquí por otra razón. Estaba durmiendo y soñé que estabas inquieto y deprimido, que la angustia era más fuerte que tú y que necesitabas mi compañía. Me preocupé por la pesadilla y vine a tu casa tan rápido como pude, me apena que tan tarde pero no tenía forma de saber si estabas bien y quise comprobarlo.
Moraleja: la única forma de tener un amigo «pata negra» (de los de verdad) es…serlo. La única manera de serlo es…merecerlo. Y el único modo de merecerlo es…mediante la práctica, la demostración y los hechos: estando atento a sus necesidades y ayudando a solucionarlas; siendo leal, generoso y constante; compartiendo y aceptando lo bueno y lo menos bueno; priorizando el aprecio sincero a cualquier tipo de competitividad, discrepancia o defecto; y reprendiéndole en privado y alabándolo en público.
P.D. La amistad es como la música; dos cuerdas del mismo tono vibrarán ambas, aunque sólo se toque una. (José Zorrilla)
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