Asistimos a una situación sin precedentes en nuestras vidas. Al menos en la mía, pues afortunadamente no sufrí como mis antecesores, guerras, hambre ni inseguridad.
Creía vivir en un mundo estupendo, en un planeta que giraba como un carrusel: bello, luminoso y constante; además, en un país donde la democracia, la pandereta, el alborozo y la vida mediterránea nos demostraban que existían paraísos terrenales; por añadidura, la posibilidad de elegir amigos y lugares donde vivir, que es una de las fortunas del hombre moderno, en mi caso me llevó a tejer una red de buenos amigos y vivir en una Asturias acogedora, plácida y casi bucólica en paisajes y costumbres.
Todo eso lo ha sacudido la pandemia, con sus secuelas de problemas económicos, sociales y tensiones políticas. El problema es que está cobrando un goteo de vidas y no se ve la luz del túnel. Lo inquietante es que tampoco se ven grandes avances, sino mas bien desconcierto en los países más avanzados, que se supone con medios y protocolos eficaces, y más preocupante aún por la cercanía, me resulta que Asturias ha evolucionado de región ejemplar hacia región calamitosa y con ensañamiento de la cruel pandemia.
Además, en el caso español, asistimos a un tensionamiento del marco constitucional al hilo de las presiones, ocurrencias y pactos de los políticos de todo pelaje, unos manifestados en parlamentos autonómicos y los más preocupantes en el nacional. Siempre me resultó tranquilizador confiar en que toda ley sería fruto de mayorías y consenso, porque el aval democrático es una regla de oro para el buen gobierno, pero paradójicamente me empieza a resultar inquietante saber que toda ley fruto de las mayorías saltará a los boletines oficiales.
El papel de la Constitución me recuerda lo que sentí en un viaje que realicé en la década de los noventa a la ciudad estadounidense de Los Ángeles, una población de casi cinco millones de habitantes y la ciudad en superficie mas extensa de EE.UU (70 km de largo X 47 de ancho), pues contrariamente a lo que suele pensarse, la inmensa mayoría de los edificios son de baja altura para sortear el impacto de los terremotos (sufre más de 100.000 temblores sísmicos anuales). Me alojé en el Hotel Westin Bonaventure, construido en 1976, de 35 plantas y 112 metros de altura, con 1470 habitaciones, y estructura futurista. Me enteré de dos curiosidades que comparto.
La primera. El hotel que figura en infinidad de paisajes cinematográficos de Los Ángeles, pues resulta que la ciudad por estar en zona sísmica (la Falla de San Andrés) cuenta con unos escasos pero centrales edificios elevados. Por eso, cuando una película hollywoodiense tiene por escenario de la trama a la ciudad de New York u otra gran urbe mundial, ruedan en la zona central de Los Ángeles, o sea, en el exterior del hotel Westin Bonaventure. Es más, en su interior se han rodado películas famosas (Rain Man, En la línea de fuego, etc); de hecho, estuve en el mismo ascensor de “Mentiras Arriesgadas” (True lies, 1994) en que Arnold Schawarzenegger entra a caballo en él.
La segunda curiosidad radica en que me enteré allí, que los edificios resisten peor los terremotos cuanto más rígidos son, ya que para los arquitectos, si la tierra se mueve, es mejor que el edificio acompañe el movimiento que resistirse y quebrar. Por eso, estos enormes edificios cuentan con una estructura en la base que permite el balanceo de la torre de 1,5 pies (¡45 cm!), sin causar daños en tuberías, vigas y estructuras; cuanto mayor sea el terremoto, más se mueve el edificio en la parte superior. O sea, el suelo tiembla y el edificio o puente se balancea porque la energía del terremoto se mueve a través suyo, con la paradoja de que es menos peligroso un rascacielos que un edificio pequeño. Se ve con claridad cuando se viaja en autobús o metro, pues requiere menor esfuerzo permanecer de pie si flexionamos el cuerpo y lo acompasamos, que si rígidamente lo desafiamos.
Esta constatación podemos trasladarla al movimiento sísmico de la pandemia y los temblores que nos produce en nuestra vida económica y social. Creo que hemos alzado una sociedad tan avanzada, fruto de tres largas décadas constitucionales de bienestar y libertades, que será capaz de aguantar estas sacudidas. Serán duras, preocupantes, incluso provocarán quiebras serias en nuestra estructura esencial del modo de valorar las cosas, pero si sabemos adaptarnos, aguantar con serenidad las sorpresas y adaptarnos a las medidas preventivas y sanitarias, aunque no nos gusten y sean incómodas, lo superaremos.
Decía Cela aquello de que «el que resiste, gana», cuyo trasfondo real es que quien tiene consciencia del sacrificio, quien se esfuerza, quien sabe primar los valores de solidaridad sobre el egoísmo a corto plazo, quien no pierde la ilusión y sabe levantarse al caer, ese gana. No gana el que solamente se queja, sino el que se queja, pero también soporta y rema. Y si los que formamos la sociedad adoptamos esa actitud, la sociedad ganará.
Además estoy seguro, como la historia nos ha demostrado, que la ciudadanía solo tiene memoria a corto plazo. O sea, creo que tras la llegada de la vacuna y generalización en marzo de 2021, la sociedad se levantará, la economía despegará y todo se reconstruirá. Lo más lamentable será que por el camino quedarán los que desgraciadamente ya no podrán verlo, y lo más triste sería que los que podamos verlo- cruzo los dedos- no aprendamos lecciones para para el futuro.
Las cosas han cambiado. Antes se presumia que el gobernante miraba por eso que es el bien común y se tenia alturas de miras estadistas. Ahora, por desgracia, la mirada cortoplacista, marrullera, vanidosa y ególatra de los llamados «dirigentes» (Entren todos y salga el que pueda) ha sustiuido aquel bien y no por el del partido (el que sea) al que dicen dirigir, sino por el personalísimo del que, de forma interina, ocupa eso que se llama la cúpula del poder y que para mantenerse en él cuenta con los que, como él, quieren destruir aquello sobre lo que se apoyan y que «les da de comer». España resístirá porque siempre es más fuerte que cualquier detentador-poseedor interino del imperium y tendrá que volverse a reconquistar y reconstruir como hizo D. Pelayo. El problema es: ¿Donde está nuestro actual D.Pelayo? Confiemos en esta sociedad porque, a la mínima ocasión, nos recuperaremos porque este pais es «muy caliente» y «arranca al cuarto de vuelta». Un abrazo y repito el ANIMO porque aunque se detente el poder (que se otorga), la AUTORIDAD hay que ganársela. Aquello es interino y, por ende, temporal; ésta, perpétua y «en propiedad».
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Vivimos dormidos despiertos, en eterno desconcierto, con nuestros afectos aplanados (por nuestra distancia social, falta de abrazos y besos) y nuestra sensibilidad sin apenas pulso (por el anestésico goteo diario y normalizado de números sin nombre). Nos recluimos en nosotros mismos, alarmados, paralizados y traumatizados, conscientes de que somos más frágiles y vulnerables que nunca y de que la fatalidad campa por sus respetos y carece de amigos. Sentimos que el tiempo se ha parado, que el pasado fue un dulce sueño (ya muy lejano) y que el futuro no pasa de ser un signo de interrogación sin respuesta que navega perdido en un mar infinito de incertidumbres.
Pero, si algo me causa auténtico escalofrío de esta pandemia, más allá de las muchas vidas que se lleve por delante, los muchos enfermos que cause, las muchas secuelas físicas que deje y las muchas ruinas que provoque, es que nos ha mostrado lo muy carcomida y enferma que está el alma de la Humanidad. Ha sucedido como con el aire. Que solo somos capaces de verlo cuando está ¡…sucio!. Pero que, si eso ocurre, es porque lo hemos contaminado y acabado con su pureza. Así, durante las últimas décadas el virus de la falta de ética, la deshonestidad y la inmoralidad se ha venido expandiendo por nuestra sociedad hasta llegar a invadirla de antivalores (materialismo, irracionalidad, irresponsabilidad, superficialidad, insolidaridad, egoísmo, vulgaridad, apatía, grosería, descortesía y otros muchos) y deshumanizarla. Y todo ello con la sospechosa pasividad, ingenua ceguera y inaceptable indiferencia de nuestros gobernantes, autoridades (nacionales, internacionales y mundiales), medios y ciudadanos (nosotros mismos).
El edificio actual de la humanidad, como usted bien señala, tiene unos cimientos tan rígidos y poco fiables que es incapaz de aguantar cualquier tipo de vaivén o inclemencia. Saldremos adelante (economía, trabajo, salud,…), seguro que sí. Pero el problema de fondo no se arreglará con la vacuna. Porque la Humanidad «sin» humanidad (alma) está condenada a la extinción. Y su edificio sin tan esencial elemento de base y su utilización como argamasa y refuerzo de cimentación, antes que después, se vendrá abajo.
PD Eneko, magnífico ilustrador gráfico de medios, explicaba la noticia de que se había descubierto agua en la Luna con la siguiente escena: una Luna, en cuarto creciente, que mira a una Tierra llena de cicatrices (cosidas a retales para evitar que se descuajaringue), al verla, tan sufriente y dolorida (entre otros, por los efectos de la pandemia), no puede evitar dejar caer una enorme una lágrima de pena.
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