Me impresionó el otro día en LinkedIn el mensaje de una joven que comentaba que había enviado su Curriculum Vitae a «un número respetable de unidades de la administración general del Estado» y se lamentaba que solo recibió respuesta a la cuarta parte de los enviados. El 75% no es que no ofreciese respuesta favorable o una promesa, sino que ni siquiera acusó recibo o formal agradecimiento de su remisión, como tampoco le mintieron cariñosamente (“ya la llamaremos”). O sea, ni caso.
Esta animosa joven (Lucía Escapa Castro) sacaba dos valiosas conclusiones. La primera, “que hay personas con las que ya sé que no me interesa trabajar”. La segunda “Que si estoy en la posición contraria siempre encontraré tiempo para contestar ‘gracias’”.
La valentía y clarividencia de esta muchacha me lleva a alguna reflexión adicional.
Al margen de que es posible que muchos cargos públicos estuviesen atareados o sintiesen que no tenían poder de disposición para reclutar personas, o que su misión no era seleccionar, nada impedía que se contestase de forma rápida y cortés.
Especialmente llamativo resulta que los destinatarios del mensaje son titulares de cargos públicos, aunque justo es reconocer que los jefes o directivos privados tampoco son un dechado de cortesía, especialmente cuando sufren «mal de altura» y entonces lo pequeño y los pequeños no interesan. Sin embargo esa conducta dice mucho…
Esa actitud seca e indiferente de quien da la callada por respuesta, y no se molesta en ofrecer una simple respuesta cortés a quien le envía su curriculum, revela más que un escáner cerebral de su personalidad:
1. No demuestran sensibilidad. Esto es, eso que se llama caridad o considerar al otro como ser humano. Quizá el mundo público resulta frío, mecánico y formal, pero el deber de todo cargo público es levantar esa cortina y humanizar el cargo.
2. No demuestran empatía. Esto es, colocarse en lugar de la empleada. Ellos alguna vez fueron desempleados y quizá algún día pueda tocarles el cambio de lugar. Mal gestor de intereses públicos será el que no sepa ponerse en lugar del público, en lugar del ciudadano que llama a su puerta.
3. No demuestran ser buenos administradores de tiempo. Es verdad que todos tenemos obligaciones y cargas, familiares y laborales, pero seguro que todos sacamos tiempo para atender una oferta de una empresa de telefonía, para mirar por la ventana, para juguetear o sencillamente para enredar. Cuesta muy poco ser amable, y ser amable no es cuestión de extensión sino de comprensión y unas sencillas palabras lo pueden demostrar.
4. No demuestran humildad. Hay que recordar el conocido dicho de “cuidado al que pisas al subir, porque te lo encontrarás al bajar”.
5. No demuestran conocer el valor de las cosas. Con un amable acuse de recibo o una simple frase de estímulo que no comprometa se puede devolver la autoestima a otra persona que llama a la puerta.
6. No demuestran educación entendida como el arte del respeto.
En mi pequeño mundo, recibo muchos mensajes de desconocidos planteándome cuestiones, invitaciones o interrogantes o pidiendo ayuda. Es verdad que no soy el consultorio Francis, ni el oráculo de Delfos ni el teléfono de la esperanza, pero siempre me esfuerzo por dar una palabra, al menos de acuse de recibo de la petición, y aunque no pueda atenderla.
Otra cosa son los mensajes que van a la carpeta de spam o los casos en que mi memoria maltrecha me lo impide, en que considero que no me resulta imputable la falta de respuesta.
La educación o la cortesía es una buena carta de presentación de las personas. No para abrir puertas o favores, sino como muestra de respeto hacia el otro. Personalmente, mi debilidad hacia la educación me lleva a concesiones y problemas personales pero también me conduce al fenómeno inverso, a la intolerancia frente a los maleducados.
Reconozco que soy de la vieja escuela y todavía me encanta el usted, y no digamos cuando hablo con personas mayores. El otro día saludé a un anciano y sabio magistrado de 92 años, apoyado en su bastón y con hablar balbuceante, que me recriminó que no le tutease del siguiente modo: “Si me tratas de usted me harás sentir mas viejo”. Y le repuse: “Pese al respeto que le tengo, ni aunque me lo ordene conseguirá que le tutee”.
Eso sí, tras el usted formal de apertura y el apretón de manos, soy de los que pronto bajo la barrera por el filtro del cruce cómplice de miradas, el aval de un amigo común, un contexto festivo compartido o una afinidad latente. Pronto llega el tuteo natural y recíproco.
Debo reconocer que hay veces que saco lo peor de mí cuando alguien que no me conoce (o me reconoce del baúl de los recuerdos) me lanza un sonoro ¡Oye!, seguido de un imperativo, “Dame, pásame, hazme…”. Un tuteo no autorizado seguido de un imperativo, por parte de un desconocido o mero conocido, me parece una agresión intolerable. Y desde luego que en esos casos me vuelvo escorpión, provenga la agresión de palabra o por email (o incluso por telefonía, donde tuve ocasión de recordar las 17 reglas de cortesía de uso de móviles que los groseros ignoran). En fin, que las formas importan.
Serán cosas de la edad pero no veo motivos para cambiar en este punto, aunque cada uno personalmente sabe lo que hace. Me quedo con la bella frase de Baltasar Gracián:
Es mejor tener demasiada cortesía que muy poca, pero procura no ser igual de cortés con todos, porque eso sería injusto.
Siempre contestar!, aunque llamen a la puerta equivocada….
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Hasta el código ético del ebep pide cortesía, accesibilidad y otros valores y habilidades sociales para los empleados públicos.
Y pienso que cada día hay más y mejor trato a las personas.
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Tal vez lo peor que nos han robado durante estos años (de pelotazos, burbujas inmobiliarias y corrupción generalizada) no haya sido el dinero, y mira que nos han “limpiado” a fondo, sino las buenas costumbres (como forma de comportamiento y de favorecer nuestro desarrollo como personas y nuestra relación con los demás). La casi desaparición de éstas, verdadero patrimonio cultural inmaterial de la humanidad trasmitido de generación en generación, demuestra lo enferma que está nuestra sociedad y el nivel extremo de empobrecimiento y degradación humana que sufre.
Pedir permiso (forma respetuosa de hacerte tu lugar y ser tomado en cuenta). Saludar (forma de brindar afecto, reconocerse en el otro y sentirse bien o agradable hacia los demás). Saber decir “gracias” (forma de reconocimiento expreso por algo independientemente de su importancia). Solicitar algo “por favor” (forma de dulcificar la petición y allanarla ante el requerido). Respetar el turno en las colas (forma de hacer efectiva la igualdad y la no superioridad de nadie sobre nadie cuando toca esperar: véase el “capítulo” precedente de este blog). Escuchar al otro (y, en caso de comunicaciones escritas, acusarle recibo y contestarle) no sólo oírlo (forma de poder entenderlo, ponernos en su lugar, ayudarlo, reconfortarlo y/o encontrarlo a través del diálogo). Y, en general, mantener un comportamiento correcto y demostrar cortesía, respeto, amabilidad, solidaridad y consideración hacia el otro, debiera ser tan natural y frecuente como el respirar.
Recuperemos estos hábitos sociales inmemoriales. Empezando por las escuelas, las Administraciones, los empleados públicos y las empresas que, en mayor o menor medida, nos prestan servicios como consumidores. Humanizarán en algo a nuestra muy despersonalizada y antipersonalizada sociedad actual.
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