
Hoy día, estamos tan ocupados, que solemos desdeñar cualquier evento social. No nos complace eso de desplazarnos a una sala a escuchar a otros hablar y quizá tener que mirar de reojo el reloj para huir si nos aburren.
Sin embargo, no faltan perlas en las aguas de los eventos públicos que hoy día se nos ofrecen. Ocasiones para salir de nuestro castillo y tener un encuentro real. Nada de Zoom y videoconferencias, sino un encuentro personal con personas reales.
Lo digo porque ayer tuve ocasión de asistir a un acto sencillo pero pleno de emociones, para la entrega de premios del III Certamen internacional de Relatos Cortos Vaqueiros, organizado por la Fundación Automáticos Tineo, que tuvo lugar ayer en Oviedo.

Dejaré para la prensa la crónica del acto y me quedaré con aprisionar las miradas. Es curioso que las miradas comunican en silencio más que las palabras que gritan.
Más curioso ser consciente de que en todo acto de comunicación, dicen los psicólogos que el cincuenta por ciento del mensaje son las palabras, otro veinticinco por ciento lo ofrecen las señales corporales no verbales, y el restante veinticinco por ciento, la mirada. Sí. La mirada de quien habla buscando conectar con el público; la mirada de quien escucha buscando captar información al máximo, y como no, la mirada de quien ni habla ni escucha, que también los hay.
Por algo el significado de la palabra griega que designa “teatro” es “lugar de visión”, donde unos miran y otros son observados, y viceversa.
La cosecha de las miradas del acto de entrega de premios resultó espléndida.
Más de doscientos asistentes sentados en las sillas con mirada atenta a la mesa de la presentación.
Los cuatro participantes desde la mesa de presentación con mirada relajada.
El conferenciante hablando sobre el campo, Tineo y la historia, con mirada sabia.
El promotor y filántropo del acto, con mirada responsable.
Los once galardonados en la primera fila con mirada complacida de protagonistas.
Los familiares de los galardonados con mirada entrañable.

Un artista con mayúsculas, con mirada cautivadora explicando la escultura que se entrega al primer premiado.
El secretario del certamen, desde el atril, con mirada inquieta y responsable.
Algunos asistentes con mirada cómplice.
Otros con mirada de curiosidad.
Quizá alguno con mirada de estar levitando hacia sus problemas o sueños.
El minuto de protagonismo de los galardonados con mirada emocionada hacia los que les devolvíamos la mirada complacida.
Las miradas cómplices de los asistentes que se conocen. Las miradas ansiosas de los que esperaban que el acto se iniciase o avanzase. Las miradas circunspectas de quienes sopesaban el valor de la literatura y el esfuerzo de los galardonados. La mirada tierna de quien escucha las emotivas palabras de los premiados.

No había miradas de aburrimiento, miradas de reproche, miradas malignas… No. Miradas sanas. Si como se dice, la mirada es el espejo del alma, las miradas del público mostraban almas entusiasmadas.
Y es que las miradas hablan. Y como no, desde la mesa de conferencia, tuve ocasión de dirigirme a todos por el honor que se me otorgó de presidir el acto, utilizando mi pequeño truco para contactar con la gente: no interrumpir el contacto visual con el público y hacer barridos con la mirada para todos los espectadores, evitando mirar o revisar las notas (lo que era fácil, porque no llevaba).
En definitiva, en tiempos en que parece que mirar es un acto de agresión, un asalto a la intimidad, una impertinencia… los que compartíamos la carpa de tan bello acto, eliminamos toda prevención y nos dedicamos a acompañar la música de la mirada a la letra de la palabra.
En suma, un acto bellísimo por unir la filantropía de quienes dan a quienes demuestran talento y esfuerzo. Por haberse ofrecido un certamen limpio, con enorme éxito de participación (más de 700 relatos presentados) y por conseguir un elenco de relatos premiados de auténtica calidad, que toma por eje el mundo rural (por cierto, mundo donde las miradas tienen más importancia que en la ciudad).



Pero más allá de su finalidad, premiar a quienes lo merecen, y dar espacio a la sociedad rural en un mundo peligrosamente civilizado, fue un acto delicioso porque la sinfonía de miradas creó una atmósfera mágica. Comprendo que el poeta romano Ovidio atribuyese tanta importancia a la mirada en los enamorados “Deja que tus ojos penetren en los de ella y que tu mirada sea una declaración, porque a menudo una mirada silenciosa es más convincente que las palabras”.

La cosa podía mejorar, y mejoró…porque luego en el cóctel (o vino español) se mezcló la “nitro” con la “glicerina”, o sea, las miradas con las sonrisas, y eso sí que es una bomba de felicidad. Creo que ese es el secreto de la pintura de la Mona Lisa: una mirada unida a una leve sonrisa. Cautivador.
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Que maravilla leerte. Gracias JR y espero que todo te vaya muy bien. Te lo mereces por darnos tanto por nada. Bsssss
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EL COLOR DE LA MIRADA
Dicen que somos lo que comunicamos. El qué por supuesto. Pero también el cómo. Ambos forman un todo integrado por lo que pensamos y sentimos y lo que de ello logramos transmitir a través de nuestras palabras, gestos y miradas
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Dicen que somos lo que comunicamos. El qué, por supuesto. Pero también el cómo. Si no van de la mano el mensaje pierde fuerza, convicción y capacidad de seducción. Y nos hace peores. Para evitarlo resulta obligado hacer buen uso del poder de la mirada. No solo porque sea actor principal de la comunicación, sino porque -a su manera- es la verdadera voz.
Sin embargo no basta solo con mirar con buenos ojos y tener una mirada que “diga”, deben considerarse también datos diversos (lugar, materia, contexto, finalidad y tipo de destinatario del mensaje).
Así, por ejemplo, mientras para la sociedad occidental dirigir directamente la mirada es signo de interés y confianza. Para la africana, un contacto visual prolongado puede ser señal de invasión y desafío. Y para la asiática, rehuir esa confluencia directa es síntoma de humildad y respeto.
Por eso, en función de las circunstancias, diciendo (el qué) y haciendo (el cómo) exactamente lo mismo, cabe pasar del OK más perfecto (el sobresaliente) al KO más absoluto (el muy deficiente). De ahí que ese «ojo por ojo” en positivo, de esta celebrada loa a la mirada que nos regala, no valga para todos los mundos -culturas- y submundos –personales, profesionales, públicos y privados-.
Un mal control de la mirada hará que exportemos incomodidad o desconfianza a quien nos escuche; un dominio pleno de ella nos convertirá en ganadores escénicos del momento. Estando ante grupos o escenarios públicos ciertos recursos técnicos (estudiados y sistematizados por Rubén Turienzo) ayudan.
Qué importante es saber cuidar el color de tu mirada. Como siempre, gracias José Ramón, por compartir la tuya.
P.D. La semana pasada remití un comentario similar al presente que, por travesuras del sistema, debe andar perdido en el limbo. Este lo sustituye.
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