Claves para ser feliz

Cuidadito con lo que se dice

Confesaré. No sean duros commigo.

Ayer noche tras cena indigesta en restaurante alborotado, y estando demasiado bebido, acabé a las nueve de la mañana haciendo movimientos desmadejados al compás de la música.

Han leído bien, pero no se asusten. No he mentido porque realmente lo dicho requería precisiones, y lo he hecho para demostrarles que nos dejamos llevar por la literalidad. Escuchemos la misma confesión, con las precisiones que debía haber incluido para que el mensaje real fuese rectamente interpretado:

Ayer noche tras cena indigesta (pues no eran fáciles de digerir los deliciosos calamares angulados fritos ni el chuletón de carne roja a la parrilla) en restaurante tumultuoso (por la alegría de la víspera navideña), bastante bebido (pues “bebí” mucha agua y nada de vino), acabé a las nueve de la mañana haciendo movimientos desmadejados (propios de mi estilo de natación) al compás de la música (de fondo de la piscina municipal).

La moraleja es doble:

  •  debemos tener cuidado con lo que decimos y no dejarnos llevar por la rapidez ni sobreentendidos. La información la carga el diablo.
  • debemos tener cuidado con lo que interpretamos porque lo de “piensa mal y acertarás”, lo llevamos de serie los hijos de Caín en cuanto a lo de “pensar mal”. En cambio, en lo de “acertará” el prototipo humano falla (que se lo pregunten al padre de Caín, el infortunado Adán).

¿No se habrán enfadado conmigo por esta bromita navideña?

Creo que no hay uebos.

P.D. Diccionario de la Real Academia. Uebos: ”1. Necesidad, cosa necesaria”.

No aprenden, y mira que acabo de advertírselo… no piensen mal.

Ustedes son unos mendrugos.

P.D. Diccionario de la Real Academia. Mendrugo: «Pedazo de pan…».

Siguen sin aprender, pero ustedes son un pedazo de pan…

Aunque pensándolo bien, lo que les he enseñado sirve para dos cosas: Para nada, y para lo mismo.

En fin, cosas de la navidad… me pone de buen humor saber que la gente quiere ser feliz y lo intenta.


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1 comentario

  1. TU VERDAD NO TIENE COPYRIGHT

    (Dedicado a quienes necesitan completar la realidad con su propia versión, y a quienes, sin proponérselo, les dan el primer hilo).

    Este domingo me crucé con unos conocidos cuando salía a comprar el periódico. Tras los saludos rituales, les comenté que había pasado la noche “perdido”. No pude decir más: sus caras se transformaron de inmediato en las de un comité de expertos en pensar mal, con varios máster en prejuicios y catástrofes ajenas.

    En un segundo ya me habían inventado amistades peligrosas, situado en bares clandestinos, convertido en noctámbulo empedernido e imaginado amaneciendo sin haber dormido, caminando por la calle como un pato mareado y cantando el orteguiano “estoy tan agustito” del torero retirado.

    La realidad era otra y muy prosaica. El GPS del móvil decidió actualizarse justo cuando salí a echar gasolina y, como nací desorientado, acabé dando vueltas alrededor de la gasolinera como si fuera la Estación Espacial Internacional. Era tan absurdo que parecía una escena sacada de Poquita Fe. ¿Para qué explicarlo, si no me iban a creer?

    Cuando añadí que había acabado “tirado en el suelo”, sus cejas se alzaron un centímetro y medio, quizá hasta dos si contamos el susto inicial. No mentí: me había tumbado en el salón, después del ajetreo, para estirar la espalda siguiendo los consejos de mi fisioterapeuta, que insiste en que soy más rígido que un Playmobil olvidado en el congelador. Pero no pude explicarlo. Ellos ya me habían colocado en un callejón húmedo, bajo una farola triste y completamente afectado por sustancias extrañas, reducido a un estado lamentable.

    La conversación concluyó entre juicio sumarial y diagnóstico improvisado: “sufres una crisis existencial”; “tanto trabajo no es bueno”; “tienes que empezar por reconocer que tienes un problema”; “apóyate en la familia”; “pide ayuda profesional porque, aunque es duro, de esto se sale”… Después llegó el silencio. Tan convencidos estaban de lo que decían que fui incapaz de desmentirlos. Es más, empecé a dudar hasta de lo que realmente me había sucedido. Me despedí y seguí mi camino, intentando mantener la dignidad y ordenar mis pensamientos.

    Al fin y al cabo, todos somos un poco ficción ajena… y los personajes secundarios de otros no siempre estamos bien escritos.

    PD. Ayer te leí decir en un comentario linkediniano que eras feliz por haber sido útil. Permíteme precisarte algo: no solo eres útil, eres necesario. Feliz Navidad, José Ramón, extensivas a toda tu gente y a tus vivocoleantes lectores.

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