La vida está sembrada de tensiones y enfrentamientos. Un juego, un deporte, un litigio, la competencia comercial o profesional, la discusión con la pareja, otra rivalidad o un desencuentro fortuito. No siempre se salda con empate o tablas, ya que alguien vence o gana.
El vencido puede retirarse a lamer las heridas, a rumiar sobre las causas de su derrota, a eludir a su adversario o a mirar de reojo al triunfador.
El vencedor tiene mas opciones. Lo instintivo ( lo animal) cuando se derrota al enemigo es machacarlo. Rematarlo, no sea que resucite y se vuelva contra nosotros. Sin embargo, el grado de civilización y civismo se demuestra cuando el vencedor, sabe hacer abstracción de la discrepancia, para tender la mano al contrario y olvidar. No somos hienas que cazan, mondan los huesos y los esconden de otros depredadores. Somos seres humanos y esa es una gran responsabilidad: dejar la quijada o el hacha guardada, la lengua aletargada y la ira en el congelador.
El viejo dicho deportivo de que «lo importante no es ganar sino participar» lo decimos siempre los que ganamos, pero cuando nos toca perder no nos sirve de consuelo. Es más, si nos lo dice quien nos vence, se nos retuerce algo en el estómago y la ira se dispara mas todavía.
Pues bien, lejos de perspectivas religiosas, tópicos o palabrería ética, intentaremos mostrar los beneficios de perdonar al vencido, a quien nos ofendió, desafió o enfrentó y fue derrotado. Y cuando decimos «perdonar» no hablamos de olvidar la afrenta ni de reconciliarse. No. Hablamos sencillamente de no perjudicar ni humillar al vencido, de no poner en la lista negra del futuro al ofensor, en suma, de no envilecernos hundiendo al derrotado.
La clave radica en tener perspectiva justa de las cosas. No es una cuestión religiosa ( budismo, judaísmo y cristianismo, que como muchas otras, sitúan el perdón como virtud a cultivar) sino una cuestión de bienestar personal. Tenemos que tener la clarividencia y convicción de que podemos perdonar a quien se ha enfrentado o nos ha agredido.
Veamos las sólidas razones para perdonar al rival y obtener beneficios.
1. Quizás no podemos hacer que nuestro ofensor deje de ser un mentiroso, traidor, loco, malvado o idiota, pero sí podemos controlar lo que nosotros sentimos hacia él. Indiferencia. No es tan importante el ofensor para que canalice mis peores sentimientos hacia su castigo. La venganza es un boomerang que nos devuelve malestar y el antídoto puede llamarse compasión, piedad o magnanimidad.
2. No deberíamos ensañarnos con el vencido. Cualquier juego, lucha o discusión que podamos imaginar versa sobre algo trivial, pasajero, transitorio o económico y en todo caso, sobre algo que quedaría empequeñecido si nos comunicasen al día siguiente que tenemos un cáncer terminal.
3. Quien perdona al enemigo o rival vencido, se sentirá mejor porque la decisión es obra suya. En cambio, cuando alguien se ensaña y machaca, la decisión se toma por ciega pasión y como respuesta a la conducta del ofensor.
4. Debemos perdonar para no sentirnos psicológicamente mal. Con el tiempo reflexionaremos sobre nuestra conducta. ¿Qué clase de mérito tiene hundir a quien está hundido? ¿ensañarse en la victoria?. Ninguno. No hay igualdad de fuerzas y supone un abuso. Y aunque el vencedor no sepa que está abusando, su cerebro sí lo sabe.
5.Debemos perdonar para no sentirnos físicamente peor.
Si no perdonamos y humillamos o despreciamos al vencido, tendremos peor calidad del sueño. Además, un conflicto no queda zanjado si seguimos vengándonos del derrotado, si seguimos reviviendo el recuerdo de la rivalidad y expresando el rencor contra el que nos ofendió. Eso deja una huella de estrés, que se desactiva si somos tan fuertes como para «pasar página», para mirar a otro lado,
6.Debemos perdonar para que no nos califiquen de energúmenos. Quien nos vea rencoroso y vengativo, nos tendrá por tal.
En suma, lo más importante es que aplastando al enemigo, machacando al vencido y no perdonándole no ganamos nada, absolutamente nada. Solo podemos perder: perder la autoestima, perder la imagen y perder humanidad.
Gran verdad decía Benjamín Franklin: «Ser humilde con los superiores es deber, con los iguales es cortesía, y con los inferiores es nobleza.» . Y es que el vencido no puede perdonarnos pero nosotros sí, como señaló Mahatma Gandhi, «El débil nunca puede perdonar. El perdón es el atributo de los fuertes «.
Y es que la mera indiferencia es bastante castigo, y nada mas saludable que ser indiferente hacia quien nos ofende, daña o no nos quiere.