Claves para ser feliz

Cavilaciones de un asturiano en el norte de Italia

Estoy disfrutando de la cuarta parte de mis vacaciones anuales con un viaje y estancia de siete días en el Lago Garda, en el norte de Italia (provincia de Verona). Verdor, lago inmenso, cielo claro, ciudad medieval y turismo a tope.

Pensaba que viajando en esta época seríamos pocos los turistas que tocaríamos a más disfrute (pura operación matemática dividiendo espacio entre cabezas). Pues no, me equivoqué. No pensé que hubiese tantísima gente ociosa. Ni que la inmensa mayoría de esa gente ociosa tuviese tanto dinero (a juzgar por los vehículos aparcados, indumentaria, y los inflados costes de alojamiento o restauración). Ni tampoco que esa gente ociosa con tanto dinero, tuviese tanta hambre y sed. Vayas donde vayas, a la hora que sea, hay gente en las mesas comiendo como si al día siguiente les ajusticiasen.

Lazise es una villa preciosa. El primer municipio libre de Italia, y con curiosas normas: prohibida la mendicidad, prohibido ir en bañador por la calle, prohibida la música tras la medianoche… Incluso pienso por lo que veo, –algo que me gusta–, que debe estar prohibido gritar porque no veo que nadie moleste a nadie (hay algo de experimento, robotizado o hipnótico en todos estos turistas). También intuyo –algo que no me gusta–, que debe estar prohibido leer en el municipio, porque no he visto a nadie con un libro en la mano, ni en las terrazas ni en la playa. Ni periódicos. Claro que tampoco hay librerías (supongo que no hay que embellecer las estanterías del camping o chalet, ni evitar que cojeen las mesas).

Eso sí, paradójicamente, paseando al lado del maravilloso lago, me tropecé por este orden con tres cosas inhabituales. Primero, un castor juguetón en el agua. Segundo, una caseta con vitrina y con libros expuestos como en un altar; y tercero, un coro de cisnes y patos amigables. Aquí van las tres fotos que lo testimonian.

Cosas que me llamaron la atención de Lazise:

  • Vayas por donde vayas, todas las calles desembocan en la plaza.
  • Vayas por donde vayas, caminas por suelo empedrado, calles estrechas preciosas y desembocas en el lago.
  • Vayas por donde vayas, ves agencias inmobiliarias.
  • Vayas por donde vayas, las empedradas calles están limpísimas.
  • Vayas por donde vayas, te tropiezas con pizzas, helados y tatuajes. Y alemanes trasegando Spritz (vino blanco mezclado con agua con gas, de vivo color naranja).

Lo más admirable es el lago Garda. Impresionante. Flanqueado por montañas. Enorme. Profundo. Majestuoso. Limpísimo. Con olas fruto de la discreta brisa. Un puñado de embarcaciones de recreo y escasísimos bañistas. Hay infinidad de patos salvajes y cisnes que no se asustan de los turistas, ni a la inversa. El lago se nutre del agua de manantiales y riachuelos de montañas, y tiene 350 metros de profundidad máxima (o sea, como un edificio de 15 pisos) y en sus orillas, en todos los puntos cardinales, hay villas clónicas de Lazise: zona costera cuajada de embarcaciones en puertos también cuajados de restaurantes y tenderetes, y panorama de villas medievales, o sea, gastronomía y superpoblación turística. Eso sí, debo admitir que todos son preciosos (Garda, Bardelino, Pesquera y Riva, son estupendos), pero Malcesine con un soberbio castillo de obligada visita se lleva los laureles: una villa medieval con callejuelas serpenteantes y el soberbio castillo Scaligero, desde cuya torre se contempla el monte Baldo, la villa y la planicie del lago; este castillo, de forma pentagonal irregular, fue reconstruido en 1300 cuenta con un museo de historia natural y el museo Goethe (con dibujos del sabio).

No me resisto a confesar que me he bañado en las aguas frías del lago ( en el norte, en Vega de Garda y Malcesine). Ni que he sobrevivido a pagar una noche de parking del vehículo (55 €) o a dos horas y media en cansino barco para recorrer el lago de punta a punta.

Ah, cosa curiosa. No se suele dejar propina en los restaurantes, o mas bien a la inversa, porque los flecos que pasan de la cifra entera del precio, no te lo cobran (así sucedió en dos restaurantes distintos). Y además hay comerciantes honradísimos, pues por aquello de la lluvia torrencial del día de bienvenida, compré una prenda y por un error mío, salió en mi busca el vendedor, un hombre venerable y cortés para entregarme veinte euros que le había pagado en exceso (Luigi, el responsable del bello establecimiento «El movimiento»)

También quería practicar mi italiano, pero la mayoría son alemanes que hablan alemán y los italianos de aquí parece que también prefieren hablar alemán. Y algo en que parecen coincidir alemanes e italianos, en que no les gustan las iglesias, porque visité la iglesia de Lazise (San Zenone e Martino) y estuve acompañado de velas, santos y bancos. Un islote de paz, lienzos que nadie admira y limosneros que nadie llena.

No olvidaré las increíbles pizzas del restaurante Lazise Clasic, desde una terraza maravillosa con vistas al lago y un prodigioso servicio a los clientes. Estoy seguro que si Paul Cézanne las hubiese probado, sus bodegones de manzanas serán sustituidos por estas pizzas.

Y con esto finalizo la crónica de un español en Lazise. Quizá el último mohicano ibérico, visto lo visto. Y ese mohicano mañana regresa encantado a su Asturias patria querida. Me temo que en el fondo, o soy un provinciano o un sentimental, o ambas cosas.

3 comentarios

  1. No pretendo destrozar tu ilusión, pero creo que no es un castor, sino un coipú, una especie un poquitillo invasora en el norte de Italia 😬

    Y recuerda, no estás en un atasco, eres parte del atasco.

    Felices vacaciones!

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  2. El mundo es un gigantesco libro que se escribe con los pies. Por eso viajar es importante. Abre la mente y fortalece el corazón. Permite explorar lugares ajenos. Hacerlo desde nuestra perspectiva…o abriéndonos a la ajena. Descubrir aquello que otros miran y somos incapaces de ver (apreciar o repudiar). Asimilar nuevos horizontes y salirte de los viejos. Romper rutinas. Evadirte. Perderte. Probarte. Sorprenderte. Decepcionarte. Buscar oxígeno. Encontrar -o hacer reales- sueños. Disfrutar. Y tomar conciencia de que si los humanos fuimos creados inquietos, curiosos y con alma de proa fue para poder seguir adelante y avanzar.

    P.D. Gracias por tu narración, José Ramón. Solo por disfrutar de tu compañía a través de su lectura, el viaje ha merecido la pena. Y si no hay mejor final que el elegido, el odisiaco de volver a casa no está nada mal.

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