Claves para ser feliz

Lo que realmente importa

Leo una entrevista a que fuere filósofo y crítico literario George Steiner (1929-2020). Se trata de una entrevista realizada y publicada póstumamente por el gran Nuccio Ordine (“George Steiner, El huésped incómodo. Entrevista póstuma y otras conversaciones,  Acantilado, 2023). La cruel paradoja es que ese mismo año 2023 murió prematuramente mi admirado profesor italiano Nuccio Ordine (quien nos enseñó la utilidad de lo inútil).

Me ha llamado la atención la respuesta de Steiner (90 años), a la siguiente pregunta de Nucio:

¿Recuerdas haber llorado en algún momento de tu vida?

Claro que sí. En estos últimos tiempos me invade a menudo el recuerdo de circunstancias particulares. Pienso, por ejemplo, en grandes experiencias humanas que se han concluido sin que yo haya previsto el final. En la desaparición repentina de algunas personas que no podré volver a ver. O en lugares que he frecuentado y que ya no podré visitar nunca más. Y también pienso en cosas más sencillas, quizá banales: en pescados y otras comidas que he saboreado en algunos lugares mágicos y que no podré volver a saborear. Y, a veces, en encontrar en la esquina de una calle o en un jardín la sombra de una persona a la que amas y a la que necesitas enormemente, pero que sabes que ya no podrás tener a tu lado.

Comprendo la perspectiva, desde las cumbres de la edad sabe mirar con serenidad hacia atrás…

Y se lamenta de sus errores de previsión (“experiencias sin que yo haya previsto el final”), confesión de humildad ante lo que es muy propio de la soberbia de la edad madura, donde creemos saberlo todo.

Lamenta que no llamará dos veces el cartero de la amistad (“personas a las que ya no podré volver a ver”) ni el del amor (“la persona a la que amas y que ya no podrás tener a tu lado”).

Lamenta los pequeños placeres cotidianos (comidas que no volverá a saborear).

A veces comprendo la sabiduría del diseño del ser humano.

Por eso, aunque me fastidie citar a Shirley MacLaine, su consejo es certero: «Baila mientras puedas», pero me atrevo a añadir tres consejos sobre el baile. Baila sin caer en el ridículo, baila sin perder la dignidad y baila empatizando con los demás bailarines.

Vamos perdiendo la memoria y el vigor intelectual en las últimas etapas de la vida, e incluso pienso que hasta es una conquista evolutiva, porque nos permite una edad dorada sin ansiedad, remordimiento o cruel añoranza. La amnesia se convierte así en un mecanismo de autodefensa.

En suma, me maravilla el  gran consejo de Bertrand Russell en su Autobiografía (2010):

Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda de conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad.

Me maravilla esa condensación en tres líneas de toda la filosofía sustancial de las grandes religiones, contraculturas, coaching o idearios al gusto. Tres ejes que no debería perder de vista ningún ser humano que quiera estar a la altura del regalo de una existencia con capacidad de pensar y sentir.

Repasemos las tres pasiones de Russel debería ser la brújula de todos:

  • Sentir amor y sentirse amado.
  • Sentir curiosidad por conocer y poder satisfacerla.
  • Sentir solidaridad y poder ayudar.

Otra cosa es que cada uno es muy libre de decidir qué ama, qué quiere conocer y hacia dónde proyecta su sentimiento altruista. No deja de impresionar el resultado de la investigación de la australiana Bronnie Ware, que comenté en su día, quien trabajaba en cuidados paliativos, titulado «Los 5 mayores remordimientos de los moribundos». Deberíamos tenerlo muy presente en nuestras vidas, mientras estemos a tiempo…

Según Ware, los remordimientos más comunes que escuchó a los enfermos terminales fueron los siguientes:

1. Ojalá hubiera tenido el coraje de vivir una vida fiel a mí mismo, no la vida que los demás esperaban de mí. («La mayoría no ha realizado ni siquiera la mitad de los sueños y debe morir sabiendo que se debe a las elecciones que ha hecho o que no ha hecho»).

2. Desearía no haber trabajado tanto. («Se perdieron la niñez de sus hijos y la compañía de sus parejas»).

3. Desearía haber tenido el valor de expresar mis sentimientos («Mucha gente reprime sus sentimientos para mantenerse en paz con los demás»).

4. Desearía haberme mantenido en contacto con mis amigos. («… muchos han quedado tan atrapados en sus propias vidas que han dejado amistades de oro perderse a través de los años»).

5. Ojalá me hubiera permitido ser más feliz («El miedo al cambio los ha llevado a fingir ante los demás, y ante sí mismos, que eran felices»).

Es curioso que entre los remordimientos de los moribundos no se encuentran las clásicas metas en la flor o madurez de la vida. No se lamenta la falta de conquistas laborales, haber ganado mayor dinero, contar con mas seguidores en las redes sociales, haber escrito un best-seller o tener el mejor vehículo. No. Se lamenta el no haber sido mas auténtico y sensible. Curioso, y debemos aprender de ello.

No lo digo con infantil candor, sino con madura pena ante el panorama preocupante de las malas noticias mediáticas y los ejemplos circundantes, que apuntan a malos tiempos para la lírica. Y es que, «lírico» viene de la palabra griega para designar la “lira” que acompañaba a la poesía en alegres encuentros; pues bien, me temo que hoy día se debilita tanto la afición por la buena música que amansa las fieras, como por por la bella poesía que aviva el corazón; de placeres intelectuales, no hablamos…. ni están ni se les espera… Cada vez somos menos los de esta secta… la secta de lo que no desperdiciamos los bombones de la caja de Forrest Gump, ni dejamos de intentar saborear los que nos tocan en suerte…


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2 comentarios

  1. El artículo comienza, cuando aún estamos tomando asiento, a velocidad vertiginosa y profundidad apabullante. Las del nonagenario George Steiner. Ese inquieto «Huésped incómodo» del sabio Ordine que, después de pasar por miles de maratones mentales y vitales, se atreve a desnudarse y exponer el sentido auténtico y vulnerable de sí mismo (coincidente con el de muchos): el del dolor que llora en silencio porque lo que le importa de la vida (que identifica con precisión de un neurocirujano) se acaba.

    Devueltos con igual celeridad y presteza a la superficie, sin sufrir la temida descompresión gracias a la ayuda de la bombona de oxígeno chavesiana (su siempre esclarecedora, sentida y ordenada escritura), pasamos del lamento (ese amargo, melancólico y hermoso que nos deja «Moon River» https://youtu.be/OJRNcrBlfA-) a la esperanza (esa agazapada, delicada y emocionante que nos arranca «Smile» –https://youtu.be/kjFXIngaDzo-). Se trata de seguir los consejos de otro sabio, el gran Bertrand Russel, que se condensan en la idea de ser, pensar, actuar y sentir con humanidad (hacia los demás y hacia nosotros mismos), es decir, con ese sexto sentido -para muchos desconocido- del ser humano. Y es que, dolor y placer, tristeza y sonrisa, Steiner y Russel, se encuentran más cercanos entre sí de lo que creemos. Por eso también se llora de alegría.

    Sin embargo, el tobogán de esta historia ante nuestra insaciable curiosidad por saber se vuelve a retorcer . Nos seguimos preguntando: ¿qué pasa cuando se está a punto de morir?; ¿cómo nos despedimos? El doctor Christopher Kerr, lo ha estudiado en su libro «La muerte no es más que un sueño: encontrar esperanza y significado al final de la vida». Refiere en el mismo que, en los últimos momentos aparecen conmovedores sueños y visiones que «ayudan a los pacientes terminales a reunirse, con un sentido más auténtico de sí mismos, con las personas que han amado y perdido, aquellas que les traen perdón y paz, lo que incluye a mascotas y objetos físicos (porque las cosas, como nos descubriste en su día, José Ramón, también pueden tener y darnos vida)».

    Esta forma de enfocar la muerte más allá de su visión medicalizada (de mera falla orgánica y existencia de problemas por resolver), se muestra más certera y completa. Permite hacerlo con una perspectiva humanista (no todo es ciencia) y ver a la persona en su totalidad. Al hacerlo así, también honra lo subjetivo, lo interno o las dimensiones experienciales de morir.

    P.D. Muchas veces las lágrimas son la última sonrisa del amor -Stendhal-.

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  2. LA MUERTE ESTÁ TAN SEGURA DE ALCANZARNOS QUE NOS DA UNA VIDA DE VENTAJA –Nietzsche-.

    La mayoría de nosotros transita por la vida entre el miedo a morir y la angustia de vivir. Sin embargo, solo si aceptamos que tenemos los días contados podremos disfrutar de una existencia razonablemente plena. Será nuestro comportamiento el que hará que nuestra vida sea aprovechada, dilapidada o un mero pasar. Para ello, partiendo de que nos vamos como vinimos: ¡sin nada!, la deriva utilitarista del hombre moderno (que pasa por el poseer, el acaparar, el convertirlo todo en mercancía o la lógica del beneficio) carece de sentido.

    El nonagenario George Steiner, después de miles de maratones mentales y vitales, reconoce que tiene prisa…porque el tiempo no pase. A través de la vulnerabilidad insobornable de su llorar lúcido por lo perdido (“muchas veces las lágrimas son la última sonrisa del amor” -Stendhal-), nos muestra lo importante de la vida…que se le acaba (lugares, comidas, olores, cosas banales y sencillas –la utilidad de lo inútil de nuestro Nuccio Urdine que estás en los cielos-, cultivar el espíritu, amigos, aquel/la a quién amas,…)

    Bertrand Russel condensa lo realmente importante en la idea de ser, pensar, actuar y sentir ¡con humanidad! hacia los demás y hacia nosotros mismos. Es decir, en tener, usar y hacer crecer ese sexto sentido del ser humano: humanidad.

    Placer y dolor. Sonrisa y tristeza. Vida y muerte. Steiner y Russel. Cuerpo y espíritu. Se encuentran más cercanos entre sí de lo que creemos. O acaso no lloramos también de alegría.

    Superando visiones medicalizadas de la muerte (limitadas a su consideración como fallo orgánico), estudios recientes («La muerte no es más que un sueño: encontrar esperanza y significado al final de la vida» del doctor Christopher Kerr) han comprobado que, en los últimos momentos aparecen conmovedores sueños y visiones que «ayudan a los pacientes terminales a reunirse, con un sentido más auténtico de sí mismos, con las personas que han amado y perdido, aquellas que les traen perdón y paz, lo que incluye a mascotas y objetos físicos”.  Esta perspectiva humanista y espiritual de la muerte, complementaria de puramente científica, permite ver a la persona en su totalidad y honrar lo íntimo, lo subjetivo y lo propio en sus últimos momentos y reconocerle una dimensión experiencial individual en su despedir final.

    P.D. «Mirad las personas que corren afanosas por las calles. No miran ni a la derecha ni a izquierda, con gesto preocupado, los ojos fijos en el suelo como los perros. Se lanzan hacia adelante, sin mirar ante sí, pues recorren maquinalmente el trayecto, conocido de antemano. En todas las grandes ciudades del mundo es lo mismo. El hombre moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la necesidad, no comprende que algo pueda no ser útil; no comprende tampoco que, en el fondo, lo útil puede ser un peso inútil, agobiante. Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte. Y un país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o robots, un país de gente desdichada, de gente que no ríe ni sonríe, un país sin espíritu; donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio […].

    Porque esta gente atareada, ansiosa, que corre hacia una meta que no es humana o que no es más que un espejismo puede, súbitamente, al sonido de cualquier clarín, al llamado de cualquier loco o demonio, dejarse arrastrar por un fanatismo delirante, una rabia colectiva cualquiera, una histeria popular. Las rinocerontitis -*- más diversas, de derecha y de izquierda, constituyen las amenazas que pesan sobre la humanidad que no tiene tiempo de reflexionar, de recuperar su serenidad o su lucidez […].» EL HOMBRE MODERNO de Eugene Ionesco-

    * Rinocentitis: enfermedad que contagia progresivamente a sus habitantes, volviéndolos conformistas y uniformando sus pensamientos hasta convertirlos en rinocerontes.

    El pasado domingo remití un comentario pero, en mi ilimitada torpeza, algo debí hacer mal porque el sistema no le dio salida. Hoy vuelvo a probar suerte, porque su artículo y el tema lo merecen, con este nuevo y diferente.  

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