De la belleza

Elogio de la curva de la felicidad

Pues sí, debo reconocer que por fin soy consciente del problema que me negaba a aceptar. Ha sido preciso verme reflejado en fotos inequívocas en un paisaje idílico en Formentera, para percatarme de mi “curva de la felicidad”. Tengo barriguita. No vale que intente ponerme de perfil en las fotos, ocultarla con las manos o desviar la atención: ahí está mi barriguita.

Es verdad que por sus dimensiones no es preocupante en términos de salud, aunque tiene algo de acusador. Es un fiscal especialmente activo cuando me agoto al caminar, o cuando he tenido un ágape con amigotes, o cuando me aprieta una prenda de vestir. O cuando me siento invisible ante bellas damas. Entonces, la maldita curva parece recordarme que está ahí.

Sin embargo, no lucharé contra ella. La mejor manera de combatir un enemigo es ser su amigo. Solamente lucharía contra mi acolchamiento natural si fuese asociado a una inquietante calificación médica (“maligno”), o si sufriese chantaje sentimental (“o aligeras las alforjas o no las veré más”), o si me hiciesen una oferta que no pudiese rechazar («seis mil euros por cada kilogramo que pierdas»).

Mi barriguita es mía. Personal e intransferible. Me ha costado mucho conseguirla. Es el disco «blando” de la memoria de mi ordenador vital. Incluso es un fenómeno natural, porque si los árboles crecen en grosor con anillos por cada año… ¿por qué los seres humanos debemos ser diferentes?.

También es cierto que hay que ahondar más en la causa de la barriguita. Es cierto que infinidad de libaciones y ágapes han alimentado mi embalse frontal, pero eso demuestra que he tenido una buena vida social, con buenos amigos y grandes momentos (pocos gordos conozco introvertidos y de mal carácter).

Existe otra buena causa que la explica en gran medida: infinidad de horas sedentarias, sentado, leyendo o estudiando, que impiden que las calorías que entran se atrevan a salir.

Por eso creo que podría calificárseme, con todo fundamento, “Gordito, honoris causa”.

Eso sin olvidar que estar así me hace empatizar más con los padecimientos de las mujeres embarazadas y los problemas que sienten de movilidad.

Además una barriguita como la mía me hace más humano, más sensible. Más osito panda. No la cambiaría por esas tabletas musculadas de tipos que sufren por mantenerse como robles. Ni tampoco por esos cuerpos grotescos cargados de tatuajes y herrajes. Ni por quienes cada día se pesan, miden, examinan frente al espejo, suspiran o rabian por mejorar la geometría… No, no soy de esos, ni quiero serlo.

Mi barriguita es curva, cierto, pero limpia, tersa, suave, placentera, hermosa… en su sitio, y es mía. Y pocos saben que debajo de mi cinturón de grasa se esconden unos abdominales increíblemente duros y bellos.

El gordito solo puede mejorar, mientras que el apolíneo solo puede perder. Yo acepto mi cuerpo y su evolución, y no me avergüenzo ni intentaré cambiarlo. Al fin y al cabo, soy yo quien maneja esa carrocería y debo aparcarla y mantenerla pulida y cuidada. Me niego a caer en la trampa de examinar cada producto en el supermercado y deslumbrarme con la trampa de “Sin azúcares añadidos”(realmente no dicen que ya los tenían y conservan suficientes azúcares), “Producto bio o bífidus, o con omega 33 y tiro porque me toca” (no todos son tan naturales como pretenden ni tiene nada que ver con virtudes adelgazantes), “Sacarina, por favor”(¡toma edulcorante artificial!), «Light» ( muy chic) o «Integral»(no desintegra las grasas»….

Así que, tanto si a los demás les gusta o no, hago con mi cuerpo lo que me place. No entiendo la necesidad de algunas personas de verte y tener que hacerte un “diagnóstico de peso” que no has pedido, ni consejos sobre como perderlo… ¿acaso si yo estoy con un idiota me permito indicarle como no parecer tan tonto?, ¿no hago yo un esfuerzo de contención cuando veo alguien insultantemente flaco para no decirle que no come suficiente?

En lo que a mí respecta, si alguien acude con paternalismo a indicarme eso tan grosero de que “Debes adelgazar”, con la coletilla de “… por tu bien”, pues mejor que lo hagan con delicadeza porque puedo ser un gordito con mala leche y lengua de serpiente… por su bien.

En fin, como decía un buen amigo cuando le hacían la observación de que estaba gordo, le replicaba al inquisidor de turno: “ Cierto, pero soy feliz”.


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