He ido a ver a un buen amigo traumatólogo. Buen amigo y buen traumatólogo. Tras hacerme la resonancia magnética de rigor (experiencia inquietante que abordé con la ilusión infantil de subir a la montaña rusa), acudí a que me explicase los resultados.
Tras examinar con atención la pantalla que mostraba las radiografías o similares de mi columna vertebral, me indicó con habilidad de sabueso que tenía un vértebra levemente hundida, lo que no me extrañó pues lo debía a una mala caída en mis entrenamientos acrobáticos de juventud en el potro de saltos, aunque en estos treinta años no ha pasado de unas puntuales punzadas de tarde en tarde.
También me comentó el hallazgo que explicaba que hubiese acudido allí por cierto dolor que sentía en la parte lumbar, y me mostró una parte blanquecina en la proximidad de otra vértebra.
Le pregunté si era grave y me miró a los ojos antes de comunicarme que padecía la enfermedad mas mortífera e incurable de los seres humanos:
– Cosas de la edad.
– ¿Ehhhh? –repliqué– ¿De qué edad?, ¿De los que tienen mas edad que yo o de los que tienen menos?
– De la edad de esa espalda. – Y sonrió, porque él también es de mi generación.
– ¿Tiene algún tratamiento para que no me duela cuando hago algún esfuerzo?
– No, reposo.
– ¿Quéééé?, ¿¿reposo??. – Si yo me pasaba la vida reposando delante del ordenador o sentado viendo películas o leyendo- ¿¿Más reposo??
– Tú sabrás cuando te duele. – Me dijo sonriendo.
– Pues cuando juego al baloncesto con mi hijo Álex.
– No juegues. – Repuso mi doctor lacónicamente.
– También cuando corro con cierta velocidad.
– No corras. – Insistió
No se me ocurrió decirle que me dolía al respirar, no fuese que me prohibiese respirar (y porque no era cierto, claro).
Le agradecí vivamente su atención y amistad, porque ciertamente ambas cosas son un tesoro hoy día y salí pensativo del hospital.
Así que me veo con el mismo dolor con que entré, como un coche con un amortiguador que de vez en cuando sufre, y sin tratamiento posible. Se ve que tengo la obsolescencia programada.
Cuando se llega a mi edad, o mejor cuando mis huesos tienen la edad de la vida que les he dado, comprendo que es hora de administrar esfuerzos y perseguir esa calidad de vida que se nutre de reposo, vida calmosa, menos riesgos y mas vida social. Mas alegría y menos quejas y seriedad.
A ver si así consigo distraer a estos dolorcillos de espalda. Aunque pensándolo bien, el balance es positivo si tengo en cuenta que llevo mas de treinta años con trabajo de despacho, sentado en sillas y sillones incómodos en posiciones desaconsejables y mas horas de las debidas. Ello sin olvidar que a los dieciséis años tuve una caída libre en motocicleta de quince metros hacia unos peñascos y que a los cuarenta me atropelló un coche de lo que salí indemne tras rodar por el capó y consiguiendo caer de pié como un gato, pero eso sí, aferrado a mi iPhone que no solté en la voltereta. Además debo añadir que no tenido un solo día de baja laboral por incapacidad o enfermedad y que mi historial clínico solo tiene una visita por alergia al polen y otra por mi dolor de espalda.
Así que no debo quejarme. Debo asumir el desgaste de la carrocería y del motor. O sea, que no hay como visitar al médico para valorar lo que tenemos y lo que debemos cuidarnos.
Así que, en esas condiciones de optimismo renovado, pues aprovechando que es un día soleado me voy con los peques a realizar una actividad que mi médico me permite: pasear por la playa supervisando a los niños mientras persiguen tesoros con un detector de metales que les he comprado por Amazon. Y es que para apartar a los pequeños de las pantallas hay que combatir al enemigo con tecnologías alternativas. A poder ser al aire libre. Y aunque no correré por la playa, no se me ha prohibido sentarme luego a almorzar para celebrar que lo mío, «son cosas de la edad». Tendré que acostumbrarme a oírlo. Un buen comodín y disculpa para futuras dolencia o errores.
«Regular gracias a Dios» es la respuesta que dio un colega marroquí de Hospital al gran José Antonio Labordeta cuando le preguntó por su estado de salud. ¡Toda una filosofía de vida!. Y una frase que éste tomaba prestada para contestar a todos los que, sabedores de la grave enfermedad que sufría, le preguntaban cómo estaba.
Normalidad, positividad y buen humor -con retranca o sin ella- son el mejor encaje de abrigo para poder afrontar la mala salud o la enfermedad. Te anestesian sin adormecerte, te tranquilizan sin que pierdas lucidez y te rearman de vitalidad.
Su microcuento de fin de semana habla de todo eso. Y lo hace con su habitual acierto. Con cercanía, con clarividencia, con normalidad (recordándonos que usted es uno de los nuestros) y con ese buen humor, poso y regusto final, siempre bien intencionado, que le caracteriza.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Cuidate mucho.
Y no son cosas de la edad….q edad???
…son cosas del destino…..
Bssss
Me gustaMe gusta
Ja ja,ja,muy acertado,y me río porque me veo,a punto de cumplir 56( tantos,yo?
) reflejado en todo lo que dices aunque lo único que se me hace más duro es mantener el buen humor,pero seguro que no soy el unico.Reconforta saber que » mis problemas» son más comunes de lo que me creo,ranquearemos hasta la jubilación ¡ hay) y lo haremos de la mejor manera posible: riéndonos de todo todos y de nosotros mismos.
Arriba con esa mala salud de hierro!!!
Me gustaMe gusta