Reflexiones vigorizantes

Respeto y tolerancia en tiempos del cólera

Leo los discursos del escritor Eduardo Mendoza, Premio Principe de Asturias de Literatura 2025, y del filósofo alemán de origen surcoreano, Byung-Chul Han, Premio de Comunicación y Humanidades 2025, y me percato de algo interesantísimo.

Primero, que ambos son escritores, humanistas y grandes comunicadores, con lo que serían perfectamente intercambiables sus premios. Además son filósofos, pues enseñan grandes cosas, si bien Eduardo Mendoza, desde el humor y Byung-Chul Han desde la seriedad (me recuerdan a sus homólogos griegos, el festivo Demócrito y el tristón Heráclito).

Segundo, que existe una nota común en sus discursos que debería hacernos reflexionar sobre el auténtico reto de la humanidad, madre de los valores y que nos hace recognoscibles como seres humanos: el respeto. Ese respeto que parece haberse quedado en el pasado ante la crispación política, bélica y social. Veamos

En dos líneas desliza Eduardo Mendoza:

Por lo demás, los años me han hecho valorar sobre todas las cosas el respeto. Y si algo me han enseñado es que todo es relativo. O quizá no.

Más líneas le dedica Byung-Chul;

Últimamente he reflexionado mucho sobre la creciente pérdida de respeto en nuestra sociedad. Hoy en día, en cuanto alguien tiene una opinión diferente a la nuestra, lo declaramos enemigo. Ya no es posible un discurso sobre el que se base la democracia. Alexis de Tocqueville, autor de un famoso libro sobre la democracia estadounidense, ya sabía que la democracia necesita más que meros procedimientos formales, como son las elecciones y las instituciones. La democracia se fundamenta en lo que en francés se llama “moeurs”, es decir, la moral y las virtudes de los ciudadanos, como son el civismo, la responsabilidad, la confianza, la amistad y el respeto. No hay lazo social más fuerte que el respeto.

Cuando Eduardo Mendoza (admirado personaje cuyas frases resalté con ocasión de la concesión del “Cervantes”) dice que “todo es relativo” (apuntalado con la ingeniosa redundancia lúdica: “… o quizá no”), esta señalándonos el fundamento del deber de la tolerancia, del respeto. Si hay pocos absolutos (más allá de lo matemático), y la certeza es algo escurridizo, porque incluso nos enseñó Popper que la lógica puede llevarnos a extraer afirmaciones con validez general, pero no universal, pues siempre pueden aparecer lo que el pensador libanés Nassim Taleb, calificó de “cisnes negros” para referirse a las creencias que todos sostenemos (como la prensa de que los cisnes son blancos) hasta que un buen día aparece un “cisne negro” que nos demuestra que vivíamos en una cómoda generalización, soslayando que existen acontecimientos inesperados y raros o improbables pero posibles.

Esta sensación de incertidumbre –o desmitificación de lo que se vendía como grandes verdades– por lo que a mí respecta, se ha ido acrecentando con la edad, y con la sola digestión de las noticias diarias: ¿quién hubiera pensado que las epidemias de la edad media rebrotarían a escala mundial con la pasada pandemia?, ¿acaso algún catedrático de economía fue capaz de predecir la no tan lejana explosión de la burbuja inmobiliaria o de pronosticar la actual nueva bola de nieve de precios inmobiliarios a que asistimos?, ¿quién de los que vivíamos en la década de los ochenta podíamos soñar que habría teléfonos móviles e inteligencia artificial que generaría respuestas a tiempo real?, ¿alguien podía pronosticar que la república democrática más consolidada y veterana, como Estados Unidos, podría alojar un reyezuelo como presidente que gobierna libre de ataduras y descontrolado?, ¿imaginó alguien que algún día los herederos de las víctimas del Holocausto emprenderían medidas atroces contra el pueblo palestino?, ¿algún analista político advirtió que la Unión Soviética desmembrada a principios de la década de los noventa, intentaría recomponerse a golpe de delirios agresivos de los gobernantes rusos, desafiando a Europa?, ¿alguien del siglo pasado pudo vaticinar el fin de las librerías, los libros en papel y la lectura como fuente primordial de conocimiento, y que cedería hacia la pantalla fugaz y la imagen, instagram y otros panfletos de pantalla?, ¿y por qué los sueños de que la investigación habría derrotado al cáncer a principios del siglo XXI siguen siendo sueños?, ¿cómo es posible que siga la incertidumbre o ceguera ante el calentamiento global y sus devastadoras consecuencias?…

Y si vamos a la escala local o personal, la incertidumbre nos sigue atenazando. Ahí es donde se produce la paradoja. Quien es consciente de la incertidumbre (o sea, quien asume el socrático “Solo sé que no se nada”) es más respetuoso con los demás, porque ante el escenario de incertidumbre se impone la prudencia. En cambio, quien se siente en posesión de la verdad, porque no alcanza a percibir de la incertidumbre real (normalmente por ignorancia), es quien se muestra irrespetuoso o intolerante.

Eso nos lleva a identificar la raíz de la intolerancia y falta de respeto por las ideas de los demás: la ignorancia. Quien es educado en la verdad única, en el pensamiento único, en creencias religiosas o científicas con fanatismos, es intolerante y mostrará su falta de respeto con vehemencia, incluso, a quienes no coinciden con lo que cree.

En cambio, quien siente curiosidad intelectual, quien se molesta en observar y reflexionar y alcanza a sentir que todos estamos bajo un suelo quebradizo de verdades (que dan soporte, pero nunca deberíamos saltar sobre él, ni menos arrastrar a los demás a pisarlo), es quien se mostrará prudente, respetuoso y tolerante.

Y es que, como decía Gregorio Marañón. “El hombre que no duda es un peligro para los demás”.

Eso no debe llevarnos a pensar que los eruditos y los inteligentes son necesariamente más tolerantes y respetuosos, porque hay personas muy inteligentes pero de pensamiento único, como caballos purasangres con anteojeras que les impiden la visión periférica y solo pueden mirar en una dirección. Son personas como el envidioso Casio, de quien afirmó Julio César (en la obra del mismo nombre de Shakespeare, y ya lo comenté): «Piensa demasiado. ¡Semejantes hombres son peligrosos!»).

En fin, al igual que cuando el río suena, agua lleva, deberíamos tomar nota de que cuando dos mentes preclaras como la de Eduardo Mendoza y de Byung-Chl Han, advierten de una sociedad envenenada por la falta de respeto, que lleva a la intolerancia, algo habrá que hacer.

Por mi parte, reconozco que sigo siendo intolerante con los intolerantes, pero en mi favor alegaré que sigo trabajando y esforzándome por respetar ideas y opiniones ajenas, aunque la tolerancia tiene sus límites. Destacaré el límite consistente en no se traduzcan los juicios u opiniones de uno, en conductas que lesionen la esfera de libertades de los demás, y ello aunque sean manifiestas estupideces (como que la tierra es plana, o que Trump es un extraterrestre), pues en estos casos, la mayor muestra de respeto es la indiferencia y el silencio negativo… ¿o ha conseguido usted convencer alguna vez a un burro de que no de coces?


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1 comentario

  1. Completamente de acuerdo con cada línea de este texto, José Ramón. En mi opinión, como persona joven que todavía aprende a ponerse los zapatos en medio de un mundo cada vez más polarizado, donde da un poco de miedo expresar tu opinión sobre algo porque todo el que no esté de acuerdo contigo te encajonará aquí o allá, creo que con el respeto, la incertidumbre y la prudencia van también las ganas de aprender. Personalmente, me gusta mucho hablar con personas que sé que no piensan como yo, no con el objetivo de convencerlas de nada, ni mucho menos, sino porque sé que, escuchándolas, es probable que aprenda algo que antes no sabía. No se puede esperar que alguien que se cree en posesión de la verdad absoluta vea que aún queda mucho que aprender. Aunque resulta esperanzador leer textos como este.

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