Claves para ser feliz

Pilotar la propia vida con entusiasmo

Antes de ayer regresé en un vuelo desde Barcelona a Asturias a última hora del día con la compañía Vueling. Debo compartir una anécdota real pues confieso, que jamás había experimentado nada igual.

Antes de despegar, todos los pasajeros sentados pudimos escuchar la voz del piloto, una voz juvenil y cálida, con más o menos, este discurso:

«Buenas noches, les doy la bienvenida al vuelo Barcelona con destino Asturias. Llegaremos dentro de una hora y cuarenta minutos…»

(Todo normal: el típico mensaje al que nuestro radar de pasajero no presta atención)

Unos quince minutos tras despegar, de repente escuchamos el intercomunicador:

«Espero que el viaje les resulte agradable, aunque lo será más para los asturianos si vuelven a su casa. El clima es bueno, aunque como está lloviendo, mejor será para los asturianos ….»

¿Ehhhhhh? Salí del estado pasivo y me puse alerta… Farfulló algo muy distinto en inglés, y siguió;

«Procuren hacer caso a los auxiliares de vuelo, que nunca les escuchan…. Vaya— siguió— no sé si me compañero me dejará seguir hablando…”»(Risas de fondo desde la cabina)

Me moví inquieto en el asiento… Miré a un pasajero próximo y su mirada se cruzó con la mía abriendo ambos los ojos…En ese momento me pregunté si los únicos que no podemos subir embriagados a un avión somos los pasajeros…

«Les agradecemos que viajen con nosotros.— La voz del piloto continuó— Será un viaje de los que no se olvidan, aunque quizá yo lo olvide cuando finalice…»

¿Eh, de qué me habla? (Recordé preocupado al piloto que estrelló el avión con 150 pasajeros en los Alpes franceses).

«El avión mantiene buena velocidad y altitud, y aunque vayan menos cómodos los que van en los asientos del medio, todos llegaremos a la vez».

(¡ Al menos eso era mejor que anunciar que un motor no funcionaba!)

« Me van a permitir que dedique este vuelo a una pasajera especial con la que espero tener el gusto de verla después… Por tí, Olga»

Vaya. Pensé. ¿Es un reality?,¿Hay una cámara oculta?, ¿Será que el piloto está enamorado? Me preocupaban las risitas de los auxiliares de vuelo , y esperé a que saliese el piloto por el pasillo como en el final de “Oficial y Caballero” buscando a la tal Olga y llevándosela a la bodega del avión…

Diez minutos de silencio y nuevamente la voz lo rompió:

«Los pasajeros del lado derecho deben estar alertas».

(Nuevamente me puse yo en modo “alerta”).

Continuó:

«Procuren girar sus cabezas a la derecha y podrán ver una luna hermosa que parece mirarnos».

(Caramba, un guía turístico aéreo)

Y siguió:

«Y los pasajeros del lado izquierdo pueden mirar pero no verán la hermosa luna pero sí su luz»

(Vaya, qué didáctico, aunque yo hubiera dicho para mantener el tono gracioso que podrían ver “la cara oculta de la luna”).

Nuevo silencio y volvimos a escuchar diez minutos después:

«No creo que mi compañero me deje hablar más…»(Más risas de fondo)

En ese momento, me imaginé al copiloto agarrándole del cuello , amenazándole que si perdía el trabajo por sus payasadas iba a tener que recoger los dientes con la mano rota.

A partir de ahí, solo escuchamos el discurso de llegada, más moderado y convencional.

Y eso que yo estaba mentalmente preparado para que el show siguiera, y escucharle un chiste del estilo de _”P: ¿Por qué enviaron el pequeño avión a su hangar? R: Mala altitud. O este otro: P: ¿Quién construyó un avión que no podía volar? R: Los hermanos Wrong”.

Lo cuento como lo recuerdo (aunque debo admitir que me he tomado una licencia literaria sobre el diez por ciento relatado), pero quería compartir mis reflexiones sobre esta situación.

Lo primero que sentí fue sorpresa indignada. ¿Cómo se atreve a frivolizar con trescientas personas en sus manos a diez mil metros de altura?,¿cree que genera confianza en la sanidad mental del piloto que esté jugando al graciosillo como si estuviese en un karaoke o confesionario? No creo que a nadie le tranquilizase mucho escuchar a un piloto decir en plena turbulencia:«Les informo de la altitud y posición: 1,85 metros y estoy sentado».

Claro que pensándolo bien, lo terrible sería escuchar: «Les habla el piloto automático».

Pero luego, bajé la guardia, y realmente me alegró el viaje que alguien con un puesto de trabajo que nadie regala, lo hubiese humanizado, nos hubiese llevado alguna sonrisa y nos demostrase que la vida es bella. Además, todo viaje es un poco estresante, y después de hacer cola en el aeropuerto para ser revisado el equipaje, cola para embarcar y cola mientras nos acomodamos en el avión, bien viene un poco de animación.

Pudiendo recordar esta anécdota desde tierra ( pues tras este viaje me daban ganas de besarla como cuando aterriza el Papa) pienso que existen infinidad de escenarios y situaciones en que la frialdad y las formas apagan lo humano, la vitalidad, la chispa de la vida.

Un ejemplo es el de las misas católicas ( como de otras religiones, cierto). Enlatadas en un formato repetitivo, en que la mayor parte de las veces el sacerdote no improvisa, no bromea, no transmite calor y más bien parece deseoso de que termine el evento. ¿Acaso no sería mejor alguna ocasional salida del guion que mostrarse calor y comunicación con los feligreses? No se trata de una falta de respeto, sino sencillamente de demostrar que la comunidad respectiva es una auténtica comunidad viva.

Otro ejemplo son los tribunales. Cuando hay juicios impera la solemnidad, las formas, la prevención, lo mecánico, y todo bajo un juez o jueza como esfinge impasible. ¿No sería mejor “romper el hielo del conflicto” con alguna frase o gesto amigable, que desdramatizase la situación?

O incluso los noticieros. Creo que las noticias se pueden ofrecer de forma menos rígida (sin llegar al choteo británico que en ocasiones lleva al presentador cuando anuncia lluvias a abrir un paraguas o el programa canadiense Naked News, en que los presentadores se van desnudando). Todavía recuerdo en mi infancia que los telediarios solían contar con presentadores serios y grises, hasta que pude ver a un José María Carrascal cercano y con corbatas llamativas y cordialidad a espuertas.

Me pregunto cúando dejamos de ser niños. Cuándo nos acostumbramos a no esperar sorpresas. Cúando dejamos de ser espontáneos e improvisar. Cuándo elegimos pensar lo que decimos en vez de decir lo que pensamos.

Y sobre todo, ¿por qué no nos damos cuenta de que todo sabe mejor con sonrisa, humor, ilusión y positividad?¿ o es que todavía no somos conscientes de que nosotros somos el piloto de nuestra propia vida y muchas veces de la de los demás, y que debemos transmitir confianza al “pasaje”, para que todos lleguemos bien al destino?

Esa confianza se despierta con sonrisas, naturalidad y cercanía. No es fácil, pero debemos intentarlo.


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1 comentario

  1. Hace poco leí que mientras la Filosofía es como estar en un cuarto oscuro buscando un gato negro. La Metafísica es como estar en un cuarto oscuro buscando un gato negro que no está ahí. La Teología es como estar en un cuarto oscuro buscando un gato negro que no está ahí, y además gritar: ¡lo encontré!, para convencer a los demás. Y, finalmente, la Ciencia es encender una luz para ver qué demonios hay en el cuarto.

    Partiendo de lo anterior, y aun siendo deseable, ¿tienen cabida las bromas en la religión? Pues me temo que no. Porque las religiones, tal y como están montadas, buscan adoctrinar a oscuras sobre lo que dicen que hay, no encender la luz para poder ver lo que realmente hay pues hay conocimientos peligrosos que es mejor ocultar. Y eso no deja margen para el diálogo, la duda, y, menos aún, para la risa. Pues ésta, como dice el monje ciego Jorge de Burgos en «El nombre de la Rosa», es forma de subversión que trae luz y rompe dogmas.

    ¿Y en los Tribunales y Juicios caben las bromas? Pues creo que tampoco. Se trata de actividades que requieren de frialdad, distancia y firmeza para cumplir mejor su función, lo que sin embargo, quede claro, no está reñido con la cordialidad de trato, la educación y la obligada atención de los magistrados. Porque aquí las formas son imprescindibles. Los simbolismos cumplen su función. Todos los trámites están prestablecidos y deben seguirse. Y, por tanto, las sorpresas o el salirse del guion no tienen cabida. Es más, anuncian naufragio.

    Es verdad que mientras los niños aceptan las sorpresas por el placer de la propia sorpresa, los adultos no las soportan salvo que se les anticipe o prometa que van a gustarles. Pero eso es parte del precio de crecer y tener que aceptar las reglas de vivir en sociedad.

    P.D. Un hombre entra en una librería y le dice al dependiente: Buenas tardes, quisiera comprar un libro sobre humor. ¿Qué tipo de humor? -pregunta el dependiente. Pues… sobre humor inteligente, humor crítico, humor subversivo…Ah, ya veo. Entonces le recomiendo este libro: “El nombre de la rosa” de Umberto Eco. ¿Y de qué trata? No lo sé, nunca me he reído con él.

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