Reflexiones vigorizantes

La fuerza del destino no impedirá nuestro camino

Se atribuye a Einstein en una carta con un colega, cuando le mostraron que el azar y la incertidumbre parecían ser la fuerza dominante para explicar la mecánica cuántica a nivel subatómico, la frase de que “Dios no juega a los dados con el Universo”.

Me ha venido a la mente ese azar presente en la vida, en lo que somos, en lo que hacemos, en los triunfos y las derrotas, en la salud y la paz, ante tres recientes fenómenos muy impactantes en las tranquilas aguas del descanso veraniego.

El de las guerras de Ucrania, Israel—Gaza, Sudán, Siria o Congo, entre otros conflictos bélicos activos, que continúan demostrando que lo que hoy tienes y lo que podías tener, puede saltar por los aires, por factores ajenos completamente a tu capacidad de decisión.

El del hundimiento del yate del magnate británico Mike Lynch en aguas sicilianas, en que viajaban 22 personas. Un yate de más de 30 millones de euros a prueba de hundimiento (como se decía del Titanic antes de colisionar con el iceberg), y en que por ironía añadida del destino los pasajeros celebraban la inocencia declarada judicialmente del millonario tras un proceso judicial de 13 años. En el yate viajaban el prestigioso y hábil abogado, y el cliente absuelto, y ambos fueron engullidos en minutos por el océano tras un tornado que se ensañó exclusivamente con ese barco y no con los que estaban próximos. Muerte sin juicio ni apelación.

El de la cruel muerte del hijo de 27 años de unos buenos amigos, por un ataque al corazón, inesperado por ser joven con salud y deportista, ilógico por estar en la flor de la juventud e inmerecido por la vida sana y ejemplar del muchacho. Algo devastador para los padres y que va contra el orden natural de la vida, para lo que nadie está preparado.

Son tres sucedidos (aunque las guerras lamentablemente «siguen sucediendo»), a tres niveles distintos (mundial, regional y local) y en los que Hades (dios del inframundo para los griegos) siembra el mal, muerte y desolación, al margen de la culpabilidad de las víctimas (no es el caso de quienes, por pura estadística de juego, dan la razón de que “Quien ama el peligro, en el perecerá”).

Ante tamaña sinrazón de las muertes sin más culpa que estar viviendo, existen letanías típicas que ningún consuelo ofrecen a familiares y amigos de los infortunados caídos en la batalla de vivir:

«Todo sucede por alguna razón». Una frase hueca y vacía. Claro. Todo sucede porque si no existiese una causa o antecedente, no habría sucedido. El problema es que no se conoce esa razón, no basta la razón causal o mecánica, sino que escapa la razón que justifica esa muerte prematura o imprevista.

«Estaba en el lugar inadecuado en el momento inadecuado». Otra frase tan ingeniosa como inútil. Claro. Si la persona hubiese nacido o criado en otras coordenadas de tiempo y espacio, posiblemente hubiere cambiado su destino… a mejor o a peor. Nada añade al desconsuelo.

«Los designios de Dios son inescrutables». Esa es la respuesta de las grandes religiones cuando no hay explicación para la muerte de un bebé inocente, o para que un rayo elija a un sacerdote en vez de a Putin, o para que las pandemias se lleven al amigo o familiar en la juventud. Se dice que la razón divina es inescrutable porque Dios lo sabe todo y es infalible, y los humildes mortales no podemos alcanzar a comprenderlo, de igual modo que las hormigas jamás comprenderán que ese nublado que les cae encima es la suela del zapato de un paseante.

Siempre me he rebelado frente a este comodín (“tú no lo sabes, pero dios sí lo sabe”), porque creo que un dios que merezca tal nombre, como es infalible o perfecto (si no, no sería dios), sabría también llevarnos una explicación a la mente (cierta o no) pero que ofreciese consuelo y evitar así el desgarro interno añadido a la fatalidad, de no saber captar el sentido de esa muerte inesperada.

Por mi parte, no tengo respuestas ni me creo con capacidad para aproximarme a ellas. Nadie puede imponerme una explicación pero nadie puede arrebatarme mi derecho a contar con mi propia reflexión.

No creo en extraterrestres, ni en los Reyes Magos, ni en Taylor Swift o Messi, ni que el club Bilderberg o los masones hagan girar el mundo, ni que los políticos solucionen las grandes cosas.

En cambio, respeto las creencias religiosas ajenas, aunque creo en un dios personal e impersonal a la vez. Es “personal” en cuanto responde a mi propia e irrenunciable percepción y convicción interna (no como lo pintan los cuadros o esculturas, ni los libros religiosos). Pero es “impersonal” pues no es antropológico: no posee barba ni rostro venerable, ni vengativo o benéfico: nada parecido a un Zeus cristiano, islámico o judío. Nada de un dios enfrascado en repartir premios y castigos, sopesando conductas e interpretando acciones. No somos tan importantes, ni creo en la aplicación de una suerte de «código penal divino», según lo interpretan los religiosos de cada confesión.

Mas bien, creo en un dios impersonal que puso en marcha esto que llamamos universo y se ocupó en otros quehaceres dejando el jardín sin jardinero, mientras la maleza y la floresta crecían a su aire, mientras los animalitos pequeños y grandes correteábamos con eso que se llama “libre albedrío”.

Por eso, comprendo la frase de Shakespeare (Macbeth), “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que nada significa”. O la suave pero impactante afirmación de Calderón de la Barca (“La vida es sueño”):” ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños son».

Sin embargo, rechazo firmemente la apatía, la indiferencia y el «vale todo». En efecto, creo que infinidad de cosas que dan sentido para vivir la vida con la percepción alerta, muy interiorizadas (aunque no conozca la fuente de mi convicción, las siento intensamente y eso me basta para forjar la certeza): creo en el derecho a la vida y a la libertad de todas las personas, y en el derecho a elegir y equivocarse; creo que no es inútil luchar por la felicidad; creo que los avances científicos son el mejor padrino que tenemos; creo en la honestidad y palabra dada; creo en la sexualidad amorosa; creo en el goce estético de grandes obras literarias, musicales y artísticas; creo en el goce intelectual de la curiosidad y la creatividad; creo en la amistad no parasitaria; creo en las tecnologías para mejorar la calidad de vida aunque también creo que la respuesta definitiva a las grandes preguntas no las dará la robótica ni los algoritmos; creo que no sabemos disfrutar del regalo de la vida, que empezamos a gastar desde que nacemos; ni tampoco del regalo de contar con un mundo avanzado en una sociedad civilizada, pues nos enfangamos en disputas y labores autodestructivas; y en definitiva, creo que el futuro es aterrador pero también es genial saber que existe.

Así que, si estamos vivos, seamos agradecidos con lo que tenemos, disfrutemos del viaje gratuito en este hermoso planeta, honremos a nuestros muertos queridos (felices al menos, por haber disfrutado de su compañía, poder recordarlos con ternura, y mantener siempre los vínculos emocionales), y mientras llega nuestra hora (eso es seguro, que llegará, aunque no sepamos cuándo ni dónde), bien está relajarse, disfrutar y encontrar la serenidad y equilibrio, para lo que ayuda mucho eso de tratar a los demás como te gustaría que te tratasen, y no generarse necesidades absurdas de cosas que realmente no necesitas.

En suma, podemos y debemos marcar nuestro propio destino: formarnos, experimentar, reflexionar, elegir con quien nos relacionamos, y fuera de nuestro margen de elección quedarán aquellas variables que no controlamos, y por eso mismo, no debemos culparnos por ello.

En suma, me parece inspiradora la frase de Mahatma Gandhi, cuando fija el foco de nuestro rumbo vital en tres cosas que controlamos:

«La Felicidad es cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces, están en sintonía»


Descubre más desde Vivo y Coleando

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

1 comentario

  1. Es verdad que la vida tiene mucho de azar y nadie sabe ¡cuándo le apagará definitivamente las luces! Por eso hay que saber aprovechar su tiempo. Mirar siempre adelante. Arrancar de cuajo o podar periódicamente sus malas yerbas. Cortar sus ataduras artificiales (vicios, servidumbres, hábitos negativos, amistades peligrosas, disvalores…). Y tener propias convicciones para que nuestro yo no descarrile por sus vías.

    En este contexto surge un regalo inesperado. «El Credo» según José Ramón Chaves. Una pieza deliciosa, definitiva y conclusiva. Imaginada y concebida a base de humanidad y materiales nobles (sentimiento, experiencia, razón, principios y valores). Ajena a dogmas, religiones e ideologías.  Válida para cualquiera.

    Se muestra humilde, tímida y discreta. Casi oculta dentro del conjunto del texto. Pero quienes sepan reconocerla, secundarla y escoltarla serán sumamente afortunados porque habrán adquirido un tesoro. 

    «Creo en el derecho a la vida y a la libertad de todas las personas, y en el derecho a elegir y equivocarse;

    creo que no es inútil luchar por la felicidad;

    creo que los avances científicos son el mejor padrino que tenemos;

    creo en la honestidad y palabra dada;

    creo en la sexualidad amorosa;

    creo en el goce estético de grandes obras literarias, musicales y artísticas;

    creo en el goce intelectual de la curiosidad y la creatividad;

    creo en la amistad no parasitaria;

    creo en las tecnologías para mejorar la calidad de vida aunque también creo que la respuesta definitiva a las grandes preguntas no las dará la robótica ni los algoritmos;

    creo que no sabemos disfrutar del regalo de la vida, que empezamos a gastar desde que nacemos;

    ni tampoco del regalo de contar con un mundo avanzado en una sociedad civilizada, pues nos enfangamos en disputas y labores autodestructivas;

    y en definitiva, CREO QUE EL FUTURO ES ATERRADOR PERO también es genial saber QUE EXISTE.»

    P.D. Coque Malla en la estupenda «Santo Santo»(https://youtu.be/8fBaDoXhwQk) plantea su personal credo: volver a un mundo vivible, humano y de cosas buenas. Aunque para ello haya de acudir a Santos nada religiosos, a Milagros mundanos y a deshacer parte de Historia y progreso. Esta es su letra.

     “Santo, santo haz milagros Vuelve el mundo cambia el rumbo.

    Llévate los gritos de los hombres sin espíritu Ni corazón. Llévate los grandes titulares Los desastres y las superstición Llévate también las sonrisas congeladas Y el abrazo del traidor Llévate las torres infinitas con antenas Lleva todo lo que puedas Deja solo cosas buenas.

    Santo, santo haz milagros Vuelve el mundo cambia el rumbo.

    Deja en el altar los regalos de los Dioses Que pedimos sin cesar Rompe las barreras, las fronteras El silencio y los palacios de cristal Toca nuestra frente y devuélvele a la gente El instinto animal Dinos nuestro nombre verdadero Enséñanos el fuego, líbranos del tiempo Líbranos del miedo

    Santo, santo haz milagros Vuelve el mundo cambia el rumbo. No te escondas, no te rindas Santo, santo oye el llanto.

    Llévate los gritos, llévate los golpes Llévate la furia, llévate los ruidos Lleva las promesas incumplidas Las heridas, déjanos lo bueno Déjanos la vida Haz que pare el tiempo y que sople fuerte el viento Llévanos al mar y haz que se abra el cielo

    Santo, santo haz milagros. Santo, santo haz milagros cambia el rumbo

    CAMBIA EL MUNDO YA.”

    Le gusta a 1 persona

Gracias por comentar con el fin de mejorar

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.