Parece que vamos siempre acelerados. Entre la agenda del teléfono, la agenda de la memoria y los compromisos propios y ajenos, la vida se va deslizando sin enterarnos.

Pero ayer fue sábado y tocó no hacer nada de nada. Ese es el propósito, pues ya comenté las ventajas de pasear solos para sentirse libres. Quizá tenía presente lo que decía la fotógrafa Joyce Tenison «Lo más importante es intentar disfrutar la vida porque nunca se sabe cuándo se acabará. Si te despiertas por la mañana y tienes que elegir entre lavar la ropa o dar un paseo por el parque, sal a caminar. Odiarías morir y darte cuenta de que has pasado tu último día lavando la ropa».
En mi caso, quizá pasaría mi último día en algo menos práctico y mas anodino que lavar la ropa: frente a una pantalla de ordenador. Así que he dado un paseo sin dirección ni prisa y me he adentrado en el Parque San Francisco de Oviedo. Es la oportunidad de sentirse como Robinson explorando la isla en medio del océano de asfalto.
En tan idílico lugar, he podido captar el presente:

- Dos abuelas tomando café en el bar del parque con sendos cochecitos de bebés, que serían sus respectivos nietos, y me maravilló la estampa de las tres generaciones (dos generaciones presentes y la tercera, ausente).
- Una jovencita que paseaba al caniche y con todo cariño ha sacado una bolsita azul y la ha rellenado cuidadosamente con lo que el perrito sembró. Me maravilló ese actuar responsable.
- Luego he visto un bólido, o mas bien una silla de ruedas eléctrica guiada por una jovencita a toda velocidad, sorteando obstáculos y aparentemente sin complejos. Solo le faltaba una bocina. Me maravilló como superaba la discapacidad con seguridad.
- Unos niños miran a los patos con sus patas palmeadas en el estanque. Les llaman pero ellos van plácidamente a lo suyo. Es bello sentir que humanos y animales respetan su respectivo espacio y no se atacan. Como bello era el grupo familiar fotografiándose con la escultura del personaje de Mafalda.
- Luego me fijé en los bancos del parque. ¡Si pudieran hablar! Recolecté una triple muestra. Un anciano solo con la cabeza baja (¿viudo, sin recursos, con recuerdos?). Una pareja de adolescentes haciéndose arrumacos (¿comenzaban la relación?). Otra pareja de adultos discutiendo (¿terminaban la relación?). Y tres chicos que no hablaban sino que cada uno mantenía una relación… con la pantalla de su móvil.
- Y árboles de todo tipo, tamaño y color. Un prodigio que la naturaleza parecía formar para que los paseantes los revisasen. Varios olmos parecían inclinarse bajo el peso del tiempo. Uno de ellos me recordó los deliciosos versos de Machado: «Al olmo viejo, hendido por el rayo/ y en su mitad podrido/con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas nuevas le han salido». La belleza de estos versos me maravilla porque evoca lo que podría predicarse de las personas mayores, que pese a la sobrecarga de cicatrices de la vida, tienen brotes verdes de ilusión.

De todo iba tomando nota mental. Incluso pensé que quizá alguien había tomado nota mental de un hombre madurito, con gafas tradicionales y barriguita más clásica aún, que parecía ensimismado en catalogar lo que veía.
Súbitamente vi un muchacho en patinete a gran velocidad, sorteando paseantes con clara temeridad. Lleva unos cascos musicales y hace equilibrios, a veces saliéndose del camino y otras por lugares de peatones. Pasaba vertiginosamente y zizagueando, flanqueado por enormes árboles que parecen inclinarse para verle, y entonces perdió el equilibrio y se cayó con más estrépito que daños. Él para un lado, sus cascos doblados y el patinete retorcido para el otro. Se levanta mascullando algo y se sacude el pantalón. Lo veo en la distancia con mi mejor intento de poner cara de preocupación, pero fracaso porque realmente me cuesta contener una maliciosa sonrisa y es entonces cuando tengo la sensación de que los árboles han puesto su poder sobre el intruso. La naturaleza funciona, o se toma venganza. No sé como, pero la paz ha vuelto, mientras el muchacho arrastra su patinete.

Confieso que en ese paseo sin rumbo ni otra meta que ver con ojos y escuchar con los oídos, y pensar con lo que tengo encima de los hombros, me hizo sentir feliz. En paz y satisfecho ¡Y gratis! Ya comenté en su día que nunca se pierde el tiempo cuando se está en contacto con la naturaleza.
No hay mejor pantalla para captar la realidad que la retina de los ojos y un poco de actividad reflexiva. Con mi paseo comprendí la conocida afirmación del escritor Nathaniel Hawthorn:
La felicidad es una mariposa que, cuando la persigues, siempre está fuera de tu alcance, pero que, si te sientas en silencio, puede posarse sobre ti.
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Querido José Ramón,
Confieso admirado que este paseo sabatino solitario por la vida (libre de plazos, tensiones y prisas) que nos retratas (con minuciosas y delicadas pinceladas) y compartes ha conseguido arrancarme pellizcos de emoción.
Su templado y elocuente pulso literario y su sensible y expresiva aprehensión de la realidad han creado una imaginaria nube que al leerla reparte gotas finas de afecto y ternura que empapan de humanidad.
El enfrentamiento entre la responsabilidad (o autolimitación juiciosa, prudente y/o consecuente de unos) con la irresponsabilidad (o ilimitación alocada, instintiva y/o inconsciente de otros) resume perfectamente lo que es la vida (o las formas básicas que hay de enfocarla).
Y su conclusión de que la respuesta a todo está en la naturaleza y, por tanto, también en los árboles, no puede ser más acertada. Véase si no el ejemplo fascinante del Choibá.
Se trata de un árbol gigantesco de las selvas tropicales panameñas que no sólo sobrevive a los rayos (debido a su conductividad interna), sino que ha evolucionado y se ha adaptado para atraerlos y beneficiarse de ellos (ensanchando su copa y elevando su altura) . Porque cada vez que recibe un impacto eléctrico, elimina en promedio 9,2 árboles competidores cercanos, reduce en un 78% las lianas o enredaderas parásitas e incrementa en 14 veces su tasa de reproducción respecto del resto de árboles cercanos no «electrocutados». Este árbol podría ser una de las soluciones al actual cambio climático que destruye bosques a causa de incendios provocados por inopinadas tormentas de rayos.
P.D. En tiempos de incertidumbre, miedo y guerras arancelarias es obligado recurrir a la esperanza.
El viejo McCartney lo contaba y cantaba maravillosamente en su «Ebony and ivory». Ébano y marfil, viven juntos en perfecta armonía, lado a lado en las teclas del piano, ¿por qué nosotros, no? https://youtu.be/OYLJe_YgAAA
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