
Me entero del asesinato de tres españoles en un atentado en Afganistán, lo que siempre es lamentable por la crueldad de ver segada una vida venturosa por capricho de fanáticos o miserables.
Sin embargo, no puedo evitar hacer una breve reflexión personal.
Si la web del Ministerio de Asuntos Exteriores, y la publicidad de la Agencia de Viajes, advierten expresa y claramente que no se viaje a ese país por posibilidad real de atentados, ¿por qué jugar a la ruleta?
Una cosa es verse envuelto sin comerlo ni beberlo en medio de una situación de riesgo, guerra, atentado o calamidad natural. O que te atropelle un coche o seas víctima de una operación quirúrgica . Y otra muy distinta saber que si realizas una actividad, existe riesgo serio y grave para la integridad física y la vida, y así y todo, jugar a la ruleta apostando lo más valioso que tenemos. Como dice un vaquero en la película “Sin Perdón”, al hombre que se le arrebata la vida, «le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría tener»

Me viene a la mente la advertencia bíblica “Quien ama el peligro, perecerá en él” (Eclesiastés 3:26), y creo que una de las primeras cosas que aprendí en mi adolescencia fue que con las cosas valiosas no se juega, y la vida es una de ellas. De hecho, me quedó clavado en la mente y el corazón que con doce años, el suceso sufrido por dos hermanos gemelos, compañeros míos escolapios, jugando un sábado en la falda del monte Naranco, treparon a una torre de alta tensión con la conocida placa de la calavera; solo uno bajó, el otro quedó pegado sin vida.
Lo dicho vale para viajes a lugares peligrosos, para experiencias deportivas límite, consumo de drogas o cualquier otra iniciativa peligrosamente absurda, para la que la imaginación no tiene límites.
Lo curioso es que personas inteligentes, o al menos que podíamos calificarlas así antes de conocer su muerte estúpida, a veces corren riesgos absurdos.
Recuerdo también lo mucho que me impactó el caso del presentador de televisión y deportista Álvaro Bultó quien en el año 2013 falleció a los 51 años en los Alpes suizos mientras practicaba wingfly, una modalidad de paracaidismo de alto riesgo usando un traje que lleva membranas como si fueran alas. El absurdo no se detuvo ahí, porque su amigo el conocido cocinero español Darío Barrio, falleció a los 41 años, diez meses después al realizar un salto base con trajes de alas, en homenaje a su amigo Álvaro Bultó; sus dos hijos de 5 y 7 años seguramente no merecían esta amarga lección.

También me resultó incomprensible el fallecimiento del actor David Carradine (Kung-fu) en 2009, en Bangkok, practicando la asfixia autoerótica (lo encontraron muerto con una cuerda atada a su cuello y otra a sus genitales buscando provocar un orgasmo más intenso).
O en general, es llamativo el riesgo asumido por los millonarios japoneses, que suelen deleitarse probando el fugu, el pez globo, que es un pez increíblemente sabroso pero el más tóxico del mundo (tiene tetrodotoxina, un compuesto que es hasta mil veces más venenoso que el cianuro). Por algo está prohibido en Europa su consumo. Si el cocinero no lo limpia y cocina meticulosamente, una partícula de su veneno es letal, afirmando los comensales que lo delicioso es dejar una brizna de veneno que deje los labios amoratados. Estupidez.
Todo esto viene al caso porque explicaba a mis hijos pequeños que tenían que saber elegir sus sueños, y solo vivir los que no representasen riesgo real para eso tan valioso que es la vida, pues si se pierde, es irreversible. Les decía que está muy bien viajar, pero hay tantísimos sitios cautivadores e impresionantes en el planeta, que cuando acaben con los lugares seguros (solo requeriría esa labor una vida de mil años) pueden empezar con los arriesgados. Y si les apasiona conocer lugares escondidos de la India, el Amazonas, Somalia o Rusia pues nada mejor que acudir a los videos de internet que ofrecen lo bueno y lo malo, de forma precisa y explicada, con imágenes en primera línea, y todo desde el cómodo salón de casa.

Y no se diga esa torpe excusa de que: “Por una vez que corra el riesgo”, porque puede que esa sea la última vez. Ni lo de “La vida hay que vivirla”, porque la vida no hay que morirla, pues la muerte viene sola, sin que nadie la llame, antes o después. Ni tampoco aceptemos la estupidez de “De algo hay que morir”, porque es cierto, pero cuanto más tarde mejor. Que se lo digan a la reina Isabel I de Inglaterra que falleció en 1603 de viruela a los setenta años de edad y antes del último suspiro se quejaba porque «cambiaría mi reino por una hora más de vida».
En definitiva, antes de asumir una actividad de riesgo real, pensemos: ¿Nos gustaría que lo hicieran nuestros seres queridos?, ¿tenemos la seguridad de que podremos arrepentirnos si las cosas salen mal?.
Es cierto que la vida es decidir en libertad y asumir riesgos, pero ya bastantes riesgos suponen las decisiones básicas (estudios, trabajo, matrimonio, lugar de vida, intervenciones médicas, escenarios de cáncer, etcétera), como para buscar atajos hacia el más allá.
Me quedo con la frase de Marilyn vos Savant (por cierto,incluida en el Libro Guinness de los Récords como la persona con el cociente intelectual más alto del mundo) cuando afirmó que:
Es admirable contar con la habilidad de saber caminar con éxito sobre la cuerda floja tendida sobre las Cataratas del Niágara. Pero más admirable es contar con la inteligencia para no intentarlo.
Y es que en vez de asumir riesgos absurdos, buscando retos peligrosos y problemas, debemos disfrutar de la placidez de poder decidir lo que hacemos en distancias cortas, compartir momentos con familia y amigos, ocio controlado, y contar con unos billetes en el bolsillo (o una tarjetita de crédito) para darnos pequeños caprichos.

Debemos saber saborearlo, porque lo que no sabemos es si esa pequeña fortuna de vivir tranquilo durará. Los problemas no hay que ir a buscarlos: vienen solos.
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Buenas, soy Remus.
Lo primero que me gustaría decirle es chapó. Un articulo muy bien construido y de suma importancia hoy en día. Felicitarle también por su papel como padre, estoy seguro de que sus cachorros están a salvo con usted.
Un saludo,
Remus
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