Encrucijadas vitales

Lentitud para vivir plenamente cada momento

Llevo una semana encerrado en casa. A cal y canto. Sin moverme. Con ayuda de un bastón y mucha paciencia. Sufrí el terrorista ataque de una ciática o dolor lumbar que me invadió con un dolor espantoso, paralizante, sin consuelo.

Conseguí que me recetasen a distancia, que me trajesen un quintal de calmantes y medicinas y por fin, pude aliviar mínimamente el dolor. Luego las dosis de inyecciones de cortisona y más medicamentos. Y sin poder sentarme mucho tiempo, sin poder estar en pie mucho tiempo, sin poder estar tumbado mucho tiempo. O sea, cambiando constantemente de posición para ser una diana móvil ante los dardos del dolor.

Y lo peor, pese a mi pequeño don de evasión mental e imaginativo, por mucho que intento engañar al dolor, vuelve como un moscardón. Me cuesta seguir la lectura, ver un video, realizar un trabajo…Bueno, ahora me cuesta mucho menos, pero las primeras cuarenta y ocho horas no se las deseo a nadie. Sin alivio ni de día ni de noche. Terrible.

En inventario de dolores horribles figuraba en la cúspide de lo terrorífico, mi recuerdo de la infancia, cuando tenía doce años y mi madre me llevó a la Cruz Roja, porque un amigo “jugando” me lanzó una botella de cristal rota a la rodilla y me provocó un enorme corte del que salía la sangre a chorros (hoy día si me lanzase un móvil no me ocasionaría tanto daño, pero no teníamos este juguete entonces). Recuerdo vivamente como estaba tumbado boca arriba en una camilla, mi madre aferrándome brazos y empujando el pecho para que no me agitase, mientras y un “matasanos” envejecido y hastiado, con aire de carnicero de Auschwitz, en algo parecido a un soplete calentó una aguja enorme, con un hilo negro enhebrado, y se lanzó a coserme en vivo con parsimonia, sin anestesia o calmante de ningún tipo. Creo que los ecos de los alaridos todavía los escucho. Una salvajada total. Nada que ver con las grapas de hoy día, ni las intervenciones indoloras de cirugía. Aquello fue una lección espartana. Sobreviví, y tengo que decir que jamás en mi vida he estado ingresado en ningún hospital. Toco madera.

Por eso, cuando sufrí este dolor lumbar que irradiaba por el muslo y se ensañaba en la rodilla, y me hacía desear tener un serrucho y acabar con mis dolores, incorporé esta experiencia a mi carga cognitiva. Y si alguien experimenta lo que nunca experimentó, debe tomar las decisiones que nunca tomó. Las analíticas nos cambian la vida, pero estos sustos nos devuelven la vida. Y eso que todavía el susto no ha pasado, porque parece que el dolor ha venido para quedarse y «progresa adecuadamente» pero con lentitud exasperante (no quiero imaginarme un nuevo status cojeando como John Silver el Largo, o dopado en camas de dosel…¡ noooo!)

Seré un quejica, o débil, o lo que sea, pero esta experiencia dolorosa me ha marcado, por la impotencia sentida, porque me hizo olvidar todo afán terrenal, porque todo consumismo pasó a segundo plano, porque la vida se quitó la máscara y me mostró lo que es: una montaña rusa de placer y dolor. Y por eso, he confirmado mis votos de tomarme la vida con más calma, con menos excesos alimenticios (el peso incide en lo que soporta la columna y las articulaciones), menos bebidas espirituosas, menos ajetreo vital, menos compromisos profesionales, más vida familiar, y todo más lento. Sabe mejor.

 De hecho, los que me conocen saben que siempre me opongo y resisto a los restaurantes de comida rápida y postulo siempre restaurantes caseros, clásicos o tabernarios, donde se forma una burbuja de familiaridad, comodidad y sabores auténticos. Creo que mis amigos se merecen un sitio así para vernos y no una especie de terminal de aeropuerto donde lo accesorio, lo funcional, lo decorativo y lo rápido, nos alejen de lo principal: verse, hablar, sonreír, recordar y experimentar esa triple sensación que la comida casera nos regala (olor, color y sabor). El verbo “paladear” no admite conjugarse rápidamente. Requiere experimentarlo con lentitud, como los besos, las buenas poesías, los paisajes o las puestas de sol.

 Y con ello, la música, el arte, la literatura y en general, la belleza la vinculo a los cánones clásicos. A lo artesanal, a lo que se disfruta sin necesidad de que un crítico te explique por qué debes disfrutarlo. Quizá porque yo soy clásico, y sería ridículo si negase esa etiqueta de la que me siento orgulloso.

 Igualmente creo que hay que saborear y sentir cada momento (no hay momentos especiales si nosotros no sabemos verlos como especiales). Sentir cada experiencia personal o compartida y saber valorarla, en lo que tiene de provecho o de escarmiento, o de goce estético o sensorial.

Y como no, sentir el lujo de comunicarnos sanamente con cada persona que integra nuestra zona de fraternidad. Debemos compartir la magia del sentimiento de lo efímero que exponía la escritora sordociega estadounidense HELEN KELLER (1880-1968), en su artículo “Tres días para ver”(Atlantic Monthly, enero, 1993):

«Utiliza los ojos como si mañana tuvieras que quedarte ciego… Y puedes aplicar el mismo método a los demás sentidos. Escucha la música de las voces, el canto del pájaro, las poderosas notas de una orquesta, como si mañana tuvieras que quedarte sordo. Toca cada objeto como si el sentido del tacto fuera a fallarte mañana. Huele el aroma de las flores, saborea cada bocado, como si mañana no pudieras oler ni saborear otra vez. Aprovecha al máximo cada sentido, disfruta de todas las facetas del placer y de la belleza que el mundo te revela.»

  Seguiré mi línea de salir menos que antes, quiero viajar menos, huir de colas y tumultos, y no quiero experimentar lo último de nada. Me refugiaré en mi casita de campo, dándome una sobredosis de naturaleza y acompañado de mis viejos libros, mi vieja música y mis viejos trastos, manteniendo únicamente la ventana de la pantalla para alimentar este blog, que me permite “saltar por encima del nido del cuco”.

 No pienso dejar la creatividad, pues sin curiosidad y sin esforzarme en forjar nuevas ideas o conceptos, la vida me resulta plana e insulsa. Pero eso sí, nada de subir al carro de la velocidad, de la hiperactividad ansiosa, de las nuevas tecnologías para llegar a más y más lejos mientras atrás queda nuestro espíritu (a costa de la santa serenidad).

En esa línea, me inspiró enormemente la fábula que solía contar mi admirado economista JOSÉ LUIS SAMPEDRO (El desarrollo, dimensión patológica de la cultura industrial”,1982) para defender su posición de investigador del mundo de la economía con sosiego, y que sirve para cualquier profesional de cualquier disciplina empujado por el vértigo de lo tecnológico:

En efecto, la incipiente teoría del economista disidente podría compararse a un viejo carromato, compuesto de piezas heterogéneas y arrastrado por un jamelgo, cuyo científico ocupante ha de pararse en un paso a nivel. Allí mismo, ante él, se detiene un lujoso tren con todos los perfeccionamientos técnicos -como las teorías convencionales-, desde la máxima velocidad hasta el aire acondicionado y todos los refinamientos. Desde sus ventanillas, famosos economistas incitan a su pobre colega a subir al vagón y ponerse a disfrutar de todas las ventajas para vivir e investigar, desde el prestigio oficial hasta las facilidades de bibliotecas y demás medios. Pero el invitado mueve la cabeza y contesta: – No puedo acompañaros. Seguís unos carriles que os llevan hacia el norte de vuestra vieja brújula y cada kilómetro adelante os acerca a chocar con vuestros límites. Yo, en cambio, camino hacia la vida del sur, hacia el nuevo desarrollo, y aunque vaya paso a paso, mis progresos resultan positivos. Iré despacio pero en la buena dirección: en la del cambio histórico y el progreso hacia una cultura que no nos degrade, como la vuestra, que prefiere el desarrollo de las cosas al desarrollo del hombre mismo”.

En fin, vivir lentamente supone vivir más y mejor. Me viene a la mente aquello de quien “vive rápido, muere rápido”, eco de la frase indebidamente atribuida a JAMES DEAN (“Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”).

 Hace treinta años me impresionó muchísimo, por ser un sucedido absolutamente real, la confesión en el lecho de muerte asediado por un cáncer fulminante, de un prestigiosísimo catedrático universitario joven (que no identifico por respeto a la familia), que reconoció con los ojos terriblemente abiertos cuando no había cumplido los cincuenta años:

He sido el primero de mi promoción de la licenciatura en derecho. El primero en doctorarse en Bolonia. El primero en ser catedrático. El primero en hablar cuatro idiomas. El primero en obtener premios nacionales en campos distintos de mi disciplina. Y voy a ser el primero en morirme”.

  En fin, vivimos en un mundo de liebres que solo mira la meta, cuando realmente el triunfo es de la tortuga que disfruta del viaje, y así alcanzar el bienestar que nos lleva a un benéfico sentimiento de gratitud.El poeta griego de Alejandría Constantino Cavafis (1863 – 1933) nos regaló el delicioso poema «Ítaca», cuyos versos finales son inspiradores:

Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.


Descubre más desde Vivo y Coleando

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

2 comentarios

  1. EL BIEN ES LENTO PORQUE VA CUESTA ARRIBA. EL MAL ES RÁPIDO PORQUE VA CUESTA ABAJO -A. Dumas-.

    Con la excusa manipulada de que el tiempo es oro, que ciertamente lo es, pero en el sentido de bien «inmaterial» que debidamente administrado facilita la gobernabilidad de nuestra vida, nos han inoculado el virus de la rapidez.

    A partir del mismo nos han hecho «adictos» a la prisa, al apremio y la urgencia. Nos han «arrastrado» a tener que hacer muchas cosas a la vez y en poco tiempo (hiperproductivismo), en vez de hacer las precisas y dedicarles el tiempo que precisen para estar bien hechas (como le sucede a los buenos guisos y vinos). Y nos han «embutido» en una vida de alta velocidad forzosa, tan estresante y peligrosa como superficial y artificiosa.

    Por eso, cuando nos bajamos o nos bajan temporalmente de ella (vacaciones, descansos, cambios vitales, despidos, malas rachas o enfermedades), los efectos del virus se debilitan, volvemos a ser nosotros mismos y tomamos conciencia de que viviendo rápidamente «malgastamos» el tiempo, «perdemos» la atención de lo esencial (los valores humanos) y «dilapidamos» nuestro ser.

    No, no debemos temer a ir despacio…sino a quedarnos parados. Cada «cosa» (trabajo, reflexión, relación, escrito, estudio, comentario, lectura, divertimento, duelo, recuperación de pérdida/fracaso, encuentro con uno mismo,…) requiere su tiempo. Si exige lentitud y paciencia debemos dársela porque aseguraremos un buen resultado.

    Lo anterior me ha hecho recordar la diferencia entre el querer y el amar, tan importante para entender lo que es la vida.

    «Querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás eso que llena las expectativas personales de afecto, de compañía. Querer es hacer nuestro lo que no nos pertenece, es adueñarnos o desear algo para completarnos, porque en algún punto nos reconocemos carentes.

    Amar es desear lo mejor para el otro, aun cuando tenga motivaciones muy distintas. Amar es permitir que seas feliz, aun cuando tu camino sea diferente al mío. Es un sentimiento desinteresado que nace en un donarse, es darse por completo desde el corazón. Por esto, el amor nunca será causa de sufrimiento. (El principito)

    Con otras palabra «cuando quieres una flor simplemente la arrancas. Pero cuando amas una flor la cuidas y la riegas diariamente» -Buda-

    P.D. Si pueden amen «en vez» de querer. Aunque eso les exija tiempo, paciencia, tener que ralentizarse y sacrificar o renunciar a ciertas cosas. Será su mejor expresión de lo que son como individuos.

    Como dicen que la gratitud es la puerta de la sanación y la mía hacia usted es infinitiva espero que le ayude a una pronta y completa recuperación y que, si me lo permite y aprovechando su publicación, venga acompañada de una vida más desacelerada y reposada.

    Me gusta

Gracias por comentar con el fin de mejorar

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.