
Las vacaciones se han ido y debemos afrontar otra vez la travesía del desierto laboral, de otros once meses. Me toca una mínima reflexión, como el luchador de sumo antes del combate.
He disfrutado de las vacaciones. Del ocio, de buenos ágapes y mejor compañía, de alguna escapada viajera, algunas lecturas y películas y en general, de la holganza. También he confirmado que las vacaciones tienen distinto sentido, aprovechamiento y gozo según la edad, bajo la sorprendente regla de que las vacaciones de la juventud corta de fondos y larga de ilusiones son mucho más gratificantes que las vacaciones de adultos con más fondos y menos sueños.
El problema es que se acabaron las vacaciones, se acabó la fiesta, y hay que sembrar trabajo para recoger ocio. De hecho Aristóteles advertía que la finalidad del trabajo era ganar tiempo libre.
Pues bien, ahora que tengo la total seguridad de que he acumulado más años vividos que los que me quedan por vivir (antes de sentirme «descatalogado», como decía el tristemente desaparecido José Luis Sampedro), puedo confirmar que el auténtico lujo hoy día es tener tiempo libre, para ocuparlo en lo que realmente nos interesa y queremos. Ese es el único bien que no podemos comprarse en cantidad, pues “nuestros días están contados”(aunque afortunadamente no sabemos el resultado contable, lo que nos provocaría una ansiedad insoportable). Pero sí puede comprarse la “calidad” del tiempo, o sea, no perder el tiempo en cosas que no queremos, que nos disgustan o que no nos aportan nada de nada.
Debemos tener presente la advertencia de Séneca (“Sobre la brevedad de la vida”):”
No es que tengamos poco tiempo para vivir, sino que lo desperdiciamos mucho. La vida es bastante larga y se nos ha dado una cantidad suficientemente generosa para los más altos logros si se invirtiera bien. Pero cuando se desperdicia en lujos irresponsables y no se gasta en ninguna buena actividad, nos vemos obligados al final por la última restricción de la muerte a darnos cuenta de que ha pasado antes de que nos diéramos cuenta de que estaba pasando. Así es: no se nos da una vida corta, sino que la hacemos corta, y no estamos mal provistos sino que la desperdiciamos… La vida es larga si sabes cómo usarla.

Es difícil el “ahorro” de tiempo en la vida social actual en que nos las arreglamos para tener la agenda comprometida por un sinfín de cosas (trabajo, vida social, burocracia, salud, gestiones varias, etcétera). ¿Quién no se ha desplomado por la noche en el sofá en casa, pensando «no he hecho nada», pese a que no ha parado en todo el día? Suelo apuntar en una aplicación del teléfono móvil las gestiones del día, las compras del día, y las gestiones de la semana, pero por mucha diligencia que aplique, jamás se agotan, pues la agenda se retroalimenta de pequeñas grandes cosas que, si no las hago yo, no las hará nadie. O eso pensamos los ingenuos que vamos por la vida de responsables. Eso explica mi paradójica sensación que comenté en su día de que “No hay tiempo para nada”.
Por eso, tras estas vacaciones he afianzado mi propósito de mantenerme en adelante más dueño de mi tiempo, y poder decidir por mí mismo lo que merece la pena y lo que no, cuánto tiempo invertir en una u otra cosa.
Para ello, he comenzado por el viejo y sabido dicho de ”zapatero a tus zapatos”, lo que me lleva a ocuparme de lo que se supone que sé y tengo la fortuna de que me pagan por ello, en vez de convertirme en un aficionado que hace chapuzas; así que las labores de jardinería, obras, mantenimiento o gestión que las haga otro, al que pago con mi dinero. Sé que es una obviedad, pero es un prodigio de alquimia humana que nuestro tiempo de trabajo pueda emplearse en para ganar más tiempo de ocio.
Además, es importante saber decir “No, gracias”, ante esas propuestas de actividad o encargo (muchas cariñosas, ciertamente) que comportan un sacrificio personal de tiempo desproporcionado para las satisfacciones que recibes a cambio.

También me propongo no generarme necesidades que consuman mi tiempo. Si me regalasen un yate, una segunda residencia, un gato de angora o un bono para disfrutar gratis de ópera o cine, me generarían un problema porque paradójicamente, mi tiempo disponible para disfrutarlo es limitado, y no poder optimizarlo me generaría ansiedad o frustración. En suma, cobra realce el viejo dicho “No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita”.
También seguiré en mi línea de huraño, propio de mister Scrooge (“Cuentos de Navidad”) o sea, de rechazar asistir a eventos públicos o espectáculos masivos (ferias, conciertos, inauguraciones, etcétera) por aquello de no planificar, hacer colas, sufrir esperas tediosas, seguir a la manada o al flautista de Hamelín de turno… Empiezo a comprender los conocidos versos de Lope de Vega:· «A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos». Pero tranquilos, soy un poco cascarrabias pero con mirada de humor y pensamiento crítico, que rentabilizan el tiempo muchísimo.
Quizá me estoy buscando una coartada para la pereza, para la cómoda soledad, o para mantenerme de observador y pensador sobre el mundo, pero nuevamente tengo que recordar la afortunada frase de John Lennon: “La vida es eso que pasa mientras haces otras cosas”. No se trata de rechazar la vida social sino de evitar que la vida social consuma nuestra vida personal.
El auténtico lujo es tener tiempo libre para agotarlo al gusto. Para desperdiciarlo, incluso. Debemos vivir el presente, pero que sea nuestro presente, no el querido por los demás. Y lo bueno es que para disfrutar no hace falta esperar a la jubilación, ni a las vacaciones, pues se puede aprovechar cada día y demostrarnos que somos nosotros quienes gobernamos realmente nuestra propia agenda bajo el norte de nuestra propia felicidad.

En definitiva, nos preocupa el tiempo atmosférico que peligra por el calentamiento global, pero no nos preocupa el tiempo cronológico que peligra por el aturdimiento global en que estamos inmersos. Y de este contexto solo nos salvará no caer en la rutina, ser optimistas, querer a quien nos quiere, y ser conscientes de que este minuto que estamos compartiendo en este artículo, por ejemplo, ya no volverá.
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“El tiempo es la moneda de la vida. Es la única moneda que tienes y solo tú puedes determinar cómo se gastará. Ten cuidado de no dejar que otras personas la gasten por ti”. (Carl Sandburg)
Según el filósofo José María Esquirol los auténticos infinitivos de la vida son los verbos pensar, amar y vivir. Su mayor fuerza se da en el presente porque iluminan e intensifican la vida y le dan sentido.
En la provisionalidad del vivir, que siempre hay que celebrar, se trata de actuar y orientarse en un trayecto de crecimiento constante y humano, a través de todas las edades, para alimentar y fortalecer nuestra vida como personas (vivir) y no solo existir.
Los años sirven, si eres reflexivo y buscas mejorar el ser, estar, querer y vivir, para incrementar la claridad sobre tu propia situación y persona. Permiten limpiar la mirada para ver lo que de verdad importa. Tener la capacidad de apartar estorbos. Y cuidar de tu tiempo y gastarlo en aquellos que lo merecen y aquello para lo que sirves, te gusta o estás preparado. Porque cuando uno comprende mejor el núcleo de su vida puede revertirlo en actuaciones concretas.
P.D. Somos muy afortunados por recibir el regalo impagable de su tiempo.
Sus visitas escritas (casi diarias), su proximidad y compañía (a través de las puertas abiertas de sus blogs), sus enseñanzas y sus divertimientos, sus escuchas, sus apoyos, su paciencia,…son una generosísima donación y transfusión continúa de vida. Gracias eternas, José Ramón.
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