Reflexiones vigorizantes

Ventajas de no hablar en un mundo ruidoso

He estado tres días afónico. El primer día, con una vocecilla de gracioso timbre femenino e infantil. El segundo día, con tono rasposo y bronco. El tercer día, con susurro confidencial, ya podía hablar con claridad pero bajito.

He reflexionado sobre esta situación, porque han sido tres días, no de ejercicios espirituales, sino de ejercicios mentales, pues el «modo silencio» que me impuse forzadamente, me ha enseñado muchas cosas.

La primera, que hablo demasiado. Sé que mis amigos lo saben y los que me rodean lo soportan, y aunque «me han dibujado así», admito que debo hablar menos y escuchar más, siguiendo el consejo del estoico Epicteto: “Si tenemos dos orejas y una lengua, hay un mensaje claro de que debemos escuchar el doble de lo que hablamos”.

La segunda, que es bueno estar en silencio para escucharse a sí mismo. No se trata de la meditación budista sino sencillamente de pensar por el placer de pensar sin rumbo. Y una vez pensado, poder obtener una opinión fundada. O sea, seguir el consejo del dibujante Quino:”No es necesario decir todo lo que se piensa, lo que sí es necesario es pensar todo lo que se dice».

La tercera, al no poder hablar pese a ser uno de mis hábitos favoritos, comprendí una vez más aquello tan viejo de “no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde”. La afonía brotó en el contexto de un descomunal catarro (probabilísimo efecto del aire acondicionado que me persigue por hoteles, aviones y coches, como la kriptonita a Superman), así que todas mis materiales preocupaciones pasaron a segundo plano. La incomodidad se acrecentaba porque por esta dolencia tuve que sacrificar un viaje, vuelo y estancia hacia un entrañable encuentro de dos días con compañeros en Valencia.

Pero sí, debo admitir que a veces se está mejor callado que hablando. Sobre todo si no se tiene nada nuevo que decir, o si lo que uno diga no es útil, o no le interesa al otro. Me quedó grabado en la memoria de la adolescencia el recuerdo de la película “Alguien voló sobre el nido del Cuco” (1975), referido al caso del jefe indio Brondem, que está internado en un psiquiátrico y finge ser sordomudo, porque no le interesa hablar ni comunicarse con sus guardianes ni con otros dementes, sino que le basta pensar en su sueño de escaparse del maldito centro.

Lo curioso es que ayer sábado por la tarde me decidí a salir de casa, y acudí a la feria de la avellana en el pueblo asturiano de Infiesto, donde había una carpa de exposición y venta de aves de corral. Como en mi casita en las afueras de Oviedo tengo un gallinero pregunté si tenían gallinas que pusieran los huevos azules o verdes (para los que no lo sabían, las hay que los ponen de estos colores, y de hecho, el zorro que se merendó mis gallinas no las discriminó según el color de los huevos). Eso sí, como las croquetas de ciertos restaurantes, más vale no preguntar cómo ni de qué están hechas.

El vendedor me mostró una jaula con una gallina y un gallo, y pidió 75 euros por la pareja, y aunque yo no quería el gallo, se ve que el vendedor creía en el amor, porque se cerró en banda de que se vendían los dos o ninguno. Rechazada la oferta y examinando otras jaulas, se me acercó un chico joven con sano aspecto campesino, regordete y susurrando, como si ofreciese droga, y me dijo con tono secreto que, en el pueblo cercano, el tenía gallinas ponedoras de huevos de colores a bajo precio y no como lo que allí se ofrecía. Lo simpático era que el chico hablaba en susurro por algún evidente problema de las cuerdas vocales, y yo le respondía hablando también con voz rasposa por mi afonía, lo que nos hacía difícil entendernos por el ruido de fondo de graznidos y personas. Quizá el chico pensaba que yo hablaba así para burlarme por su manera de hablar, aunque si hubiese iniciado yo la conversación con él, sería yo el que pensaría eso.

En fin, me maravillaron las posibilidades de que justo el primer día que salgo a la calle con la afonía, que no suelo padecer, me tropiece con un extraño que parece hablar con ostensible voz rota. Tomé nota de la dirección que me indicó para comprar las gallinas ponedoras al gusto (con referencias algo inquietantes: ”suba por el pueblo y tras dejar una casa blanca, al lado de un hórreo con herraduras, está el corral de “Xuan, el lechero”). Solo le faltó decirme una contraseña del estilo «la gallina está en el nido», o parecido.

Proseguí visitando la exposición avícola. En el suelo serrín, y cientos de jaulas repletas de gallinas, ocas, patos, faisanes, palomas y codornices, así como conejos (no tenían alas, pero quizá la analogía con sus orejas, llevó a admitirlos en la exposición). Mientras observaba aquellos animales graznando, aleteando, picoteando, durmiendo… que seguramente se creían felices y libres pese a estar enjaulados, me pregunté si acaso los seres humanos estaríamos encerrados en este planeta para examen de alguna especie superior, repartidos en esas jaulas que son las fronteras de países y pueblos. Quizá como las gallinas, vivimos ajenos a estas preocupaciones, e incluso como muchos gallos los hay que se creen los amos del corral, hasta que llega Navidad… Si fuese así, parece que es importante no tener los huevos de colores para no ser sacado de la zona de confort.

En fin, que me alegro de haber estado afónico porque así me he librado de pedir disculpas por el papel del abuelo de mi tratatarabuelo en la conquista de México…


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4 comentarios

  1. AGUA DE LEVANTE

    «Silencio que nace en la boca,
    que nunca se calla.
    Silencio que emboca a las palabras,
    que siembra de dudas
    que no dice nada.
    Silencio que viene la bruja! silencio en la sala!

    Silencio que llama silencio,
    que va por la espalda y ataca los nervios,
    que para las balas,
    que cruza los cables y nos pone serios.
    Silencio rotundo y salvaje
    silencio por medio
    .

    Culpable, me siento culpable
    distante te siento distante
    culpable, distante, cuando te viene el agua del levant
    e

    Silencio que aprieta los dientes
    que mide la fuerza
    y se nace en caliente
    silencio que suena
    que salta al vacío
    que quiere y no habla,
    silencio que mueve los hilos
    silencio que manda
    .

    Culpable, me siento culpable
    distante te siento distante
    culpable, distante, cuando te viene el agua del levante

    Letra de  Antonio Javier Laguna, Antonio Manuel Mellado y José Taboada. Cantada por Zenet y Javier Ruibal https://youtu.be/0TxvRtJX5qw

    P.D. Creo que las cosas bonitas hay que verlas en silencio. Creo que la música -como decía Mozart- no está en las notas sino en el silencio entre ellas. Creo que los huevos tienen que ser -ya sé que soy un antiguo- blancos o morenos. Creo su perro es -lo siento porque mira que es simpático y fotogénico- más culpable que ese impresentable de Daniel Sancho…pero me ofrezco a defenderlo. Y creo que si usted fuera mudo no podría aguantarlo y se las ingeniaría para inventarse el «habla». Que haya mejoría, José Ramón. Me ha encantado su fino humor y mezcla temática (silencio, gallinas, perro y seres humanos de granja).

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  2. Dr. José, hace poco descubrí por Twitter su perfil, que lujo el poder leer lo que escribe, los toques de humor que le da a sus escritos sin perder el toque reflexivo es arte. Saludos desde Perú 🇵🇪!

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