Hablar y comunicarse

Deja de aprovecharte de la amabilidad ajena

Hace poco rogué a un amigo que me trajese unos medicamentos de la farmacia con urgencia. Sin dilación, dejó todo y desafiando los cortes de tráfico de vísperas de reyes, me trajo a domicilio los calmantes que necesitaba.

Es realmente bueno y gratificante saber que cuentas con buenos samaritanos, con amigos que no fallan y a los que acudir. También es bueno, incluso necesario, aprender que debo hacer lo propio si me lo solicitan.

Ahora bien, fuera del círculo de la amistad, donde la cooperación va incluida de serie, no faltan ocasiones en que sufres peticiones por parte de personas que tienen el atrevimiento, caradura o temeridad, de pedirte que hagas algo por ellos. Y como eres amable, tiendes la mano y te la estrujan, ayudas y te pisotean. Pero va a ser que no.

Admitiremos que hay situaciones donde no hay espacio para la negativa a ayudar, y donde todos actuaremos como nos piden o esperan.

De un lado, están las organizaciones de que formamos parte y en que hemos asumido el compromiso laboral, profesional o solidario de hacer algo. Ahí se impone respetar nuestra congruencia con nuestras elecciones previas y la línea jerárquica que quiere asegurar la unidad de acción.

De otro lado, cuando estamos orgullosos de nuestros valores y se pondrían en entredicho si no fuésemos coherentes. Ahí podríamos negarnos, pero la congruencia con nuestra conciencia debe llevarnos a asumir con coraje el sacrificio que comporta servirlos.

Fuera de estas singulares circunstancias, actuar o no, ayudar o no, colaborar o no, es un acto voluntario de ejercicio de la libertad de decidir. Como dice el refrán “si te haces de miel, te comen las moscas”. Y como toda decisión, no debe ser precipitada, sino mínimamente reflexiva. Eso impone como cautela primaria, hacer preguntas sobre lo que se nos pide antes de pronunciarnos (no escépticas, sino para calibrar el fundamento y alcance real), pues la imaginación para reclutar el servicio gratuito de otro es infinita: ayudar a hacer la mudanza de la casa, realizar determinados escritos de solicitud o queja por aquello de que sabes cómo redactarlos, dejarle tu vehículo por tener el suyo estropeado, acompañarle a discutir los términos de un contrato con el vendedor, prestarle dinero, echarle una mano en el jardín, pasear su perro durante las vacaciones, etcétera.

Después de saber claramente lo que se nos pide, sopesar cuatro factores nos ayudará a decidir si la respuesta es “sí”, o un firme “no”:

  • Evaluar el impacto real de lo que se nos pide. El coste de tiempo y energías para ocuparnos de lo que nos reclaman, supone el sacrificio de su uso en las que realmente nos importan. No sería la primera vez que lamento haber asumido un compromiso y ser prisionero de la palabra dada.
  • Velar por nuestro bienestar y salud. Debemos ser lo que gobernamos nuestra carga de trabajo y dedicación al ocio. Ni debemos abarcar mucho, ni todo lo que podamos por el hecho de poder hacerlo, sino solo lo necesario. Tampoco sería la primera vez que siento que las horas del día se escapan y que no soy el hombre orquesta.
  • Reforzar nuestra autoestima. Saber decir “no” sirve a nuestro propio orgullo e incrementará la confianza en sí mismo. No está de más de vez en cuando, darnos a valer, ya que si siempre decimos “sí”, somos baratos, y ya se sabe que “lo barato no se valora”.
  • Aplicar tus prioridades y no las ajenas. Cada uno debe marcar su propia agenda y rentabilizar su propio tiempo. Este es el criterio crucial.

Cuando fruto de este rápido balance sospechamos un escenario de probable abuso, parasitismo y engaño, debe entrar en juego el arma definitiva. Debemos decir: “No, gracias”, o “No, lo siento”, o un “No, no es una buena idea”.

Lo comento porque debemos percatarnos de la técnica persuasiva más universal que se utiliza para convencernos a hacer o decir algo, que. vuela bajo radar, y que consiste en la regla de la reciprocidad.

Es muy conocida por los vendedores. Consiste en el sentimiento de deber de corresponder, que se genera en nuestro interior cuando alguien es generoso con nosotros y nos da algo o nos facilita la vida ¿Nunca ha visitado la Alhambra y en los alrededores alguna gitana le ha regalado una ramita de romero, para plantearle después un donativo, y si se resiste, amenazarle con una maldición?, ¿acaso no ha sentido más necesidad de dar propina si el camarero le deja un bombón o pastelito gratuito al término de la cena?, ¿no se siente más animado a comprar si el vendedor le recibe sonriente, afectuoso y le ofrece un café u otro detallito?, ¿nunca se ha sentido empujado por una muestra gratuita a comprar algo que no necesitaba?, ¿cuántas veces hemos tenido que aguantar una reunión aburrida solamente porque nos han invitado con fruslerías y nos sentiríamos mal si nos fuésemos rápidamente?

Hace un par de décadas viajé con dos amigos a Rabat, y en tres locales de venta de marroquinería para turistas el trato fue idéntico. Entramos asomándonos con curiosidad para mirar las alfombras, las piezas de cuero y los trabajos artesanales, y rápidamente fuimos recibidos por un sonriente vendedor que nos invitó a sentarnos, a tomar un té marroquí y unas pastas, y después, advirtiendo ladinamente para tranquilizarnos, que no pretendían vendernos nada, nos enseñaban productos y nos preguntaban si nos gustaba. Cada vez que afirmábamos que nos gustaba, el vendedor hacía un gesto para que lo apartasen y nos lo reservasen. El resultado fue que, en un contexto de aparente familiaridad y entrega, acabamos adquiriendo cosas que no necesitábamos y a precio superior al que hubiésemos pagado antes de entrar.

No es técnica solamente de vendedores. En la vida, la transacción está a la orden del día. En la vida doméstica, el afecto paterno-filial nace y crece naturalmente, pero se ve reforzado por el constante papel protector y de ayuda que hacen los padres, y que lleva a que los hijos, aunque con el tiempo superen en fuerza o poder a sus padres, siempre les guardan respeto y deferencia. En la vida deportiva, quien asume el papel de entrenador con sacrificio personal podrá ejercer presión sobre el deportista, porque éste sabe la entrega de aquél. En la vida laboral, muchos trabajadores asumen la labor ajena o cubren la ausencia del compañero, pues saben que este lo ha hecho o haría por él. Pero sobre todo, la reciprocidad es plena e intensamente aplicada en las relaciones de amistad, donde los amigos no aplican balanza ni cómputo de créditos o deudas, sino que la generosidad y complicidad demostrada permite tender un puente entre los amigos de doble dirección, donde cada uno sabe que debe dar al otro la ayuda que necesite, y lo hace porque sabe que ese otro lo haría si estuviese en su lugar.

El problema de la regla de la reciprocidad no está en que se utilice de forma natural y espontánea, sino en su uso abusivo, a sabiendas, para manipular la voluntad ajena. Ahí es cuando lo sensato es percatarse que la entrega, la donación, el regalo, realmente están envenenados, y hay que saber negarse. Decir «No», «Ni hablar». Alto y claro. Hay que darse cuenta que vale más la propia dignidad y marcarse el propio rumbo de la vida, que un detallito o velado soborno, o palabras zalameras.

Sin embargo, no es fácil, como advierte ROBERT B. CIALDINI (“Influencia”, 2001), pues:

«Rechazar la oferta de un favor o una concesión inicial por parte de un solicitante siempre funciona mejor en la teoría que en la práctica. El problema principal es que, cuando ésta se presenta, es muy difícil determinar si se trata de una oferta sincera o de un primer paso para utilizarnos. Si siempre nos suponemos lo peor, será imposible recibir los beneficios de los favores o concesiones legítimas que nos ofrezcan los individuos sin ninguna intención de explotar la regla de la reciprocidad».

En fin, es triste ir por la vida de desconfiado, peor es ir de incauto. Así que seguiré teniendo presente la regla del avispado jugador de póker:

Si después de estar jugando un buen rato, miras alrededor de tu mesa y te preguntas quien será el primo al que desplumarán, ten claro que…: ¡el “primo eres tú”!


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2 comentarios

  1. HAY QUE PROCURAR SER DIGNOS DE FAVORES…PERO EVITAR ACEPTARLOS

    Los favores son peligrosos. Como advertía el gran Pacino, por boca de Carlito Brigante (en «Atrapado por su pasado» -1993 de B. de Palma-), «un favor puede matarte más deprisa de una bala».

    Por eso, antes de pedirse y/o de darse, deben pensarse muy bien. Estar debidamente justificados. Y tener auténtica razón de ser. Por eso, el que los da debe ser generoso y discreto. Y el que los recibe debe ser agradecido y tener memoria.

    Sin embargo, aunque los favores no se hacen para cobrarlos, la conmutatividad –aun  potencial- se da por sobreentendida. Esa es la forma de naturalizarlos. Por ello, si eres legal y decente, los favores rebotan, obligan y suponen pérdida de libertad.

    Lamentablemente, la terca realidad, en demasiadas ocasiones marca distancias. Acaba demostrando que el beneficiado por el favor se muestra insaciable, no suele anotarlo y convierte en ingrato o hasta en enemigo. Y que el concedente del mismo lo usa como precio de compra, préstamo o moneda de cambio y fija unilateralmente el modo, tipo y el tiempo de pago o entrega. Uno, no perdona que le hayan hecho el favor o que no se lo sigan haciendo. Y el otro, se cree con derecho a pedir lo que quiera, como quiera y hasta cuando quiera.

    «EL DEDO

    Un indigente se encontró por el camino con un antiguo conocido.

    Como el menesteroso no paraba de quejarse de sus carencias y necesidades y lo injustamente que la había tratado la vida, el conocido, que tenía un don extraordinario que reservaba para ocasiones muy señaladas, se conmovió, y tocando con su dedo un ladrillo lo convirtió en oro y se lo entregó.

    Sin embargo, lejos de mostrar satisfacción, el pobre se quejó de que era muy poca cosa. Ante ello el conocido tocó con su dedo mágico un enorme león de piedra que convirtió en oro macizo y lo agregó al otro regalo.

    Pero el mendigo siguió insistiendo en que era muy poco.

    -¿Qué más deseas? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.
    -¡Quisiera tu dedo! -contestó el pordiosero.»

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  2. ES PELIGROSO HACER FAVORES

    A la hora de pedir y de hacer favores se debe ser extremadamente escrupuloso y cauteloso…con el quién, el por qué, el qué y el para qué. Bastará con que alguno de esos “el” no cuadre para que el favor no deba nacer. Porque los favores son fuente de peligro, decepción y conflicto. Y, como advertía el gran Pacino por boca de Carlito Brigante (en Atrapado por su pasado -1993- de Brian de Palma-), un favor puede matarte más deprisa de una bala.

    Ahora bien, conviene precisar que, tratándose de amigos y personas a las que debemos querencia, vinculo y respeto, el favor se relativiza, devalúa y normaliza, pasando a enmarcarse dentro del más específico concepto de obligación natural regida por la espontaneidad, la confianza, la reciprocidad y el desprendimiento. 

    Si, volviendo a la regla general, aun tratándose de un enlace forzado, finalmente se produce el sí quiero, el que preste el favor, debe ser desprendido y discreto, mientras que el que lo reciba, debe ser agradecido y tener memoria de delfín.  

    Normalmente, como bien dijo Maquiavelo, el favor obliga más a quien lo otorga que a quien lo recibe, pero no siempre es así. A veces, el concedente lo usa como préstamo o moneda de cambio y fija el modo y tiempo de devolución y tipo de pago. Otras, las más, el beneficiado no anota el favor, se vuelve desmemoriado y hasta se transforma en reincidente (expoliador, aprovechado y autor de sablazos)  o en ingrato.

    A este respecto decía el sabio Cajal que hay tres tipos de ingratos: los que callan el favor, los que lo cobran y los que lo vengan.

    ¿Aún dudan del peligro de hacer favores?

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