Cosas serias

Esa mala memoria que desearíamos olvidar

Ha vuelto a suceder. No recordaba el nombre de la persona que me saludaba, aunque sí recordaba todas sus circunstancias. El problema es que esta especie de amnesia puntual se repite y parece que empiezan a evaporarse personajes y sucedidos de la vida. Además hay veces que echo en falta un GPS para localizar donde diantres he dejado las gafas, el móvil o las llaves.

Parece que estamos con obsolescencia programada, por lo que con la edad avanzada van fallando las piezas de la anatomía, aunque no sabemos qué órganos comenzarán a flaquear, que huesos a mostrar su debilidad o cuando empezamos a pararnos en el descansillo de las escaleras. El problema es que el deterioro invisible de la memoria no lo percibimos y si lo percibimos no queremos admitirlo, o lo disimulamos. No hablo del traicionero y alevoso Alzheimer, sino de esas lagunas de memoria que cada vez sentimos más frecuentemente.

Parece que los neurólogos aprecian tres tipos de memoria. La memoria episódica, la semántica y la conceptual.

La memoria episódica se refiere a eventos y experiencias personales, en que tenemos grabadas las instantáneas de momentos que particularmente nos emocionaron y dejaron huella: aquél examen de graduación que fue un éxito o fracaso, el día que te correspondió la pareja que querías conquistar o el que te dio calabazas, la prueba deportiva en que lo diste todo y sentiste el placer de la sana competencia, aquél encuentro con la persona o maestro que admiras y pudiste compartir una burbuja temporal, etcétera.

La memoria semántica es la que asocia palabras a conceptos, significados y conocimientos, desvinculado de experiencias personales. P.ej. Londres es la capital de Inglaterra, la velocidad de la luz es de 300.000 km por segundo, o Colón fue el descubridor de América…

La memoria de conceptos es la que nos permite atribuir contenidos a ideas o categorías, p.ej. lo que sea la bondad, felicidad, maldad, etcétera.

Pensando sobre ello, me percato de que ese trípode sobre lo que forjamos lo que decidimos en la vida, está desequilibrado y tambaleante.

La memoria episódica, o de sucedidos, se va cuarteando con el tiempo, y además la manipulamos inconscientemente, a veces ignorando lo malo y realzando lo bueno. Eso explica que en reuniones de compañeros de colegio o de amigos comentando un sucedido, las versiones pueden variar. Ninguno miente, pero cada uno tiene “su verdad” y el problema está en que puede defenderla y pensar que los demás “van conduciendo por el lado contrario” y mienten.

La memoria semántica se va esfumando poco a poco, pero mucho más rápido y antes que la episódica (precisamente por estar desvinculada de experiencias personales) de manera que los nombres que no se repiten se van aflojando en la memoria, y además se vuelven escurridizos los que intentamos recordar fuera del contexto en que los aprendimos (p.ej. el sacerdote que nos presentaron por su nombre en pleno funeral, si nos lo cruzamos al día siguiente vestido con chándal en un bar, nos costará identificarlo y recordar quién es y como se llama).

Y la memoria de conceptos es claramente oscilante, porque nuestros valores y el contenido que le damos se va ajustando a las circunstancias de cada caso, a nuestras experiencias y conocimientos nuevos. Lo que antes considerábamos bueno o justo puede que ahora no nos lo parezca tanto, de manera los conceptos e ideas generales, que nos permiten salir de infinidad de atolladeros, se asemejan a los libros que un día compramos y disfrutamos como fuente de inspiración, pero posteriormente son relegados y sustituidos por otros.

Todo este rollo viene al caso porque empiezo a notar, más aún, que no recuerdo el contenido o circunstancias de buena parte de los libros que he leído, películas que he visto, lugares que he visitado o conversaciones mantenidas. Muy llamativo es lo de las contraseñas, tengo tantas de tantos sitios y tan cambiadas, que las he alojado en una aplicación de guardar contraseñas de la que no recuerdo precisamente su contraseña.

E igualmente sucede con las experiencias directas del pasado, pues puedo recordar haber tenido un festejo o asistido a una conferencia, o un almuerzo de grupo, y no recordar lo que se trató. Incluso, ¡oh, cielos! hay cosas que he escrito o publicado, que las releeo y no las reconozco como propias (al menos me regocija saber que una vez pude escribirlo). Pero lo peor de lo peor, es olvidar las personas que han significado mucho en tu vida (y tú en la de ellos), y que quedan como personajes que sabes han participado en la película pero solo recuerdas sus escenas como lejanos chispazos.

Terrible. Las arenas del tiempo se van tragando todo.

A veces intento consolarme pensando que este fenómeno tiene doble causa. Por un lado, porque hoy día hay tal inundación de información y experiencias, que la memoria expulsa datos para dejar sitio a los nuevos. Por otro lado, porque hoy día abusamos de la memoria del móvil, del ordenador y de otros artilugios, y dejamos que se nos oxiden las neuronas. La paradoja es que Google nos ayuda a completar las lagunas de conocimientos y recuerdos, y nos hace temer el día que tengamos que buscar en “Google” cómo se escribe “Google”, aunque lo realmente grave será cuando nos digan que hemos olvidado encender el ordenador.

Quizá hay que verlo de otra manera. Las cosas suceden en tiempo presente y cuando han pasado ya no existen, pero debemos sentirnos afortunados por tener el don de poder recordarlas y revivirlas, y eso es mágico, aunque temporal.

Además, debemos consolarnos pensando que ningún recuerdo importante desaparece por completo, pues el corazón retiene briznas, sea un temblor, una lágrima, mucho de alegría, nostalgia… También nos ayudará saber que olvidar lo malo, ingrato o doloroso es algo positivo, pues como decía el psiquiatra Enrique Rojas “La felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria”.

Preocupa que con el olvido perdemos elementos de juicio y experiencia del pasado que nos sirvan para acertar en el futuro, dificultando la aplicación del sabio proverbio senegalés: «Cuando no sepas donde vas, párate, y mira de donde vienes». Malamente podemos mirar de donde venimos, que fuimos o hicimos, si no lo recordamos.

Al menos no he olvidado que he leído el maravilloso relato de Borges, Funes el memorioso (“Ficciones”) en el que se habla de un personaje que tras golpearse la cabeza en una caía, recuerda al detalle todo lo que ha vivido, con precisión absoluta, lo que resulta insoportable e inútil, pues como dice:

Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. (…) No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez.

Bueno, no sé por qué decía esto, ni sé si ya lo he contado anteriormente, ni sé si lo volveré a escribir mañana como cosa nueva. Al menos sé que el auténtico problema vendrá cuando no tenga nada que decir, porque para decir algo hay que contar con la arcilla de los recuerdos que, aunque sean pocos, nos dan la vida.


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1 comentario

  1. Entre inteligencia, conciencia y memoria ¿con qué nos quedamos? Montaigne decía que con la tercera porque acaba dejando vacías a las primeras. Quisiera creer que el sabido estaba equivocado porque si llevara razón nuestra vida acabaría siendo una adaptación al gusto -o disgusto- de lo vivido. Y, al final, nos acabaría faltando realidad (presente y futuro) y ese interés por descubrir y disfrutar de nuevas sorpresas, personas y cosas que justifica la vida.

    Por cierto , ¿saben quiénes son las dos especies humanas que tienen mejor memoria? El acreedor y el resentido. Uno, por lo que le deben. Otro, por lo que cree indebidamente «cobrado» o «recibido» y espera poder «devolver».

    La memoria sin duda tiene importancia. Pero es relativa. A veces es mejor no olvidar, otras tener mala memoria, las más dejarse llevar por lo que ella quiera. Lo importante es que nos mantengamos vivos -activos- y coleantes.

    Al final, creer inteligente al que sabe muchas cosas de memoria es como considerar sabio al que tiene en su casa una gran biblioteca -Carlo Dossi-.

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