Claves para ser feliz

Sucedió en París lo que no tenía que suceder

La realidad es más rica que la ficción. Lo hemos oído muchas veces, pero cuando lo sufrimos nos sorprende. Veamos una escena con un dilema.

Un padre y sus tres hijos, dos muchachotes de 23 y  16 años, y una niña de 15 años pasan cuatro días completos en París con atosigante programa de visitas y caminatas. En la tarde del último día, domingo, visitan el Palacio de Versalles, y tras admirarse de las dependencias regias y salones, contemplan los bellos jardines. El día era luminoso y todo el recinto estaba cuajado de visitantes de todas las nacionalidades, como si alguien los hubiese confinado allí encomendándoles hacer miles de fotografías tras aguantar enormes colas.

  Al fondo de los jardines está un hermoso estanque o lago artificial (conocido como Gran Canal de Versalles) con algunas barquitas que se alquilan a 16 euros la media hora. La niña reclama y suplica un paseo en bote y el padre acepta bajo condición de que él no remará. Por fin suben al bote y los primeros quince minutos los emplean en dominar el rumbo e impulso hasta conseguir alejarse unos treinta metros, de manera que dan la vuelta para llegar a tierra firme.

Aproximan la barca al muelle, gozosos y cansados, y los tres saltan al puente de embarque. En ese salto simultáneo algo aletea del bolsillo de la niña y se zambulle en las aguas. ¡El móvil!

En ese momento, estallan las alarmas. La niña grita, su hermano afirma haberlo visto hundirse, el otro hermano pone gesto desesperado y el padre la recrimina por no llevarlo bien sujeto. En ese momento, la niña se desespera más: el móvil llevaba en la funda el documento nacional de identidad, y ahora estaban juntitos en las profundidades del lago.

 No le pasó al padre la vida como una moviola, sino el peor de los escenarios: era domingo por la tarde y esa era la última noche en París; el coche de Uber los recogería a las 5:00 de la mañana para ir al aeropuerto de Orly con destino Asturias. Sin DNI la niña no podría viajar. Su hermano mayor tenía que incorporarse a su nuevo trabajo, su otro hermano debía examinarse de las pruebas que le aplazaron por el viaje, y su padre debía trabajar. Se añade que siendo domingo por la tarde, resultaba imposible contactar con el consulado o embajada, y desde luego, intentar explicarlo en el aeropuerto francés era inútil.

¿Qué hacer? Rápidamente el padre llamó al encargado del alquiler de barcos y le preguntó si tenían algún tipo de red o instrumento para rescatar del fondo objetos perdidos. Con gran calma, el barquero francés, comentó que no era el primero que perdía el móvil, pero lo que habían hecho algunos era zambullirse a buscarlo. Introdujo el remo y la profundidad en la zona de pérdida era de unos dos metros.

 No era una broma. Lo decía en serio. Pero era una tragicomedia. A su alrededor centenares de turistas con sus cámaras. Padre e hijos sin bañador ni ropa equivalente. El agua se presentaba turbia y cuajada de carpas del tamaño de gatos.

El padre buscó voluntarios. La niña se negó porque tenía miedo a las carpas (podía haberlo dicho antes y no hubiera subido a la barca, ni le hubiera caído el móvil). Sus dos hermanos se negaron de plano.

¿Qué hacer? Por supuesto que el padre no debía zambullirse ni dar el espectáculo, teniendo dos jóvenes que van por la vida sin importarle llevar unos pendientes o descender por montañas rusas gritando o zambullirse en ríos.

   El padre iba a plantear el método que no falla. La zanahoria o el palo. Un premio o gratificación al hijo que voluntariamente se zambullese en busca del móvil, y caso de no aceptar, un castigo. No sería fácil convencerles porque serían filmados por todos los curiosos y saldrían mojados. Como plan subsidiario, efectuar una oferta a algún turista para que se zambullese por ello.

  Afortunadamente no hizo falta. La niña buscó en su bolsillo y esbozando una sonrisa, proclamó:”¡Está aquí mi DNI! 

  El rostro de los otros tres se iluminó. El padre dispuso abandonar el móvil e irse con presteza. Problema solucionado con el mínimo coste.

Además, dada la actitud recaudatoria de los franceses con los turistas, no habían sufrido una multa por “tirar” objetos al estanque, ni pagos por “lavar” el móvil o por “depósito indefinido” en las profundidades.

   El suceso no deja de ser la respuesta a una plegaria divina, pues todo el viaje el padre estuvo advirtiendo a la niña que dejase de mirar el móvil porque podía sufrir una caída o perderlo.

   Le vendrá bien un período de abstinencia y aprender del error. Y comprender la virtud del ahorro para reponer la pérdida.

   Con la distancia, el padre piensa que el barquero al final del día, se pondrá un traje de neopreno y unas gafas de bucear y cosechará lo que han perdido los turistas despistados.

    Al menos, a la niña le quedará una anécdota divertida: ha dejado su móvil personal en Versalles, Patrimonio de la Humanidad. Y las pobres carpas posiblemente están adorando ese extraño dios metálico de las profundidades.

   No puedo dejar de preguntarme por lo que, en el siglo XVII, harían los jóvenes nobles cuando algunas damiselas ponían a prueba su galantería de sus acompañantes tirando distraídamente al agua el abanico o un medallón. Seguro que se zambullirían con presteza… pero ellos tenían tiempo, lacayos para darles ropa seca y el premio de los favores de la dama.


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2 comentarios

  1. Sin que tenga valor de castigo, retrasaría la compra de un nuevo móvil a la querida niña. A sus hermanos, por inhibirse, no les llevaría de nuevo a París, sin castigo. 

    Con todo, son unos chicos excelentes 👌

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  2. LOS PESCADORES y LOS TRES PECES –Fábula india-

    Había una vez tres peces que vivían tranquilos en un lagoUno, se llamaba Ingenioso. Otro, Previsor. Y el tercero, Predestinado.

    Un día, Previsor se acercó a la orilla y oyó a unos pescadores que decían: mañana saldremos en barca al centro del lago, que está repleto de peces, y nos hartaremos de pescar. Previsor nadó deprisa hasta donde se encontraban sus amigos para advertirles: debemos irnos al otro lado del lago. Mañana vendrán unos pescadores hasta aquí y podemos caer en sus redes. 

    Sin embargo, Predestinado, movido por la despreocupación, inconsciencia y autosuficiencia, dijo: no pienso moverme. Llevo aquí toda la vida y nunca he tenido problemas. Estoy de acuerdo, añadió, Ingenioso. No hay de qué alarmarse, aquí se vive bien y nunca pasa nada. Así que Previsor, siguiendo al sentido común y escuchando la voz de la prudencia, partió solo, con gran pena, hacia otro lugar del lago donde no hubiera peligro.

     Al día siguiente, a primera hora de la mañana, una barca se paró justo en el lugar en donde estaban los amigos de Previsor, y ambos cayeron en la red de los pescadores.

    Predestinado, se movía inquieto por la red, lamentándose ante su compañero: ¡Ay, es el destino. Qué fatalidad. No hay nada que hacer! Pero Ingenioso, lejos de conformarse, pensó en cómo salir con bien de la situación. Y se lo ocurrió hacerse el muerto y simular que flotaba en la superficie Al verle, el pescador lo sacó de la red y devolvió al agua. Predestinado, por el contrario, al haberse dejado vencer por la pasividad y el miedo, acabó en un cubo como el resto de los peces que habían sido atrapados.

    MORALEJA: Escucha siempre las advertencias, pero si, a pesar de todo, te ves envuelto en un problema, nunca te des por vencido y utiliza el ingenio para salir de él.

    P.D. El caso parisino -vaya mal rato, José Ramón, del que te reirás y recordarás a tus «jabatos» dentro de pocos años- nos trae una segunda enseñanza. Aunque zambullirse era la mejor solución, de nada servía si nadie asumía el compromiso de llevarla a la práctica. Lope de Vega, lo contaba con maestría en su poesía «Los ratones».

    «Juntáronse los ratones para librarse del gato; y después de largo rato de disputas y opiniones, dijeron que acertarían en ponerle un cascabel, que andando el gato con él, librarse mejor podrían.

    Salió un ratón barbicano, colilargo, hociquirromo y encrespando el grueso lomo, dijo al senado romano, después de hablar culto un rato:

    ¿Quién de todos ha de ser el que se atreva a poner ese cascabel al gato?»

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