Reflexiones vigorizantes

El sano placer de liberar al niño interior

Todos tenemos un niño dentro. El que se emociona, el descarado, el ingenuo, el que se asombra, el que ríe, centellea, crea, mira ilusionado, llora, experimenta y no desconfía.

El problema es que vamos creciendo y vamos apagando su voz interior. Algunos incluso ostentan cargos, empleos o necia soberbia que ha expulsado el niño feliz del pasado. O creen que ser padres es incompatible con el brillo y sensibilidad de corazón de niño. Por algo sentenciaba Simone de Beauvoir «¿Qué es un adulto? Un niño inflado por la edad».

Es verdad que algunos tienen dentro un niño triste y solitario. Otros un niño guasón. Y otros, un quejica. Muchos tenemos todavía ese niño asustado de la infancia en determinadas situaciones que no queremos que vuelvan, pero también ese niño feliz en algunas estampas que la memoria nos regala.

Cada uno debemos mirar nuestro interior a solas y reconocer a ese niño tragado por los años. Además, no podemos mentirnos porque nos ha acompañado y nos acompañará siempre.

Personalmente pienso que el niño que tenemos dentro no tiene las fronteras y límites del adulto, y si lo liberamos, nuestra creatividad y gozo crecerá. Además, dejar escapar ese niño en lo que hacemos o sentimos, nos rejuvenece.

He estado unos días de asueto en Ibiza, concretamente en la isla de Formentera, pues he liberado a ese niño en algunos momentos como si fuese la isla del tesoro. Los escolares disfrutan en el recreo y los adultos tenemos el tiempo de recreo cuando no trabajamos (antes de volver como Sísifo a la labor cotidiana).

El niño que tenemos absolutamente todos. El que desea ser feliz. Con buenos amigos, que hemos desparramado sonrisas, imaginación e ilusión. Nos ayudaba el maravilloso teatro de la naturaleza: un cielo increíble, unas aguas turquesas, arenales sugerentes, ambiente de libertad californiano, sabrosas viandas…

Aquí van unas fotos de ese niño en acción, junto con otros niños grandes, grandes en corazón y en sabiduría (Fátima Lozano y Antonio Arias). Maravillosos momentos de suspensión de la frialdad de ser mayor. Los tres mosqueteros.

Nadie conseguirá que el adulto que muestro cotidianamente fuera, abandone al niño que llevo dentro. El mismo niño interior que en ocasiones, cuando nada se exterioriza, me hace decir para mis adentros: “Me he equivocado”, “Lo siento”, “Soy un cobarde por no haberlo hecho”, “no tengo ni idea”, “Gracias por valorarme tanto”, «Debía adelantarme…» etcétera.

Claro que tampoco debemos dejar que aflore con tanta frecuencia el pequeñuelo, que nos etiqueten de infantiles o irresponsables. En su justa medida, pero sin olvidar que quien silencia al niño interior, se niega a sí mismo y se está perdiendo la magia de la vida además de comportarse como quien hace trampas al jugar al solitario.

Con razón decía Ernest Hemingway en una obra póstuma (“Verdad al amanecer”, 1954/56):

Tener corazón de niño no es una vergüenza. Es un honor. Un hombre debe comportarse como un hombre (…). Pero no se le debe reprochar que haya conservado el corazón de un niño, la honestidad de un niño, la frescura y la nobleza de un niño.

2 comentarios

  1. Un periodista preguntó a la teóloga alemana Dorothee Solle: “¿Como explicaría usted a un niño lo que es la felicidad? No se lo explicaría” respondió “le tiraría una pelota para que jugara” -Eduardo Galeano-. Esa capacidad natural de explorar, descubrir, sorprenderse, divertirse y disfrutar -con inocencia e imaginación- con todo casi sin nada, es lo que resume la mejor cualidad de la niñez. Por eso, ser capaz de mantenerla, sabiéndola adaptar al paso de los años, es uno de los retos más difíciles que tiene la vida.

    Al hilo de lo anterior me pregunté ¿qué pensará de mí el niño que fui del adulto que soy ahora? De inmediato sonó en mi interior la alarma de seguridad. Consciente de estar ante un testigo impredecible (demasiado franco, espontáneo e incontrolable), incómodo (demasiado imaginativo, desprejuiciado y abierto de miras) y peligroso (demasiado indígena de otro mundo -paralelo al real- de sueños e ideales, que tiene otro enfoque de las cosas y usa distinto lenguaje), mi deformación profesional hizo saltar la alarma y, tirando de manual de estilo, me recordó que en estos casos hay que renunciar al interrogatorio del testigo.

    Sin embargo, tan drástica decisión me dejaba en la más completa incertidumbre. Porque sin arriesgarme a escuchar -de mi yo infantil- si mi corazón, con el correr de los años, se había ido marchitando (por haber dejado de ser suficientemente regado con el espíritu perenne de la niñez), o, por el contrario, convivían en el mismo (en razonable armonía) mis yoes adulto e infante, ¿cómo podía contrastar pareceres y mejorarme? Entonces comprendí, lo obvio. Que no puedes esconderte de ti mismo, ni renunciar a escucharte. Y que aquí no había parte contraria, testigo, juez, ni público, sino partes complementarias -diferenciadas en el tiempo- de un todo -un mismo yo-. Al final el resultado de la consulta reforzó su unidad.

    P.D.  «La imaginación es nuestro niño interior y nuestra creatividad su patio de juegos» -Jaedd DeWalt-. Si lo tienes dormido, despiértalo y vuelve a intimar con él. Porque hay un amigo -fiel- en mí -él-  https://youtu.be/S6O0Y8Bm18Q

    Le gusta a 1 persona

Gracias por comentar con el fin de mejorar

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.