Fiestas y Ferias

En las fiestas, huyamos de los aguafiestas

Ayer paseaba por las calles de Oviedo y en plena zona de hostelería, el bullicio era inmenso. Me he tropezado con un “viejo conocido”. Y digo “viejo” porque le he visto “viejo” y lo de “conocido” porque no traspasó la puerta grande de la amistad. Venía solo y con el abrigo abotonado hasta el cuello, con mirada fija y desconfiada, como si fuese un policía secreta infiltrado en el ambiente callejero.

   Intercambiamos el saludo como dos luchadores de sumo, pues hacía más de veinte años que no nos veíamos, y me preguntó a quemarropa en qué trabajaba yo y si ganaba mucho dinero. Eludí tal impertinencia replicando sonriente que “en Navidad eso no se pregunta” y me espetó que no creía en la navidad, que se gastaba demasiado y con orgullo me confesó: “yo ni compro lotería, ni voy a comidas navideñas de trabajo, ni gasto en adornos inútiles”. Estuve a punto de contestarle que  “yo tampoco pierdo el tiempo con miserables”, pero no lo dije, porque me daba lástima, porque siempre había vivido con mezquindad y se ve que no había cambiado. Por lo visto, ahorra incluso amigos y vive solo.

    Este personajillo encaja en la tribu de algunos falsos amigos de juventud (afortunadamente escasos pero como las ovejas negras, existieron) que cuando compartías algo procuraban llevarse la mayor tajada.

 Los que, a la hora de pagar el almuerzo a escote entre todos, siempre se excusaban aduciendo que habían comido poco o sencillamente no pagaban por si nadie se enteraba.

 O si había que sufragar alguna corona de funeral de terceros amigos, desaparecían de la nómina de contribuyentes.

  Los mismos que se volvían cicateros para prestarte algo, pero muy remisos a devolver lo que les prestaste tú.

   Los que realizaban pequeñas economías miserables, con gestos de tacañería, y cuando crecen se convierten en aprendices del judío Shylock (El Mercader de Venecia, William Shakespeare) o reflejos del egoísta Ebenezer Scrooge (Cuento de Navidad, Charles Dickens).

   Estos tipos se ufanan de ser los ratones más listos de la granja y pretenden ser los más ricos del cementerio.

   Sin embargo, me he percatado que la persona mezquina es víctima de su propia mezquindad, porque vive con austeridad y solo gasta lo necesario. Es tacaño consigo mismo. Tiene dinero pero no sabe gastarlo. Se conforma con poco, y por eso, tiene pocos amigos y pocas personas se acuerdan de ellos.

Lo que no saben estas hienas es que los demás no le dispensan odio alguno, sino más bien desdén y compasión porque es triste vivir así.

Sin embargo, los que tenemos el vicio de no ser mezquinos, y tenemos un agujero en la mano por el que fluye el dinero, intentamos disfrutar de las mejores compañías en estos oasis festivos. Y huimos de los aguafiestas.

 En tiempos tan tristemente turbulentos, tan inciertos y tan duros, es necesario dejarse llevar por unos días en la burbuja navideña para sentir un poco de paz e ilusión. Ya habrá tiempo tras las navidades para lamentarse del peso del trabajo, del peso calórico de las comidas, de la carga de la tarjeta de crédito, de esos dolores y achaques que siempre acompañan, de las malísimas noticias de guerras y hambruna…y de la travesía del desierto hasta la semana santa…

Al fin y al cabo la felicidad es un paréntesis en la supervivencia. Por eso, me gusta tener presente la máxima del escritor estadounidense HERMAN MELVILLE (1819-1891): «No sé todo lo que puede venir, pero sea lo que sea, lo afrontaré riendo».


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1 comentario

  1. CUANDO VES LO GENUINO YA NO TRATAS CON LAS FALSIFICACIONES

    Valoro tanto la amistad que, me gustaría pensar que no existen amigos falsos, sino personas falsas que dicen ser amigas. Quisiera creer que el tiempo no hace perder amigos, sino que te descubre los que no lo son. Desearía admitir que los amigos no tienen que demostrar que lo son, sino que basta considerarlos para que lo sean. Pero…no es así.

    Un falso amigo puede llegar a ser o convertirse en potencial enemigo. El llamado «amigo enemigo». Porque suele moverse por las arenas movedizas del interés. Apagar tu luz para poder brillar él. Creerse con derecho a todo y sin obligaciones a nada. Tener un punto envidioso (el que da querer seguirte pero no poder alcanzarte). Poner oídos a maledicencias sin defenderte. Hablar de ti a tus espaldas y no bien. Quitar energía. Y/o no ser buena influencia.

    El falso amigo lo es y ha sido siempre. No es que haya cambiado sino que se le ha caído la máscara. Como les ocurre a las serpientes, aunque cambien de piel, siguen siendo serpientes. Por eso, cuando se van no se les echa de menos. Son y eran, en realidad, un espacio vacío.

    Estando ese espacio vacío no se nos ocurra ocuparlo con algún «aguafiestas». Estos destructores de la ilusión, el júbilo y el contento, son personas negativas y sombrías y con su sola presencia lo echan todo a perder. El origen de este término (que sigue Cervantes en «La Ilustre Fregona») es clarividente. El vino propicia la alegría. Por eso si se le agua, se rebaja o incluso da al traste con las posibilidades de regocijo.

    A los aguafiestas también se les llamó «atajasolaces» porque acababan con el solaz y la alegría de otros. Y «derramasolaces» porque desbarataban amistad y amigos. ¡Qué rica, fresca y viva es nuestra lengua!

    Si quieren brindar (por ustedes, por la vida, por la Navidad, por el año nuevo o…por lo que sea), no duden de hacerlo. Pero, antes, asegúrense de que no hay infiltrados. Y, de haberlos, expulsen a los aguafiestas y a los falsos amigos de sus sagrados hogares y reuniones.

    Feliz Navidad, querido y admirado José Ramón. Para ti, familia y amistades y, cómo no, tus vivocoleantes y agradecidos lectores (entre lo que me encuentro).

    P.D. Deben buscarse los amigos como los buenos libros. No está la felicidad en que sean muchos ni muy curiosos; sino pocos, buenos y bien conocidos. – Baltasar Gracián-

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