Claves para ser feliz

El gozo de evadirse de los necios

Acabo de regresar de un viaje a Cáceres y me preguntaba a qué se debía mi sentimiento risueño, reconfortado y optimista.

Inicialmente pensé que se debía a los buenos amigos que me acogieron en esta tierra maravillosa y hospitalaria con buena charla, viandas y paseos (y risas, claro, porque está científicamente demostrado que se envejece más si no se ríe, o al menos lo parece; unido claro está, a que el buen humor no engorda).

Pero luego me di cuenta que la clave de la serenidad radicaba en haber estado dos días completamente ajeno a las noticias de prensa y televisión. Ajeno a las polémicas políticas, a las guerras absurdas, a las agresiones y torpezas de una sociedad intolerante y quejosa, a las persistentes suspicacias y otros pecados capitales (ira, envidia y avaricia, principalmente).

Es curioso que esta crispación mediática y sociopolítica (y la incertidumbre económica) nos está llevando a la política del avestruz. No saber para no sufrir. No saber para no sacar lo peor de nosotros. No saber para no tener úlceras. Parece que viajar, festejar, evadirse y aturdirse, es el antídoto frente a una sociedad enferma.

Más curioso resulta que en una hora libre que tuve en Cáceres aproveché para dar rienda suelta a uno de mis muchos vicios, el de aventurarme entre las estanterías de una librería de ocasión (Boxoyo Libros), donde siempre encuentro a mis héroes, artistas, novelistas y ensayistas, esperándome en las estanterías, como Lázaro (“Levántate y anda”, o más bien, “Sobresale, cautiva y déjate leer”).

Entre los ocho libros que compré (con poco realismo y sentido común porque sé que no los leeré todos) adquirí un libro viejo y curioso: “Dieciséis esbozos de mí mismo” Autobiografía crítica de Bernard Shaw, un personaje curiosísimo (1856-1950), prolífico escritor y Premio Nobel de Literatura, caracterizado por un enorme ingenio, fama de cascarrabias y de llamar las cosas por su nombre, todo envuelto en un enorme ego (Se definía en una entrevista como «Soy soltero, irlandés, protestante, vegetariano, mentiroso, charlatán, socialista, aficionado a la música»).

En su autobiografía consigue atrapar por la franqueza y lucidez de sus afirmaciones (sobre el mundo y sobre sí). Y hay unas líneas que, al hilo de este mundo tan desastroso que estamos viviendo, me llamaron la atención pues dice:

Un crítico me describió recientemente diciendo que siento un bondadoso desagrado hacia mis congéneres. Temor hubiera sido más exacto que desagrado, porque el hombre es el único animal que me inspira un miedo completo y cobarde. Nunca me ha inspirado gran respeto el valor del domador de leones. Al menos él, dentro de la jaula, está a salvo de otros hombres. Un león bien alimentado es menos peligroso. No tiene ideales, no pertenece a ninguna secta, partido, religión ni clase. En una palabra, no tiene motivo alguno para destruir algo que no quiere comer.

Me impresiona este diagnóstico que confirma que, a poco que te descuides te tropiezas con imbéciles de variado pelaje: que destrozan el mobiliario urbano; que molestan por gusto; que discuten para herir; que su egoísmo atropellan a otros infortunados; que se quejan teniéndolo todo para reclamar más; que no son capaces de ver más allá de sus necesidades y les importa un higo el planeta; que creen que sus cargos les servirán en el cementerio; que se sienten imprescindibles (y lo serían en un Museo de la Estupidez); que se sienten orgullosas de su carácter (“mal carácter”); que solo ven las contradicciones ajenas…

Es verdad, admito que no es la regla general (la mayoría de los Gremlins son buenos) pero hay las suficientes ovejas negras para amargarte el día o quitarte la fe en la condición humana. Afortunadamente, el mundo es grande y frecuento grandes amigos y los conocidos con los que coincido tienen bellas cualidades, que me aportan más de lo que yo les doy.

Por si fuera poco, acudí en Cáceres a un acto público en un edificio majestuoso y en que se ofreció un concierto a cargo de la orquesta local, con su director dirigiendo de espaldas al público como mandan los cánones. Aunque comparto la opinión de Woody Allen (“Tengo el oído de Van Gogh para la música”), debo confesar que durante la melodía me sentí teletransportado al paraíso, mecido por sonidos cautivadores, y admirado por la armonía de todos y cada uno de los músicos hacia la obra común. Pensé: ¡Qué distinto de lo que sucede hoy día en cualquier iniciativa común! Somos incapaces de acompasar nuestro paso, de armonizar nuestras inclinaciones con las del prójimo, de escuchar y hablar por tuno… No es posible poner de acuerdo a quienes no buscan realmente el acuerdo.

En fin, queden estas reflexiones, pero sin imagen de pesimismo, porque nuevamente debo recordar a Shaw: «Tanto los optimistas como los pesimistas contribuyen a la sociedad. El optimista inventa el avión y el pesimista el paracaídas».

Yo ni invento el avión ni el paracaídas, pero viajo por la vida rodeado de buenas personas, y eso es motivo suficiente para ser optimista.

Gracias por comentar con el fin de mejorar

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.