Reflexiones vigorizantes

Los beneficios de la voluntad infatigable que nos enseñó Ramón y Cajal

Ayer escuché en el autobús a tres jóvenes adolescentes conversar (en mi descargo alegaré que hablaban con tal volumen que no podía sustraerme a su vocerío).

Dentro de su foro intelectual improvisado (“ir de fiestuki”, “mola mazo”, “me rentan unos piercing”, etcétera), usaron una palabra que tuve que buscar en Google: “Es un parguela”, para referirse por lo que entendí, a un amigo que trabajaba los fines de semana para sacarse “unos pavos”.

Lo de “parguela” parece ser que tiene un significado elástico y cubre a quien se considera un matado, perdedor o lo que llamábamos pagafantas. En el Diario el País encontré un artículo que me ayudó a comprender el término “Parguela”, acuñado por la juventud, pues explicaba que: «se refiere a un pringado que se esfuerza, sin éxito o sobremanera, en hacer algo, o si ese algo es juzgado por los demás como absurdo (o las dos cosas a la vez: una pena, vamos). Sirve como sinónimo matado o motivado».

Lo que me llamó la atención de tal palabra, generosamente asestada por la juventud a alguien que se esfuérzala… ¡en trabajar! O sea, con desprecio hacia quien afronta con voluntad hacer algo.

Aunque sé que resultaría simplista y errado condenar a la gente moza por las ovejas negras, me resulta preocupante que una parte significativa de la juventud y los no tan jóvenes (pues ya son maduros muchos que fueron jóvenes frívolos) miren por encima del hombro a quien pone empeño en sus sueños, o a quien se esfuerza en aprender, trabajar o adquirir habilidades. Desdén, desprecio e incluso burla. Podrá dudarse de la utilidad o finalidad perseguida por quien actúa con entusiasmo y energía, pero deberá respetarse su empeño.

Sin ilusiones, sin voluntad, sin sueños, pasamos por la vida como consumidores, sin valor añadido a nuestra corta vida. Sin devolver a la sociedad nada de lo que recibimos de ella. Me temo que estos jóvenes críticos son realmente unos pringados que no leyeron la fábula de la hormiga y la cigarra. La cruel moraleja se la enseñará la vida a corto plazo. Cuando llegue la hora de cosechar «lo que no sembraron».

En el discurso de Ramón y Cajal cuando recibió en 1900 el Premio de Moscú, otorgado por el XIII Congreso Internacional de Medicina, reunido en París dijo algo que deberíamos tener interiorizado:

Tengo más de obrero infatigable que de arquitecto calculador. La historia de mis méritos es muy sencilla: es la vulgarísima historia de una voluntad indomable resuelta a triunfar a toda costa… Mi norte, el enaltecimiento de la toga universitaria; mi ideal, aumentar el caudal de ideas circulantes por el mundo, granjeando respeto y simpatía para nuestra Ciencia, colaborando, en fin, en la grandiosa empresa de descubrir la Naturaleza que es tanto como descubrirnos a nosotros mismos.

Santiago Ramón y Cajal

Voluntad indomable. Esa es la palanca que propició el éxito de don Santiago, quien no tuvo una vida fácil, sino un padre severo y precariedad de medios, en una España turbulenta. Con talento para el dibujo, en su juventud tuvo que trabajar de barbero y zapatero, y “hurtar” libros para leerlos, además de su entrega como médico en Cuba para los que no tenían quien les cuidasen, y toda un lucha de estudio, esfuerzo y sacrificio para llegar donde los demás no llegan, para obtener el Premio Nobel en Fisiología y Medicina en 1906 y reconocimiento universal.

En fin, que lo de «querer es poder” tiene sentido. El problema es como nos concienciamos para “querer”. No para querer bienes de consumo, lo que nos dicen las redes sociales o la moda. Para “querer” las pequeñas cosas inmateriales que dan la felicidad: el goce intelectual, la estima de los que queremos, descifrar las claves del funcionamiento de la naturaleza y la vida, demostrar solidaridad, etcétera.

Me sorprende que la juventud de forma generalizada no aproveche la ocasión de oro para el sano –y fructífero– esfuerzo que brinda España, en contraste con la falta de oportunidades para infinidad de jóvenes que por el azar del país que les tocó suerte -mala suerte- (Rusia, Palestina, Nigeria o Afganistán, por ejemplo), y que no tienen libertad de decidir ni de orientar su actuación para exprimir su talento o conseguir sueños (su sueño prioritario es paz, libertad y sobrevivir).

Y eso me lleva nuevamente al gran maestro, pues Ramón y Cajal en su obra final, “Recuerdos de mi vida”, Segunda parte, XXVII confiesa:

Doy por seguro y hasta por conveniente que en el fluir del tiempo, mi insignificante personalidad será olvidada; con ella naufragarán, sin duda, muchas de mis ideas. Nada puede substraerse a esta inexorable ley de la vida. Contra todas las alegaciones del amor propio, los hechos vinculados inicialmente a un hombre acabarán por ser anónimos, perdiéndose para siempre en el océano de la Ciencia Universal... Al sol caliente de la actualidad sucederá —si sucede— la fría claror de la historia erudita…

Santiago Ramón y Cajal

No sé puede decir mejor, tanta verdad con tanta claridad, para aviso de soberbios, ambiciosos y petulantes, que confunden la sana gloria con la despreciable bestialidad: en el ejercicio del cargo, en el trato con el prójimo, en su desprecio hacia los demás.

Y finaliza el maestro:

Cultivemos, repito, nuestro jardín —según decía Voltaire—, cumpliendo en lo posible el doble y austero deber de hombres y patriotas.

Santiago Ramón y Cajal

En fin, que si alguien no se ocupa de su jardín, de sus intereses, si no pone voluntad y esfuerzo en lo que le interesa, me temo que tampoco serán capaces de poner voluntad y esfuerzo en ayudarte a tí, si llega el caso. Y es que hay personas que como los cerditos del cuento, construyen casitas, mientras otras como el lobo se dedican a derribar las de los demás. Mejor ser cerdito, y dentro de los cerditos, el que puso más voluntad y esfuerzo: ese resistió el ataque de los lobos.

De nada sirve tener muchas neuronas, si no se activan y emplean.

NOTA SOCIAL.- Y si alguien desea asistir e inscribirse, gratuitamente, al Homenaje a Don Santiago Ramón y Cajal, que tendrá lugar el 10 de abril de 2024, bien presencialmente o bien por internet, podrá hacerlo aquí. Será el evento del año de homenaje a la Ciencia y de reivindicación de los valores y principios que deben animar a Estados, universidades, empresas e investigadores.

Es difícil no asomarse a las enseñanzas de quien no solo fue un eminente científico en el ámbito médico, sino que tenía talento para la pintura, la narración, el fisioculturismo, el ajedrez, los inventos, la fotografía y la divulgación periodística. Una versión actualizada de Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel o Newton ¡Bienvenidos!

Salamanca por Cajal y la Ciencia


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3 comentarios

  1. Hablar de las enseñanzas que nos dejó Ramón y Cajal es también sacar del anonimato y rescatar del olvido (decía el sabio que la gloria es el olvido aplazado) a alguien también genial que siguió su estela y fue su discípulo (aunque sus caminos se separaran). Se trata de Pío del Río Hortega. Según cuenta con desazón el gran neurocientifico José Ramón Alonso, ni siquiera sus propios paisanos vallisoletanos saben por qué uno de sus hospitales se llama “Río Hortega” y no Pisuerga.

    Aunque era médico con plaza en propiedad en su pueblo, sus inquietudes se decantaron más por la investigación que por el trato con enfermos, por lo que se trasladó a Madrid a realizar un doctorado sobre los tumores de encéfalo, acabando en el Laboratorio de Investigaciones Biológicas del propio Cajal. El equipo al que pertenecía estaba dirigido por Nicolás Achúcaro y, tras su prematuro fallecimiento, descubrió que no tenía contrato y que, independientemente de ello, su superior le había estado pasando ¡la mitad de su propio sueldo! sabedor de sus enormes méritos.  Finalmente, pasó a dirigir el grupo.

    Sin embargo, Del Río no tenía habilidad para las relaciones e intrigas sociales. Era bajito y flacucho, muy introvertido y homosexual. Y el hecho de que su capacidad de trabajo fuera infinita sólo despertaba envidias entre otros discípulos del premio Nobel, que le decían que hablaba mal de él a sus espaldas. Cajal acaba cesándolo, pero, sabedor de su inmensa valía (brillantez y capacidad de trabajo), le recomienda para la Dirección del Laboratorio en La Residencia de Estudiantes.

    Del Río destaca por su estudio de las células gliales, tan esenciales como las neuronas para el cerebro, pero autónomas y diferentes de aquéllas. Llega a distinguir hasta cuatro tipos, entre ellos la microglía, que pasó a ser conocida como «las células de Hortega» a propuesta de los alemanes Metz y Spatz. Por estos estudios y su investigación de los tumores generados en el sistema nervioso se forjó un merecido prestigio internacional y puso a Madrid en la vanguardia de la ciencia. En 1928 fue nombrado jefe de la sección de Investigación del Instituto Nacional del Cáncer. Siendo nominado al premio Nobel de Medicina en 1929 y en 1934. Sin embargo, sus posiciones políticas (miembro integrante, junto con un grupo de intelectuales, de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, republicano y antimonárquico) y falta de buenos valedores no lo permitieron.

    Cuando Cajal murió en 1934 y quedó vacante su puesto en la Real Academia de Medicina Río Hortega aspiró a ocuparlo. Sin embargo, los académicos, que eran ancianos, conservadores y monárquicos, sin siquiera haber desatado el legajo con toda la documentación que justificaba su curriculum y méritos, eligieron a otro candidato que no le llegaba a las zapatillas. Llegada la Guerra Civil, el Instituto Nacional del Cáncer fue bombardeado. Del Río Hortega decide que hay que salvar algo. Monta en una tanqueta y en compañía de una sobrina y un amigo llega rescata 5.000 preparaciones histológicas y radio comprado en Bruselas para radioterapia. Finalmente, huido a Francia y al Reino Unido, acaba exiliado en Argentina, donde fallece en 1945, de un carcinoma auto diagnosticado

    P.D. Dejó escrito Cajal que la verdad en un ácido corrosivo que salpica casi siempre al que la maneja. Es por ello que, aún en las ciencias más perfectas, nunca deja de encontrarse alguna doctrina exclusivamente mantenida por el principio de autoridad. Por eso la verdad,  vía descrédito, ocultamiento y/o olvido de quienes la propugnan y lo desmienten, pierde tantas batallas. Acordarse, hoy, del gran Pio del Río Hortega supone dar al maestro el reconocimiento que se merece, hacer justicia y rescatar la verdad del más rancio, injusto y obsoleto principio de autoridad para ponerla en su sitio.

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