
Se supone que ahora mismo, domingo, en vez de escribir esto, debería estar paseando por el Ponte Vecchio en Florencia. Sin embargo, por esos azares del destino, el pasado jueves, el día anterior al vuelo desde Asturias, pisé un bordillo con mala técnica, pues se ve que intenté girar el pie en un sentido que no ha alcanzado el homínido en el actuado estado de la evolución.
En vez de culpar a la edad, o la distracción de hablar por el móvil, o ir pensando en las musarañas, he optado por culpar al Ayuntamiento, a mis zapatos, o al coche que salía de un garaje y que provocó que acelerara el paso y pisase mal. El caso es no admitir que soy víctima de mi propia torpeza.
De manera que, lo que podía ser un funesto esguince, quedó en una dolorosa torcedura, por cuya persistencia tuve que renunciar al vuelo, alojamiento, gastronomía y turisteo en Florencia. Y renunciando yo, arrastro en mi caída –nunca mejor dicho– a mi pareja de viaje, y con ello, se esfuman las ilusiones de visitar juntos tan bella ciudad. El gozo en un pozo.
Las moralejas son muchas:

- Hay que mirar donde se pisa, porque si pisas donde no miras, te juegas el equilibrio, la limpieza o la salud.
- Nunca sabes donde te aguardan las sorpresas.
- No es necesario subir al Everest, saltar en parapente o pasear a medianoche por el Bronx para que te suceda algo malo.
- Las malas caídas no entienden de estadísticas: pueden tocarle todas o ninguna a la misma persona.
- Los sueños son como un castillo de naipes: basta con que falle uno de la parte baja parque se desplome.
- Gran cura de humildad resulta tener que ayudarse de un bastón para el más sencillo desplazamiento.
Tampoco sé si de haber viajado a Italia, me habría atropellado allí un coche florentino o sufrido retortijones por alguna pizza en mal estado. No lo sé.
Solamente sé que los planes no los hago yo. La vida y el planeta sigue su hoja de ruta y yo solo soy un pasajero.
Claro que peor es lo sucedido a una de mis gallinas que, por intrepidez, voló por encima del nido del cuco, o sea, por encima del vallado de poco más de un metro, y su “gran evasión” toco a su fin, cuando se tropezó con mi perro pastor belga (“Vaya, vaya, vaya…”, guau, guau). Así que al estar la gallina en el lugar equivocado en el momento equivocado, se acabó su aventura.

Sin embargo, a mal tiempo buena cara. En vez de un peregrinaje por aeropuertos, coche de alquiler, ríadas de turistas, pagos a diestra y siniestra, me toca disfrutar de los cuatro días de puente en Asturias con el pie en reposo, armado con un bastón y sometido a sobredosis de lectura y ordenador. Unos videos de Youtube sobre Florencia y me he teletransportado allí para visitar lo principal… ¡sin hacer colas ni pasar frío! Además, Florencia siempre estará en el futuro disponible para ser visitada, más de lo que estaré yo disponible para visitarla.
Me duele cada vez menos el pie y tras esta experiencia tambaleante como el pirata Patapalo, debo dar la razón a Zaratustra: “Lo que no me mata, me hace más fuerte” (también más pobre, porque no me han devuelto lo pagado por el viaje). Al menos no he perdido el sentido del humor y he confirmado aquello de no decir «Nunca jamás».
O como comenté en su día, parafraseando la frase de la conocida canción de Rubén Blades, la “La vida da sorpresas, pero las sorpresas te dan la vida”.
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SABER ASUMIR Y REACCIONAR POSITIVAMENTE A LOS CONTRATIEMPOS FORMA PARTE DE LA ESTRATEGIA DEL BUEN VIVIR
La vida es una caja de sorpresas. Aunque su cauce normal se nutra de las aguas tranquilas de la cotidianeidad, el hábito y la rutina. No siempre es así. A veces desborda. Otras lleva. Y otras pone a prueba.
Es por eso que la vida (ese guion que te dan al nacer para que vayas escribiéndolo durante tu existencia) «solo» depende en parte de nuestras decisiones. En su partido juegan también el azar (la buena y la mala suerte), el destino (algunos lo traen escrito) y el cómo afrontar y reaccionar a sus embates, sorpresas e imprevistos (sea aceptándolos o negándolos, sea encajándolos, superándolos o encallando).
Del desafortunado suceso que da título a nuestro artículo favorito de los domingos podrían extraerse varias enseñanzas. Primera, la de la incertidumbre: inherente al vivir y a la relatividad de sus planes. Segunda, la de la caída: inseparable a la vida y a la necesidad de levantarte constantemente (solo, con ayuda y, a veces, con rescate) para «volver» a la misma. Tercera, la de la culpabilidad: asociada a la negligencia y al juicio racional de las causas y responsable/s de sus «incidentes». Y la cuarta, la de la víctima: relacionada con el/os perjudicado/s (directo/s e indirecto/s) de sus «percances».
Sin embargo, la verdadera lección práctica de lo ocurrido es otra: lo que de verdad nos hace superar el trance, una vez salvado el impacto inicial, es la capacidad que tengamos de saber asumir y reaccionar positivamente a lo ocurrido.
Al fin y al cabo ya no tiene enmienda. Y no es lo mismo ¡sentir! y ¡sufrir! la idea de desgracia, revés o catástrofe que rebajarla a la de mero contratiempo sin mayor trascendencia. Saber ver lo que nos hemos evitado y hemos ganado, porque la alternativa también tiene bondades, en vez de poner el acento en lo que nos hemos perdido, ayuda a sobreponernos. Ya habrá otra vez.
P.D. «De vez en cuando la vida» del maestro Serrat https://youtu.be/g8GPahFNvbA
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