La actriz Meryl Streep ha estado en Oviedo, galardonada con el Premio Princesa de Asturias 2023 de las Artes, pronunció un discurso en que resaltó el valor de la empatía.
Resaltaré tres perlas que encierran tomos de filosofía de la buena, no de las artificiosas conjeturas en bucle, sino de mensajes claros y útiles, que deberíamos todos interiorizar para ser mejores y sentirnos mejores.
En primer lugar, nos recuerda de donde venimos:
Cuando nacemos nos identificamos con los demás, sentimos empatía. Los bebés lloran solo con ver las lágrimas de otro pero a medida que crecemos reprimimos esos sentimientos para suplantarlo a favor de una ideología o como un escudo. Y así llegamos a este triste momento de la Historia.
En efecto, a la inversa de los gusanos de seda que se transforman en mariposas, los seres humanos vivimos la infancia con la inocencia, sensibilidad de las mariposas, para convertirnos de adultos en gusanos desconfiados y recelosos.
De adultos, la vida nos enseña que hay problemas en todas las dimensiones: a escala planetaria (calentamiento global), continental (pobreza, guerras, epidemias), local (inundaciones, accidentes, crisis económicas), laboral o familiar (tensiones, amores y desamores, problemas económicos, salud,etcétera). Es entonces cuando la única manera de sobrevivir al caos, de dormir, de poder sonreír sin remordimientos, es la actitud estoica, o sea, no preocuparse por lo que no se puede controlar; no sufrir por aquello de lo que ni soy responsable ni puedo evitar. Esa es la cómoda y egoísta coraza. Y si además, fruto de las experiencias que da la vida, se descubre que los siete pecados capitales abundan y nos rodean, e incluso alguno más (se me ocurren: la intolerancia, el aburrimiento, la ignorancia o la crueldad mental, por ejemplo), pero sin llegar al tremendismo de Sartre (“El infierno son los otros”), optamos por actitudes intolerantes.
Intolerancia hacia lo que piensan o hacen lo demás. Intolerancia al enrocarnos en nuestras opiniones, creencias o razones, sin tener la altura de miras para sopesar que quizá estamos equivocados. No. Es más cómodo creer que son los demás vehículos los que van en dirección contraria, y que además son esos vehículos los que molestan, van rápido o mal. Nunca el nuestro. Sin embargo, este encastillamiento personal no nos hace mejores.
En segundo lugar, el discurso de la actriz fija el foco en una de las mayores claves para ser feliz y hacer un mundo mejor:
El don de la empatía todos lo compartimos. La misteriosa capacidad de sentarnos juntos, extraños en un teatro o cine a oscuras, y experimentar los sentimientos de personas que no se parecen a nosotros ni suenan como nosotros, es una capacidad que todos deberíamos llevar dentro de nosotros, al volver a la luz del día
El problema es que vivimos tiempos en que las pantallas y redes sociales no facilitan el acercamiento emocional. Se trata de contactos rápidos, distantes y encapsulados, bajo la ilusión de la peligrosa locución “conectados por redes sociales”, porque ni realmente “conectan” a nadie (en corazón y sintonía reales) ni son “sociales” (no tejen relaciones de lealtad y complicidad).
En mi época, hasta acudir al cine era un “acto social” e incluso la lectura de un libro, siendo un acto íntimo y solitario, era un cierto “acto social” porque como lector acompañabas a los personajes con sus emociones, sentimientos y vicisitudes, y todo eso, suponía una recarga emocional de tu propia manera de vivir el mundo.
Hay que acercarse con empatía como la prudencia del explorador ante la jungla, y fomentar relaciones de calidad con tiempo y cuidado, pues no es oro todo lo que reluce (ni es tu amigo todo el que te ayuda, ni tu enemigo el que no lo hace: hay que ir más allá a comprender las razones de los demás).
Por eso, no me cansaré de advertir que la empatía debería enseñarse desde la infancia. Insistir en la importancia de escuchar, de dudar, de respetar, de esforzarse en comprender las razones de los demás. No se trata de aceptar ciegamente que los demás tienen razón sino esforzarse en ponerse en su lugar, porque puede que desde nuestro castillo personal no comprendamos lo que se ve desde la aldea de sus circunstancias personales.
De hecho, en Dinamarca, las escuelas danesas desde 1993 dedican una hora semanal al “Klassens tid”, o lecciones de empatía para estudiantes de 6 a 16 años, clase en la que discuten sus problemas y todos juntos buscan soluciones, e intervienen escuchando y hablando; y si no hay problemas hablan de fábulas, cuentos o personajes que arrojan luz o calidad humana, y lo debaten. Quizá algo tiene que ver con que según el Índice Gobal de Felicidad 2023, mediante encuestas realizadas por Naciones Unidas, Dinamarca es el segundo país del mundo con mayor sentimiento personal de felicidad (el primero es Finlandia… ¡y España el 32!).
Pero advertiré que la empatía no se adquiere con cursos, certificados ni exámenes. Tiene mucho que ver el viejo dicho de la Universidad Salmantina, «lo que natura non da, Salamanca non presta», aunque siempre existen hábitos para mejorarla.
Y en tercer lugar, la actriz nos recuerda la fórmula para ser mejores y más felices:
La empatía puede ser una forma radical de acercamiento y diplomacia..En este nuestro mundo cada vez mas hostil y volátil, espero que podamos hacer nuestra otra regla que se enseña a todos los actores: lo importante es escuchar.
Tan sencillo y barato como eso: escuchar, ir con las antenas alerta a lo que podemos recibir. Bien está escuchar nuestra voz interior, pero mejor contrastarla con las voces exteriores. Es sumamente importante darse cuenta de que nuestras ideas y valores principales no son una meta, sino que han ido variando desde nuestra infancia hasta la fecha, y no debemos cambiarlas por capricho, pero sí someterlas al test de razonabilidad ante las razones e ideas de los otros. Esa es la grandeza del ser humano. Errar es humano, pero rectificar es divino.
De «empatía» a «simpatía» solo hay una sílaba de distancia. Por eso, para ayudar en la senda de la empatía, nada mejor que procurar hacer de la sonrisa la carta de presentación. No el gesto huraño, rictus hostiles, ni boca cerrada. Mejor la sonrisa que da la bienvenida, la sonrisa que demuestra que escuchas, la sonrisa que comunica el mensaje de la conexión. Y si se comparte una burbuja de sonrisas, y se pasa a la complicidad de compartir ideas y opiniones, y vienen las carcajadas, pues genial.
Por cierto, tuve ocasión de estar hace unos días en Toledo, y puede compartir paseo, tertulia y mantel con personas muy interesantes y cordiales, que antes estaban fuera de mi círculo de intimidad, y sin embargo, se tejió una atmósfera cálida y enriquecedora. Un ejemplo de encuentros que proporcionan «adrenalina social» y que te mejoran como persona y mejoran tu juicio sobre el mundo. Quien renuncia a esos contactos «cara a cara» (más allá de la pantalla), quien renuncia a estar dispuesto a aprender de los demás, quien elude la dimensión social accesoria al mundo laboral, está renunciando a la vida misma.
La clave la ofrecía Schopenhauer con la actitud de los dos erizos en la nieve: tienen que acercarse para darse calor pero no tanto que no se pinchen con las púas. Así que en el frío insoportable de la sociedad actual bien está conjurarlo con la aproximación social, pero sin herirse.
Por cierto, no sé si soy el único que lo percibe así, pero el paralelismo entre Meryl Streep y la Gioconda es enorme. Estoy seguro que si la modelo del cuadro de Leonardo envejeciese, se le parecería mucho. He hecho esta comparativa.
Gracias, Meryl, y te llamo por tu nombre, con esta cercanía y tuteo, porque me has hecho empatizar con tantísimos personajes que brillantemente has representado, y ahora empatizo con lo que nos demuestras cuando te ha tocado actuar por tí misma. Maravillosa.
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Su discurso de agradecimiento fue muy adecuado y empático, ha gustado mucho y me sumo al aplauso que merece. Cordiales saludos.
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Hace poco más de un año falleció Rosa Guiñón. ¿Saben quién era? La genial actriz de doblaje, desconocida para el gran público, que, hasta en cuarenta y tres ocasiones, puso su «voz» (siempre convincente, creativa, llena de matices y ajustada al tono y la emoción que requería en cada momento) a la gran Meryl Streep, logrando que sus inmortales personajes (la Karen, de Memorias de África; la Francesca, de Los puentes de Madison; la Linda, de El Cazador; la Katherine, de Los papeles del Pentágono; la Jill, de Manhattan; la Donna, de Mamma mia;…), cobraran vida en español y pudieran ser compartidos, entendidos y disfrutados por todos nosotros.
Rosa era Meryl…en castellano. Pero solo conocíamos, reconocíamos y escuchábamos a Meryl, dada la perfecta simbiosis existente entre su imagen personal y voz en español.
Un trocito de su premio Princesa de Asturias, en justicia, corresponde a Rosa.
Por identificación, conexión, compenetración y afinidad entre ambas. Por ser la mejor interpretación vocal -más allá de la versión original- de Meryl Streep. Porque sin escucharla en voz de Guiñón, la Meryl que distinguimos y admiramos no existiría. Pero, sobre todo, por empatía hacia su portentoso talento, su imprescindible trabajo y su discreto anonimato.
Seguro que Meryl estaría de acuerdo.
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