Claves para ser feliz

Todos somos turistas del mundo, de distinta clase

Sé que puede sonar envidiable. Escribo esto en la tarde luminosa de este domingo desde el confortable camarote de un imponente barco que desciende por el río Nilo hacia el norte. El buque estilo crucero avanza calmosamente, las aguas parecen abrirse a su paso, mientras las orillas muestran a estribor, una vegetación fecunda de baja altura, pero intensamente verde, dejando mostrar la amplia llanura donde descansan yacimientos arqueológicos del Egipto antiguo. Y a babor, una cordillera rocosa donde la historia espera.

La mañana ha sido agotadora. Luxor en todo su esplendor. El Valle de los Reyes nos esperaba desde las seis de la mañana, con imponente exhibición de poder faraónico, tumbas horadadas en laderas increíblemente blancas, pétreas y sin verdor ni rastro de humanidad. Paisaje lunar, propio de western de Sergio Leone.

El calor va cobrando pesada solidez y los turistas nos movemos como hormiguitas buscando el refugio de la visita a cualquiera de las numerosas tumbas regias, con la cruel ironía de que fueron enterradas por voluntad del faraón o de los sacerdotes para que jamás las encontrasen los ladrones de tumbas, pero no pensaron en los turistas y mercaderes del tiempo.

Después Karnak nos ofreció el enorme e imponente palacio y sala de columnas (inspira escenas cruciales de la novela y película “Muerte en el Nilo”, Agatha Christie), cuajado de estelas, jeroglíficos, esculturas de carneros y patos, muelle para chalupas del Río, y piedras talladas.

Sin embargo, esto no es una crónica de viajes. Ni un jubiloso relato vacacional. No. Es un lamento. Un nubarrón invisible pero tangible en tanta luz, que hace comprensible que adorasen a Ra, el Sol.

Los egipcios. Y no hablo de la élite de egipcios que viven como potentados, que disfrutan de todas las comodidades y caprichos, de buenas viviendas y que no tienen que preocuparse por llegar a fin de semana ni por su familia. No. Me refiero a otra masa de egipcios que se ofrecen al turista como museo del escándalo del infortunio.

Hay tristeza en infinidad de egipcios que luchan por vender baratijas y recuerdos turísticos. Egipcios que se colocan estratégicamente dentro y fuera de las tumbas para simular que te ayudan a hacer la foto o informarte, o facilitarte un abanico, y rápidamente envolverte como una serpiente para sentirte obligado a darles una propina.

Egipcios desde las tiendas que, con sus chilabas y sonrisas te llaman con cantos de sirena para que veas, compres y regatees. Egipcios que conocen la condición humana al dedillo, y saben sacar todo el partido de tu cortesía paciente, porque saben que lo que a ti te sobra para ellos es la vida.

Egipcios que en las calles de la ciudad que rodean el palacio de Karnak están en las esquinas, sentados en los bordillos, viendo pasar el tiempo, contando los rayos de sol… esperando lo que no llega.

Egipcios que están en sus casas o en parte de ellas, porque la mayoría de las construcciones están inacabadas. Como si por razones religiosas o bélicas se hubiese decretado la paralización de la construcción; sin embargo, el guía nos aclara que la autoconstrucción está a la orden del día, pues si el padre construyó la planta baja, el hijo sigue con la primera planta y van poco a poco, uno u otro familiar completándola según el tiempo y el dinero les ayuda. El resultado son infinidad de casas sin puertas ni ventanas, con columnas hacía ningún lugar y tejados de chapa o ladrillo, aunque frecuentemente vigiladas por los abundantes perros callejeros. Por supuesto, no creo que las condiciones higiénicas del interior sean mejores que las peores de cualquier vivienda en España.

Egipcios que en las carreteras vetustas, avanzan con ciclomotores de tiempos de Tutankamón, montados en grupos de tres; otros con pollinos voluntariosos que tiran de carros sobrecargados de pasajeros; los pequeños motocarros portean objetos imposibles (lavadoras e incluso vacas).

No faltan mujeres egipcias de las que solo se perciben sus ojos por su oscura y cerrada indumentaria, que reclaman la atención del turista ofreciendo cualquier producto, artesanía o sencillamente suplicando ayuda; incluso alguna te desgarra el corazón pues lleva en cabeza en precario equilibrio un turbante con enigmático producto, o bebé en brazos.

Egipcios en plena infancia, con ojos negrísimos y piel oscura, bañándose en la ribera del tan maravilloso Nilo, frente a sus chabolas o casas deterioradas, rodeadas de basura, con burros o camellos atados en árboles o puertas.

Egipcios que han aprendido a vivir sin aire acondicionado (si no pueden tenerlo, ¿para qué echarlo en falta?).

Egipcios que han aprendido a consumir agua de dudosa potabilidad (si calma la sed y sirven para lavar la ropa o los vegetales que necesitan, ¿no sería peor no consumirla?). Egipcios que no necesitan casco para las motos ni ITV para sus vehículos (¿para qué pensar en un mundo seguro para las cosas, cuando todavía no están seguras las personas?). Egipcios que sonríen con los ojos mientras exhiben dentaduras incompletas. Brutal.

Incluso mientras escribo esto, escucho voces del exterior del barco y cuando me asomo veo dos egipcios en un pequeño bote de remos, ofreciendo mercancía a los pasajeros mediante un primitivo sistema de aproximar la mercancía y cobrar a distancia. Increíble.

No puedo creerlo. Más que las pirámides, más que los faraones, más que el propio Nilo, más que el calor asfixiante, me asombra la capacidad de supervivencia de estas personas. La fuerza interior que necesitan para afrontar cada nuevo día. No sé que ilusión o motivación pueden tener, pero lo cierto es que demuestran que el ser humano sabe adaptarse en las peores condiciones para sobrevivir.

Además demuestra que los que vivimos en mejores condiciones nos relacionamos con ellos con mirada de ganado vacuno y desdén de comodidad, para retornar del viaje a nuestro mundo, donde tenemos infinidad de servicios, oportunidades y derechos, pero no estamos nunca satisfechos. Quizá las momias somos los de los países civilizados, y no nos damos cuenta.

Sí. Soy culpable de vivir bien en medio de quienes viven mal, y no haber hecho nada para remediarlo. Gastar unas monedas o comprarles algo, solo soluciona un instante. No su vida.

P.D. Lamento que este artículo está hecho desde el móvil por falta de ordenador, con fallos de wifi, problemas con las fotos y tórridas urgencias (40 grados). Aunque pensándolo bien, así refleja mejor el artículo lo que quiere decir.

Seguiré informando…


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2 comentarios

  1. Chaves, nos ofreces una mirada única de Egipto, disfruta del viaje!!!, igual que disfrutamos de tus relatos con la descripción de tus experiencias particulares. Gracias. Enrique

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