Asisto estos días al espectáculo del consumismo mas desaforado. En primer lugar, acumulamos festejos gastronómicos sucesivos, con breve reposo para el hígado y el estómago: almuerzos de trabajo navideños, Nochebuena, Navidades, Año Nuevo y Reyes.
En segundo lugar, hacemos doblete de festejos para regalar, Papa Noel y los Tres Reyes Magos (uno antes de acabar el año y otro para después del año). Tanto la imaginación para regalar como la “cartera” para pagar lo regalado sufren lo suyo.
Eso sin olvidar que ya “ha metido el pie en la puerta” el viejo truco del “Black Friday” que se supone permitiría anticipar las compras navideñas y realmente las ha multiplicado.
Y en tercer lugar, quien mas quien menos nos las ingeniamos para dedicar mas tiempo a la holganza, a la compañía de amigos y parientes a quienes no solemos ver a diario.
El espectáculo de luz, color y espejismos de alegría está servido. No seré yo quien se queje de las Navidades puesto que creo todos queremos aparentar ser mejores personas, nos volvemos mas educados y tolerantes (debería ser Navidad todo el año) y como ya comenté hay al menos diez buenas razones por la que somos mejores en estas fechas.
Sin embargo, la fiebre consumista me preocupa. Ayer asistí a unas tremendas colas en grandes almacenes del Corte Sajón, o algo parecido. Veamos la cruda impresión.
1. En la planta de Informática, muchos artilugios se anunciaban con éxito para ser regalados y desplazar otros que tenían mucha vida útil pero que nos permitirán hacer mas rápido cosas que nunca necesitábamos.
En la Sección de librería, el trajín de compradores era tremendo, bajo el difícil reto de que la mayoría que lee poco consiga acertar con el regalo para la minoría que sí lo hace, para lo que se guían por las estrategias editoriales, muy próximas al maître del restaurante que intenta dar salida al producto de su interés mas que al que pueda interesar al comensal.
Lo de la Sección de alimentación es terrible. Diríase que el fin del mundo está cerca y los compradores lo saben porque no vacilamos en comprar dulces, tostones, lechazos, marisco y delicatessen, al lado de bebidas espirituosas sin tasa… total, por una vez… una vez más que incrementemos el nivel de colesterol, triglicéridos, grasas trans, azúcares, alcoholes y similares… Todo un reto sobrevivir a las comidas navideñas.
La Sección de electrodomésticos rivaliza con la Sección de Deportes en la venta de buena parte de objetos que jamás serán usados. Muy útiles y bellos pero posiblemente llamados a vivir como “jarrones chinos”, esto es, donde no estorben.
La Sección de joyería y regalos al menos no engaña. Se compra para demostrar el precio del amor, afecto o respeto, mas que para mejorar la vida útil del destinatario.
La Sección de juguetes es lo mas parecido a un aquelarre. Padres atribulados preguntando a dependientes estresados por juguetes de última generación. Niños con ojos brillantes y falta de manos para tocar todos los juguetes que ansían. Abuelos y tíos con listas de juguetes para buscar el caprichito de turno. Y como se vende tanto, lo de envolver corre a cargo de los compradores, no vaya a ser que las empleadas por aquello de envolver pierdan de vender, o el Corte Sajón que deje de ganar.
2. Ya sé, ya sé que es un estereotipo, pero ¿qué monstruo hemos creado?. Los mayores consumimos en estas fechas desaforadamente, comprando lo que no necesitamos y lo que es peor, lo que nos cuesta pagar; y los menores se acostumbran a que se sacie su apetito insaciable de juguetes.
No me pondré como el abuelo Cebolleta pero no puedo menos de recordar que en mi infancia solía solicitar varios juguetes, escribiendo una carta laboriosamente y aplicando la prudencia que me sugerían mis padres. Así y todo, siempre los Reyes Magos me demostraban una extraña tendencia.
Por un lado, un poco tacaños pues me traían menos juguetes de los pedidos y eligiendo los mas baratos.
Por otro lado, un poco confusos en sus roles pues debían sentirse maestros vocacionales ya que siempre me traían material escolar que no había pedido (estuches, libros, etc).
El problema es que esos niños de hoy, y esos adultos de hoy, son (o somos) una combinación explosiva que pagará la próxima generación.
3. Por eso me agradó especialmente el estupendo artículo de Magazin de Andrés Trapiello titulado “La Revolución tranquila” que sabiamente afirma:
Con menos se vive mejor, más es menos, y la mitad de lo que tenemos o pudiéramos tener nos sobra: he aquí lo que tratan de decirnos algunos jóvenes. Viven en casas alquiladas, a menudo tan pequeñas que apenas cabe en ellas su bici; no tienen coche y a su ropa tampoco le dan mucha importancia. Los más hábiles se fabrican sus propios muebles o arreglan los viejos, y únicamente les queda por descubrir que viajar ha de ser un premio merecido, no un derecho indiscriminado. Ellos han empezado a cuestionar, pues, el consumo y el binomio “sagrado” consumo=crecimiento. Son alegres y son felices (más o menos). Su revolución es, como se ve, tranquila.
4. Mientras triunfa la revolución, yo seguiré atesorando artefactos, libros, utensilios, herramientas y todo tipo de regalos que, como los anillos de un árbol, van reflejando la vertiente obsequiosa de las celebraciones.
Y lo que es peor, no voy “achicando el agua” de los trasteros pese a que tengo nada menos que tres enormes en garaje, y los tres están saturados de infinidad de objetos, que demuestran que soy candidato al síndrome de Diógenes.
Lo cierto es que me aferro a ellos y me resisto a tirarlos por dos razones.
La primera, por ese extraño instinto de conservación que todos llevamos grabados en algún lugar del cerebro (“por si acaso”), desconociendo el sabio dicho inglés: “Todo lo que tengas en el trastero sin usar un año, ten la seguridad que no lo usarás en el resto de tu vida”).
La segunda razón, porque intentamos aferrarnos al pasado y a los recuerdos, y como la memoria flaquea y empieza a demostrar que los recuerdos son manipulados con la edad, nos gusta dejar esas huellas porque son bellísimos esos momentos mágicos en que abrimos alguna caja polvorienta en el trastero y descubrimos que algo hace tintinear emociones, sentimientos o experiencias. Lo alarmante es que en ocasiones, reconocemos el objeto y la experiencia, pero no nos reconocemos a nosotros… Y eso no sé si es bueno o malo. Por si acaso seguiré guardando mis trastos.
Pero ante todo… ¡seguiré guardando mis amigos! … La amistad ni se compra, ni se regala, ni se almacena…. está ahí y es el único gadget que funciona y está contigo cuando lo necesitas.