
No sé si usted sigue la política o si tiene cosas mejor que hacer. Seguramente la mira con escepticismo y pena, como yo. Sin embargo, el reciente anuncio de que Ramón Tamames, con 89 años sería el candidato a la presidencia del gobierno de España a propuesta del partido Vox, me resulta muy refrescante.
Lo diré al margen de la ideología o partido proponente con tres pinceladas personales.
UNA. La política actual es árida, con programas que nadie cree y palabrería para engatusar al que no pertenece al partido o para seguir programando al que pertenece al mismo. Nunca se han alcanzado tales cotas de banalidad, necedad y fraude por parte de los políticos que rivalizan para seguir gobernando o para llegar a gobernar. Van alternando. Se acusan mutuamente y se aprovechan del inmenso aparato del Estado para mantener las huestes y el ego bien satisfecho.
Lo malo no es la política, sino los políticos profesionales. Tomen un político aficionado, con buenas ideas, que hable con el corazón y sensatez, que tiene ideales; póngalo a gobernar y se producirá una metamorfosis inversa: la mariposa se convertirá en gusano.
DOS. Se echan en falta voces libres. De quienes sabemos que no piensan en el lucro ni en el ego personal. Quien no tiene nada que perder, será una voz digna de ser escuchada en el parlamento. Por una vez, alguien hablará desde allí sin cobrar dietas por desplazarse, por estar paseándose en el congreso, y hablará sin usar el móvil sufragado por el parlamento ni tener que esconderse en su escaño a juguetear con la tableta oficial.

TRES. Está muy bien que un espontáneo salte al ruedo parlamentario. Que demuestre que la política es una noble profesión que no se ejerce sirviendo a la camarilla de colegas del partido; que no se ejerce votando sin discutir o al menos, sin pensar en el interés general; que no se ejerce mirando de reojo la nómina de parlamentario; que no se ejerce pensando que lo mejor para el partido es aplastar a los otros; que no se demuestra ser mejor por seguir con la moda y postureo, sino por resolver problemas reales; que no se gobierna al pueblo con juegos circenses y mejoras ficticias para distraerle de los problemas cotidianos; y lo más importante, que mostrar como éxito las resoluciones de problemas a corto plazo, hipotecando a la sociedad y las arcas públicas es un fraude colosal. Un fraude electoral y un fraude generacional.

Por todo eso me resulta gratificante que alguien con 89 años, con prestigio académico y personal, pueda disfrutar de tiempo para decirnos lo que piensa del estado de la nación y de lo que va bien y mal. Me da igual que hable elogiando o criticando al gobierno, pero me resultará muy interesante sentir que su voz no está sobornada por amiguismo ni prebendas terrenales . Confío en que al menos hable de la importancia de la educación, de la sanidad y la justicia. Tres grandes cosas con las que no debe jugarse ni frivolizar, ni los que gobiernan ni los que quieren hacerlo.
Es triste que mi otra referencia política admirada era José Mújica, el agricultor que fue elegido presidente de Uruguay a los 75 años, en 2010 y desempeñó por cinco años el cargo. Un hombre humilde, sincero, con buena fe e ideas claras.
En fin, que mi afán es recuperar la confianza en los políticos y descubrir algún líder que hable como Sócrates (quien se identificaba como un tábano para despertar a los atenienses) y que se identique con la confesión de Machado y pudiera decir en voz alta, como en su poema «Retrato»:
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,/ pero mi verso brota de manantial sereno;/ y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,/ soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Por lo pronto, no me canso de escuchar la voz de Mújica en este breve discurso en la cumbre de Río de Janeiro, que me hace vibrar el corazón. Lo recomiendo vivamente porque muestra una visión global, humana y de lo que auténticamente importa. Especialmente útil en los tiempos actuales en que existe un deterioro de las relaciones internacionales y una globalización desaforada que hace perder de vista la esencia humana. El tiempo no pasa por ese discurso tan sencillo, claro y convincente.
Escuchar esos diez minutos equivale a toneladas de diarios de sesiones de nuestras cámaras, comisiones y otros órganos donde se corta y se barajan ideas, pero “ni se pincha, ni corta”.