Personajes con huella

¿Doctorados “Honoris Causa” u “horroris causa”?

Me entero que la Universidad de Oviedo acordó otorgar el doctor “honoris causa” al cantante asturiano Víctor Manuel.

Como lo que es bueno para el pato, es bueno para la pata, pues me alegra que, si tal distinción beneficia a mi ciudad, también me beneficia a mí.

Sin embargo, me siento dividido.

Por un lado, siento que Víctor Manuel ha sido un cantante prestigioso de mi generación, ha defendido valores con sus canciones, ha aportado letras únicas, provocado emociones inenarrables y me ha acompañado desde los tiempos de los viejos casetes hasta Spotify, pasando por los CD`s.

Por tanto, desde mi punto de vista ciudadano, de adolescente y luego adulto que tarareaba sus canciones y que llevo interiorizado todo lo que evoca Asturias, solo puedo sentir regocijo y ganas de aplaudir.

Pero por otro lado, con los «honoris causa», me parece que como el amor, se gastan de usarlo mucho o de usarlo mal.

Parece ser que los “doctorados honoris causa” se originaron en tiempos medievales para reconocer el mérito o contribución académica a quien no había cursado enseñanzas académicas en el ámbito de la universidad concedente.  Es aquí donde me chirria este premio cuando su otorgamiento por las universidades se extiende como una mancha de aceite.

Ahora bien, antes de condenar a la universidad de Oviedo por posible ligereza o a Víctor Manuel por adornarse con plumas que pudiere no merecer, es preciso reflexionar.

De entrada, no deberíamos rasgarnos las vestiduras cuando se habla de artistas, cuando el Premio Nobel de Literatura se otorgó a Bob Dylan (2016), o cuando fueron investidos con el título de Doctor Honoris Causa, el cantante Raphael por la Universidad de Jaén (lo que no me explico es que no lo otorgasen también a Joaquín Sabina); Alejandro Sanz por la Universidad de Cádiz (no estaría de más otorgárselo a “Los del Río” porque la Macarena sí ha sido un fenómeno sociocultural transfronterizo); el pianista de jazz Ignasi Terraza por la Universidad Politécnica de Cataluña (ellos sabrán porqué); Miguel Ríos por la Universidad de Granada, o Joan Manuel Serrat por la Universidad de Burgos… (echo en falta concedérselo a la cantante Ana Belén).

Y si saltamos el charco hacia los cantantes, ahí está Lionel Richie con su Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Boston; Billy Joel por la Universidad de Stony Brook; Aretha Franklin por la Universidad de Harvard; Paul McCartney por Yale; Stevie Wonder por la Universidad Rutgers; o Taylor Swift con su doctorado honoris causa por la Universidad de Nueya York.

No faltan actores célebres en la nómina de los doctores honoris causa como Woody Allen por la Universidad Pompeu Fabra; Tom Hanks por la Universidad de Harvard; Denzel Washington por la Universidad de Pensilvania; Ben Affleck por la Universidad de Brown; o Meryl Streep por la Universidad de Yale y además por las universidades de Dartmouth, Princeton, Harvard e Indiana (¡Toma ya!).

Incluso deportistas célebres como en su día Muhammad Alí obtuvo el doctorado por las Universidades de Columbia y Princeton.

Y pensándolo bien, hemos visto vergonzosos doctorados «horroris causa» a Franco por la Universidad de Santiago de Compostela (1965), a Mario Conde por la Complutense de Madrid (2016), o a otros otorgados cuando el beneficiado estaba en la cresta de la ola, por universidades inclinadas ante el poder político o el económico que, digámoslo claro, siempre pesa más que el académico.

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También he visto que en la nómina de los ahora doctores honoris causa por la Universidad de Oviedo, acompaña a Víctor Manuel con el mismo reconocimiento, un empresario astur mexicano, un tal Carlos Casanueva, por promover premios, colaboraciones y financiación en el ámbito de la universidad de Oviedo, filantropía digna de agradecerse, aunque me temo que no se trata de comprar títulos sino de merecerlos.

No deja de sobrevolar la gran pregunta de si devaluando estos galardones no está devaluando a quienes justamente los obtienen por su méritos académicos.

Por eso, pienso que bueno sería que cada Universidad patrocinase unas Medallas, condecoraciones o similar para quienes tienen méritos a sus ojos, distintos de los puramente académicos, esto es para los que no han superado exámenes académicos ni han aportado desde la cátedra o el laboratorio.

Pero mientras se alzan algún tipo de categoría específica y solemne de galardón para reconocer los enormes méritos de personajes ajenos al mundo académico, a los ojos de cada Universidad, pues tengo que concluir mi reflexión con el íntimo veredicto de que ya no tengo dudas. En efecto, está muy bien que se premie a mi paisano Víctor Manuel. No ignoro que muy posiblemente a la Universidad de Oviedo le impulsa el marketing de imagen, de mostrar contacto social, sintonizar con la juventud o la farándula, o por otras inconfesables razones, pero acierta en la diana por varias razones:

Primero, porque no se hace mal a nadie dando este galardón, salvo a envidiosos y resentidos.

Segundo, porque bien están las buenas noticias en tiempos calamitosos. Lo que realmente me aterraría es que Putin o Donald Trump ambicionasen estos doctorados, lo que no es descartable, como tampoco podemos descartar el tipo de medios que emplearían para conseguirlo.

Tercero, porque la estatura personal y profesional de Víctor Manuel es inmensa y algo debemos hacer para reconocerlo. Nadie negará que ha trabajado duro y ha ofrecido momentos inolvidables a legiones de estudiantes, universitarios y no universitarios; y en lo que a mí respecta, me ha provocado emociones y sentimientos con sus letras y melodías, tanto en el plano humano como sobre el terruño, que aplaudo con las orejas.

Cuarto, porque su canción «Asturias», que en su día glosé, le ha convertido en el mejor embajador de mi tierra y gentes.

Quinto, porque otorgándole este galardón a Víctor Manuel, se está reconociendo y estimulando la labor de infinidad de cantautores, de cantantes con más talento que éxito, de juglares y bardos, de esa legión de artistas que se dejan la voz, la tecla, los dedos y pasión en transmitir melodías al alma. Al fin y al cabo, con este «honoris causa» se reconoce el impacto en poesía, canto y arte de ese gran aedo al que tanto debe la civilización actual; Homero (si existió, o al que hizo sus veces).

Y sexto, porque como he mostrado, hay muchos que disfrutan de similares honores y no se lo han trabajado ni merecido tanto como él. Pero en cambio, la inmensa mayoría lo merecen, y por eso otorgárselo a Víctor Manuel no es acto de beneficiencia sino de justa reciprocidad por su mérito. Aquí debo aludir a la persona que creo ha acumulado el máximo de doctorados honoris causa, que admiraba profundamente, que he leído mucho, y cuyo legado justificaba el “Doctorado Con Causa”; me refiero al gran Umberto Eco, quien obtuvo cuarenta doctorados de esta naturaleza (Nueva York, Londres, La Sorbona, Turín, etcétera).

Así que, mi enhorabuena a don Víctor Manuel.

Curiosamente el pasado viernes estuve en la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada y en sus muros me tropecé con una solitaria lápida en la pared que testimoniaba el otorgamiento del título de “alumno honoris causa” de la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada a don José Reina Rivas; este personaje que pululaba por la Facultad de Derecho hasta la década de los ochenta, asistiendo frecuentemente a las aulas sin cursar estudios formales, calado con su boina y con la serenidad de la tercera edad, pues había sido albañil de profesión y anarquista de espíritu, pero siempre demostrando en esas décadas de estudio libre una gran delicadeza, tesón y ganas de aprender, lo que determinó este postrero y único reconocimiento a su muerte.

Y por lo que a mí respecta, confieso que tengo más cercano que me concedan el «Doctorado Honoris Causa» que conseguir adelgazar, pues seguiré con mi barriguita, que esa si que la he conseguido «manducare honoris causa».


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2 comentarios

  1. Tu reflexión es tan rica como emotiva. Se agradece su tono entre lo crítico, lo celebratorio y lo reflexivo. Para sumar a tu análisis, podría decirse que el valor de un “honoris causa” no reside únicamente en la trayectoria académica, sino en el impacto cultural, social o humanístico que una persona genera. En ese sentido, artistas como Víctor Manuel no solo han compuesto canciones, sino que han tejido identidad, memoria colectiva y conciencia social.

    Más allá de su compromiso y su calidad musical, destacaría una faceta más desconocida: su ejemplo humano. Haber sido durante décadas quien cocinaba y llevaba su casa, dejando en pausa su propia carrera —y hasta su ego artístico—, para que la carrera de su mujer creciera y brillara como la de los dos, define a un hombre íntegro, capaz de renunciar por querer y de luchar por el mantenimiento de la pareja. Y eso son, al menos para mí, palabras mayores.

    Quizá el reto no sea tanto restringir el galardón como enriquecer su significado: que cada universidad explicite con claridad los méritos que justifican el reconocimiento, y que se distinga entre aportes académicos, culturales, científicos o sociales. Así, se honra sin confundir, y se celebra sin desmerecer. De ese modo, el doctorado no solo distingue trayectorias, sino que también educa a la sociedad sobre qué valores merecen ser reconocidos.

    Y por cierto, esa “barriguita honoris causa” que mencionas, bien podría ser símbolo de buena vida y gusto gastronómico, y venir propiciada por el tiempo que debes permanecer sentado para sacar a pasear tu invectiva y regalarnos tu escritura ¡Larga vida a esa barriguita! ¡Salud a ese cerebro y a ese cuerpo serrano!

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  2. Para quedarnos sólo en España (soy chileno) faltaría que se le concediera el doctorado «Honoris Causa» a una de las figuras más descollantes de la canción ibérica con sus enormes logros para la unificación de los pueblos y el despliegue de las más profundas emociones humanas. Me refiero al excelentísimo cantante cebollero Julio Iglesias, cuyo reconocimiento con este título (si es que no se le ha otorgado aún) debería significar el hundimiento definitivo de tan codiciado premio.

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