Hablar y comunicarse

Pues va a ser que no

Cuando era jovencito deseaba complacer a los demás, a los mayores, a los conocidos, a cualquiera. Me gustaba ser útil, pero a medida que crecía, descubrí varias cosas: frecuentemente se abusaba de mi tiempo y buena disposición; no siempre existía reciprocidad, sino más bien reincidencia; y lo peor: mis prioridades se sacrificaban por las ajenas.

Posteriormente, fui madurando y me di cuenta de la gran inversión que es saber decir que «no».

En su día me ocupé de los que se aprovechan de nuestra amabilidad, y ahora me referiré a los que se aprovechan de nuestra debilidad por no saber decir no.

Aprender a decir no sin sentirse culpable es uno de los retos más difíciles de la sociedad moderna. Decía Steve Jobs algo tan revelador como “Solo diciendo NO puedes concentrarte en las cosas que son realmente importantes”. Pero cuando uno es realmente libre, es cuando uno dice “No” sin sentirse obligado a dar una explicación, o sin sentirse mal por dar una excusa.

Lo que menos me cuesta es la respuesta negativa a las llamadas de televendores que me asaltan como bandoleros para llamarme por mi nombre y anunciarme que la conversación va a ser grabada, para a continuación anunciarme una promoción, oferta o ventaja de contrato de telefonía, seguros, etcétera. Al principio escuchaba pacientemente, pero mi cortesía me llevaba a un tira y afloja con el vendedor para nada.  Ahora, nada más escuchar la palabra “promoción” o similar, digo un firme “No, gracias, no me moleste” y cuelgo. A continuación, incluyo ese contacto en spam.

Me cuesta más rechazar las amables ofertas de personas o entidades para que acuda a dar una charla o participar en un acto social. Al margen de mis limitaciones para aportar algo nuevo en lo que está al alcance de la mente con libros y redes sociales, la propuesta suele venir envuelta en ese dulce anzuelo que son los halagos y me resulta humanamente gratificante.

Hace años, más joven, inquieto y ambicioso, acudía como feriante a infinidad de lugares. Ahora, más maduro, con familia y con tiempo escurridizo, limito el apartado de conferencias o charlas. Primero, porque hay que prepararlas y quien habla en público se examina, y todos tenemos nuestra dignidad y corazoncito para salvar un mínimo de rigor. Segundo, porque aunque propongan pagar por la ponencia y el medio de transporte (exiguo en consonancia con los tiempos), no cubre jamás ese “sacrificio invisible” que es el tiempo de viaje, de ida y vuelta, esperas y colas, porteos, y sobre todo, el coste de oportunidad de usar ese precioso tiempo de viaje en “viajar con lecturas o paseos a otros mundos” de mi interés. O sea, que me limito a aceptar las propuestas que me tocan la fibra sensible o me aportan algo muy distinto de remuneración.

Tampoco me satisfacen las charlas online, sin la cercanía física y espontaneidad, sin el examen recíproco de asistentes y ponentes, así que huyo de ellas con una correcta negativa.

También lamento (bueno, realmente no lo lamento) rechazar las invitaciones envenenadas de meros conocidos –no todas envenenadas, pero la experiencia me ha demostrado que la osadía humana no tiene límite– que aprovechan la existencia de un amigo común o un lazo familiar lejano, o incluso un encuentro fortuito, para soltarte una consulta profesional a quemarropa. Los peores son los que tienen el atrevimiento de traerte una amenazadora carpeta que intentan sutilmente –o no tan sutilmente– encomendarte “si pudieras mirarlo”, o similar trampa cargada de parasitismo.

Aquí mi portazo es más enérgico, y sigo mi regla de oro que la experiencia me ha dado: “Jamás, jamás, jamás, te quedes con el papel que te de otra persona para que le des tu parecer o lo mires: te habrá endosado un problema que no tenías y serás prisionero de una obligación ingrata”.

Lo de las redes sociales es la gatera por donde se cuelan muchos avispados, y ahí es donde hay que separar el grano sincero de la paja del aprovechado. De hecho, son muy gratificantes las interacciones diarias con las opiniones de los demás o tender puentes y lazos con desconocidos que pronto dejan de serlo pues compartes intereses, sintonía o complicidad; el problema como siempre, radica en quienes confunden contacto con atraco.

Lo que más me cuesta es rechazar las propuestas sinceras de mis amigos, de primer o segundo círculo de intimidad, de asistir a un almuerzo, sarao o libación conjunta, sin guion y con la solitaria finalidad de pasar el tiempo. El plan es atractivo, la oferta suculenta y deseo aceptarlo, pero el cuerpo humano y el tiempo son limitados. A estas alturas, me he fijado un almuerzo social cada quince días como máximo. De no hacerlo así, esas comidas acaban devorando mi salud, porque tengo que confesarlo: soy débil ante buenos platos en buena compañía. El fiscal de la báscula, el jadeo al subir escaleras no fallan y la implacable analítica médica no miente.

Al final, es cuestión de fijar prioridades. Nuestro ocio, nuestras inquietudes, nuestra saludo. El reloj de arena de la vida se va rellenando en su parte inferior y no se detiene, ni es reversible. Bien está ocupar el tiempo disponible en lo que te añade y en lo que realmente te preocupa o satisface.

Además, conviene tener presente el refrán de “mejor una vez rojo, que ciento colorado” pues a veces nos comprometemos “en caliente” y luego lo lamentamos lo difícil que es decir “no” cuando se había dicho “sí”. En estos casos hay que ser coherente consigo mismo y decir la verdad, aunque admito que me cuesta la retractación, pues suelo asumirlo para no dejar a nadie en la estacada, pero eso sí, aprendiendo la lección (“No me volverá a pasar”).

En la misma línea, no hay que dejar resquicios con un equívoco “quizás”, pues la gente escucha lo que quiere oír. Hasta un silencio se interpretará por los aprovechados como aceptación.

Lo sé. Me voy convirtiendo en una persona huraña. Un ermitaño. Cosas de la edad. Sin embargo, no subir lastre al globo de mi vida, me hace elevarme y ser más feliz.

10 comentarios

  1. 100 % de acuerdo. Mucho, muchisimo. Tambien es cierto que hasta los 40-45 años cuesta decir que NO porque se está labrando el curriculum, tejer relaciones etc…y evitar quedar “afuera”. A partir de los 55-55, la cuestion cambia radicalmente. El tiempo se escurre, se pueden perder 2 dias de ida y vuelta por una conferencia de 1 hora, no aporta nada al CV acumular 1 articulo mas publicado en tal o cual revista (que por cierto, generalmente ni pagan) y asi un largo etcétera. Lo cierto es que tambien a partir de los 55-60 disminuye la ambicion, te preocupa la salud, piensas en el futuro y prefieres estar el domingo en casa leyendo el periodico que preparando la conferencia para X sobre la ley de presupuestos..
    muy lucida reflexion la que ha hecho JR Chaves 👍🏻👍🏻👍🏻

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  2. Pues estoy convencido de que esto de «decir que no» ya se vuelve un lugar común. Ni lo uno ni lo otro es acertado, digo yo. Dependerá siempre de lo que se nos esté pidiendo. Lo de Jobs me pareció de un egoísmo escalofriante, ya que importante -y mucho- puede también ser lo que nuestro prójimo busque en nosotros. Nada como perder la vida por lo demás sin esperar nada a cambio. Siempre que a uno lo dejen respirar, claro.

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  3. ¡“Ser más feliz”! Ahí le has dado en el clavo, señoría . El poder de la renuncia, o sea saber decir : No . Es una palabra difícil, pero una vez que se aprende su utilidad supera, con mucho , su dificultad.
    Maria

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  4. Decía García Marquez que lo más importante que aprendió a hacer después de los cuarenta años fue a decir no cuando era no.

    Saber relacionarte con quiénes, conocidos o no y escondidos tras piel de cordero, contactan contigo con fines –aparentemente- normales pero –realmente- abusivos y desconsiderados, no resulta tarea fácil. Sea porque te pillan con la guardia baja y te manipulan de mil formas logrando, en este estado de confusión, que tu asentimiento caiga por inercia. O porque el mal y el bien, aunque no sean amigos, son vecinos. Pero te sientes estafado. ¿Qué es si no el aprovecharse con engaño o abuso de confianza de tu buena voluntad para apropiarse de tu tiempo, saber o trabajo?

    No hablo de ayudar a quiénes de verdad lo necesitan y merecen. Sino del familiar, el seudo amigo o el conocido abusón; del extraño suavón, embaucador o pelota que como lazarillo te lleva a su terreno y te saca del tuyo; y del falso conocido o inventor de conocidos comunes que acumula idénticos deméritos.

    En estos casos, decir que NO, en realidad, significa decir que SÍ. Sí a lo que eres y a lo que de verdad importa (tu persona, familia, amistades, tiempo, hobbies, descanso, independencia, libertad,…). Si a no alejarte de tus prioridades. Sí a evitar rechazarte. Y, en definitiva, sí a no dejar de ser tú y poder seguir siéndolo.

    A partir de lo dicho, dependiendo si se estamos ante conocidos, semiconocidos o extraños, el no puede ser -más o menos- formal y educado (gracias, no puedo; lo siento, no puedo; gracias, no me interesa;) pero siempre inmediato, directo y honesto (no).

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  5. Toda la razón y, dependiendo de la edad, cada día ves más certero el dicho de que el tiempo es oro. Y el tiempo para mí misma, todavía es más precioso, por escaso.

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  6. Nuevo intento, ya que mi primer comentarió no apareció. Naturalmente que el decir no es necesario muchas veces. La actitud primera, sin embargo, debería ser siempre sí, si no queremos perder nuestra naturaleza de seres empáticos, solidarios, generosos y despreciadores de todo abominable individualismo desgraciadamente tan de moda, sobre todo en regiones de tanta abundancia como es esta pequeña y rica Europa.

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  7. Tenemos gustos similares, y no sé decir que no a esas buenas invitaciones. De momento me respeta la báscula, aunque confieso que ya, hasta tengo una que uso a diario. No seré yo quien diga que no a esas proposiciones de buen yantar. Aún. Un abrazo. Me ha encantado el post.

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    1. Yo también acepto tales invitaciones, sólo que no la de cualquiera. Donde el instinto me dice que no debo ir, pues ahí no voy. Y en general yo digo más bien no a toda tentación de ser egoísta, individualista, falto de empatía.

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    2. Yo también acepto tales invitaciones, sólo que no la de cualquiera. Donde el instinto me dice que no debo ir, pues ahí no voy. Y en general yo digo más bien no a toda tentación de ser egoísta, individualista, falto de empatía.

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